Rebuscado sea tu nombre

nombres

(20/12/2021) Leo la lista de los nombres más populares en España, a día de hoy, y compruebo que ya nadie se llama Marcelino, Cosme o Damián y que en el listado de los recién nacidos abundan los Liam, Thiago, Enzo y Rayan.

 Esto entre los chicos pues también ellas han pasado del María, Francisca o Carmen de sus abuelas al Oliva, Luna, Elsa y Adara…

 Y qué decir de aquellos nombres compuestos que añadían algún pedigrí a la vulgar vida de quien lo llevaba como Luis José, Miguel Ángel, Pedro Alfonso…pues que han desaparecido del registro onomástico. A nuestro flamante premio Nobel de literatura Vargas Llosa nadie le hubiera bautizado hoy como Jorge Mario Pedro que tanto luce en su biografía, sino como Mario a secas.

 Tampoco hoy se le hubiera ocurrido a don Leopoldo Mozart registrar a su hijo como Juan Crisóstomo Paso de Lobo Teófilo, aun sabiendo que ese sería el nombre del músico más universal, un tal Johannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Mozart, que ya de mayor optó por prescindir de los dos primeros nombres, germanizar el segundo a Wolfgang y cambiar el griego Teófilo por el latino Amadeus para llamarse finalmente Wolfgang Amadeus Mozart. Sí señor.

 Eran tiempos en los que el nombre era el prestigio y cuando alguien lo pronunciaba se sabía, solo con oírlo, si había que cuadrarse o no. El nombre era el hábito que sí hacía al monje.

 Lo de poner nombres a los hijos ha sido siempre  una tarea complicada que a más de uno le ha quitado el sueño o le ha costado un divorcio.

-¿Qué nombre le vais a poner? -les disparamos a los primerizos que exultantes de gozo nos anuncian la inminente llegada de su retoño.

-No sabemos todavía, estamos dudando entre Alan si es niño y Jana si es niña.

Estaba yo pensando en estas cosas mientras releía Madame Bovary, en edición de Clásicos Universales, ahora que se cumplen doscientos años del nacimiento de su autor Gustave Flaubert, y mira por donde que llego a la página ciento cinco y me encuentro a la señora Emma (Madame Bovary)que acaba de tener una hija y, mientras convalece del parto, comienza a darle vueltas al asunto de cómo llamar a la recién nacida.

 Y es aquí donde el genial Flaubert mete todos los ingredientes que han intervenido desde que el mundo es mundo para alumbrar el nombre que cada cual llevamos.

 Primero aparecen los gustos de la madre, de Emma. Nombres italianos que gustaban en la Francia de aquellos años: Clara, Luisa, Amanda, Isolda, Leocadia… Sin que termine de decidirse por alguno de ellos.

 Luego interviene el padre -el médico Charles Bovary- para quien la niña ha de bautizarse con el nombre de su madre, pero Emma lo descarta de inmediato. ¿Cómo poner el nombre de la suegra a su retoño? ¿Cómo llamar a su hijita con el nombre de aquella mujer autoritaria y manipuladora?

 Más tarde consultan el calendario, táctica que a nuestros abuelos tantos quebraderos de cabeza les quitó: miraban el calendario, seis de octubre, santo del día y Olegario. Asunto resuelto.

Pero a Emma y a Charles no les ponía de acuerdo ni el santoral.

 Terminan acudiendo a la opinión de los conocidos. A León, ayudante del boticario y futuro amante de Emma, le gusta Madeleine, pero la suegra lo rechaza por ser nombre de pecadora. El señor Homeis, farmacéutico petulante al que gustan los nombres que recuerdan a grandes personajes de la historia (él mismo ha puesto a sus hijos los nombres de Napoleón, Franklin, etc.) o los que aluden a hechos ilustres, propone los de Irma (concesión al romanticismo) o el de Athalie  (homenaje a la gran obra del teatro francés del inmortal Racine).

 Pero Emma no está para grandezas ni para romanticismos.

Después de tantas consultas la Bovary opta por la solución más prosaica. Ni santas del día, ni grandes heroínas, ni gustos a la italiana, “finalmente Emma se acordó de una muchacha a quien en el castillo de La Vaubyessard había oído que la marquesa llamaba Berthe. Con eso quedó decidido el nombre”.

  Hoy, como siempre, todos quieren que el nombre de su bebé sea único, original y distinguido y rebuscan y rebuscan como Emma en el baúl de sus insatisfacciones, de sus complejos y de sus carencias. Como si el nombre fuera el destino y no una mera imposición silábica.

  Habría que hacer un estudio psicológico sobre el asunto. Sobre el “por qué” de los nombres.



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