La banalización del viaje

banal

(20/10/2021) Aprovechando la ventaja que dan la media distancia y la alta velocidad somos muchos los que aparcamos el coche y nos subimos al tren para ir a la capital.

 “Es tan solo una hora de trayecto”  -nos dice el amigo viajero.

 “Lees un artículo de prensa, consultas el correo, echas una cabezada y estás en Madrid”, apuntala otro.

 Y sí, tras el arrastre de maletas por el andén y el obligado paso por el control de equipajes, tomo asiento en el número que me han asignado. El tren se pone en marcha.

 Observo a los que me acompañan. Todos están consultando su móvil o sacando su tableta, colocándose los auriculares para mejor aislarse del ruido.

 Nada de conversaciones con el vecino como antaño, nada de permitir que la mirada se pierda por la ventanilla para otear el horizonte. Los viajeros van cada uno a lo suyo que es, en la alta velocidad, mirar una pantalla o repantigarse para echar una cabezada.

 Antes el camino era parte del viaje. Quizás la parte más memorable. Ahora el viaje es el destino. Lo importante es llegar. Además, en trayecto tan corto ¿qué vamos a ver que no sepamos?

 Por las ventanillas entra la luz difusa del amanecer. Valladolid se aleja.

Si hay algo inservible, algo innecesario en la alta velocidad son las ventanillas, pienso mientras compruebo que nadie mira hacia el exterior. Nadie curiosea el paisaje.

 Metido en su jaula digital el hombre moderno no tiene tiempo para frivolidades. Las pantallas y la prisa han acabado con las sorpresas que antaño deparaba cualquier viaje.

Pasamos por el Pinar de Antequera. Pulmón verde de la ciudad del Pisuerga. Patria del poeta Francisco Pino. Pero pocos reparan en sus pinos piñoneros y menos en el poeta que pidió que le buscáramos en el pinar que atravesamos: “no me busques en los montes/ por altos que sean/ ni me busques en el mar/ por grande que te parezca./ Búscame aquí, en esta tierra/ llana, con puente y pinar,/ con almenas y agua lenta,/ donde se escucha volar/ aunque el sonido se pierda.”

 Los viajeros siguen a lo suyo, absortos en su pantalla, ajenos a puentes, pinares y almenas.

  Más allá de la máquina, la ventanilla sigue ofreciendo su espectáculo en verde. Ahora son variados arbustos los que pasan con la velocidad del rayo: majuelos, retamas, jaguarcillos (qué palabra tan hermosa), esparragueras, tomillos, cantuesos…

 Las pantallas que cuelgan del techo marcan la velocidad de la bestia. Doscientos noventa y nueve kilómetros por hora. Sobrecogido recuerdo unos versos de Machado que aprendí en la escuela “el tren camina y camina/ y la máquina resuella,/ y tose con tos ferina./ ¡Vamos en una centella!”.

 Pero este tren no camina ni resuella. Vuela.

 “Próxima estación Segovia-Guiomar” -anuncian por megafonía. Y entonces unos dejan de mirar a la pantalla que manejan y miran a la pantalla que cuelga del techo (de pantalla a pantalla como en el juego de la oca) para comprobar hora y velocidad, mientras otros, los que llevan los auriculares, siguen ajenos al discurrir de la mañana.

¿Sabrán por qué se llama la estación Segovia-Guiomar? Me pregunto mientras el tren se detiene.

 ¿Habrán oído hablar de Pilar Valderrama, musa y amor del poeta Antonio Machado? Seguramente sí. Basta con que busquen en sus móviles, pienso.

“Conmigo vienes, Guiomar,/ nos sorbe la serranía/ de encinar en encinar / se va fatigando el día/ el tren devora y devora / día y riel. La retama/ pasa en sombra; se desdora/ el oro de Guadarrama/…El tren se esconde y resuena/ dentro de un monte gigante.”

 Y sí, poco después, pues todo sucede como entre dos aleteos, estamos en las entrañas de ese monte gigante que es  Guadarrama, en una interminable madriguera.

 De repente una puerta de luz nos abre a Madrid, a la Meseta Sur, a un damero de variados verdes: pastizales de montaña, pinares del Puerto de Navafría, robledales, carrasqueras…

 El mundo visible es un milagro cotidiano para quien tiene ojos y oído, dijo la gran viajera Edith Warthon. Pero nuestros ojos y nuestros oídos están demasiado pendientes de las pantallas.

 El milagro en verde termina cuando la megafonía vuelve a despertarnos.

“Próxima estación Madrid Chamartín-Clara Campoamor”.

Y entonces los mudos e inmóviles viajeros cierran móviles y tabletas. Con ojos somnolientos miran hacia la ventanilla, se levantan y llenan de prisas el pasillo. Hemos llegado a Madrid.



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