Cuando el tono suena…

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(10/12/2021) “Dime con quién andas y te diré quién eres”, nos dice el refranero, ese viejo sentencioso que dice lo propio y lo contrario y acierta, claro. Pero hoy queda obsoleto el dicho porque nadie va con nadie  -de mis soledades vengo, a mis soledades voy- y a  lo más que cada cual va es con su móvil.

Así que para saber qué pie gasta cada hijo de vecino hay que estar muy atento a su acompañante, al móvil: “dime que móvil tienes y te diré quién eres”. Aunque hay quien ha concretado el dicho apuntando: “dime qué tono tienes en tu móvil y te diré quién eres”.

 El móvil es ya una prolongación de nuestro brazo, una extensión de nuestra mano, y aseguran los psicólogos que todos queremos trasmitir con su sonido la mejor imagen, el mejor estilo, la mejor máscara de nosotros mismos.

 A la personalidad de cada cual, que ha contado para su estudio, hasta hace pocas fechas, con el rojo de los labios, el color de la corbata o la marca de los zapatos, hay que añadir el tono del móvil que llevamos incorporado en una de nuestras extremidades superiores…

 El tono dice mucho sobre quiénes somos, por eso hay investigaciones a porrillo sobre cómo captar la personalidad del becario, el perfil del vendedor de pisos, el carácter de cualquier desconocido, a través del sonsonete de su móvil.

 Porque esto de los tonos, como tantas manifestaciones o actividades humanas, da lugar a una clasificación, a una taxonomía que nos ayuda a entender nuestra condición: un mundo variopinto y complicado hasta el mareo.

 En el mercado de las tonalidades hay sonidos para todos los gustos: tonos marchosos, bailables, alocados, repetitivos, musicales, histéricos, gamberros… Y aquel que elegimos dice mucho de cómo somos o cómo queremos ser.

 Estudios recientes sugieren que quienes eligen sonidos de animales tienes un carácter infantil, mientras que aquellos que eligen los últimos éxitos musicales deben ser considerados de poca confianza, vaya usted a saber por qué.

  Luego están los que han puesto como tono de su celular su propia voz, la de su pareja o las de sus hijos y que, según los entendidos, son los más presumidos.

 Hagan la prueba y salgan a la calle a la caza del tono, ahora que solo nos quedan los paseos, con o sin perro, ante el retorno del virus que nunca se fue.

 Aunque hay muchos que lo ponen en vibración aprovechando la “pulsera de actividad” para recibir las llamadas en su muñeca, aún quedan usuarios que presumen de tono en las aceras.

 Esta riqueza tonal, esta orquesta de bolsillo, la escucha uno cada día en el paseo, pero también cuando compra en el supermercado, cuando va al médico o cuando asiste a una sesión de cine.

 Lleven su libreta y su bolígrafo y apunten lo que oyen en esa selva.

 Se encontrarán con sonidos frikis: ataques de risa, advertencias tipo “no fumes más marihuana”, “¡al ataque!” de Chiquito de la Calzada o el Bip, bip del Correcaminos.

 También con sonidos raros o gritos: desde el Un, dos, tres y ¡se acabó! del famoso programa televisivo, al sonido perturbador de una sirena de ambulancia. Del extraño sonido de una lata de cerveza abriéndose, al Jingle Bells entonado a base de eructos.

 Luego están las alarmas. Género abundante y  para las que habría que establecer dos nuevas  categorías: las convencionales: “sonidos de gatitos”, “música hindú”, “reloj despertador”… y las insólitas: “rugido de león”, “llamadas a gritos”, “charlatán de feria”…

 Pero ¿a qué vienen estas filosofías sobre los tonos?, se habrán preguntado ustedes.

Hace una semana veía El buen patrón -película de León de Aranhoa con veinte nominaciones a los Goya-, cuando de repente una llamada urgente, un grito insólito brotó de las butacas delanteras: “¡Paco!, ¡Paco!, ¡Paco!”…

 Asustado, atisbé entre las cabezas una sombra que, con torpeza, palpándose de arriba abajo, dio con su móvil y acalló las voces respondiendo: “ya te dije que hoy venía al cine”.

 Aquel hombre había personalizado en su móvil la voz de su esposa nombrándole a gritos.

 La sala se llenó de protestas que, por momentos, superaron el interés por la película.

Salí del cine y eché mano de mi libreta. Y nada. Aún hoy, cuando ya han pasado siete días de aquel trauma, sigo sin saber en qué grupo colocar a Paco. ¿Me ayudan?



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