Un mínimo de atención

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(30/01/2024) No sé si este artículo se les hará a ustedes demasiado largo, pero visto lo que cuentan, me temo que alguno no pasará del tercer párrafo.

 Dicen por ahí que la atención es la nueva inteligencia, o, mejor dicho, el nuevo medidor de la inteligencia, dada la dificultad que se tiene para mantenerla alerta con tanto aparato como nos rodea y tanta noticia como irrumpe en nuestra retina. Y si la atención a los vídeos se hace cada vez más cuesta arriba y reduce sus tiempos de visión -las series de veinte minutos ya son demasiado largas y muchos las ven a doble velocidad- ¿qué decir de la atención al que habla?, pues que a nada que alargue la cháchara no le atiende ni su padre, o le sueltan un “no te enrolles Charles Boyer” como hacíamos en los 90.

 Esto, lo difícil que resulta escuchar una larga perorata, ya lo sabían los inventores del wasap cuando idearon la fórmula del formato audio. Conscientes de que nadie tiene tiempo para escuchar a nadie idearon el “1x” (un 50% más rápido) y el “2x” (al doble de velocidad) para acelerar los mensajes del amigo plasta y oír lo más rápido posible lo que pretende contarnos, que no tenemos tiempo para minucias.

 Hiperestimulados como estamos ante tanta noticia que nos llega, no queremos detenernos demasiado en ninguna y menos pensar en su contenido. El arte de pensar, reflexionar, meditar, indagar, y otros sinónimos por el estilo, ha pasado a la historia.  Somos como ovejas adocenadas por el perro pastor digital que marca nuestra ruta y nos conduce al aprisco.

 Lo vemos en los escasos conferenciantes que van quedando. Si se fijan bien, pocos son los que dan su charla a palo seco y empleando la captatio benevolentiae, aquel viejo recurso literario y retórico para atraer la atención y buena disposición del público como era costumbre; ahora, si quieren que los oyentes les sigan, tienen que ayudarse de pantallas gigantescas y radiantes y manejar el PowerPoint como quien maneja un lapicero. Eso o hablar gesticulando como un rematador de subastas y contando sabrosas e impactantes anécdotas si es que quieren captar la atención de la audiencia.

 Los profesores de primaria, conscientes de la escasa atención que muestran los muchachos, se suben literalmente por los pupitres, como simios, cuando explican cualquier lección. “Es difícil captar su atención, es imposible competir con los medios”, comentan agotados.

“Salvaguardar la atención humana es una prioridad en el mismo sentido que poder ver por el parabrisas es un requisito previo para conducir un coche” dijo el filósofo estadounidense James Williams a principios del pasado siglo, mucho antes de que nos llegara la exposición a todas las pantallas que, a cualquier edad, pero más en la tierna infancia, disminuyen la atención y aumentan la impulsividad.

 La búsqueda de sobreestimulación causada por el ritmo frenético de los vídeos hace que nadie aguante un artículo medianamente largo y menos un texto de más de doscientas páginas.

 Por eso el arte de leer, que no es innato al ser humano como lo es el hablar, requiere de un grado de atención que, de fallar, ocasiona lo que todos estamos viendo: el abandono de la lectura o la imposibilidad de enfrentarse a novelas de más de doscientas páginas.

 Sí, ya sé, que hay lectores -lo digo porque me lo han contado- que cuando una novela les engancha preferirían que no terminase, que se alargase muchas páginas más para seguir disfrutando. Y los entiendo.

 “La última novela que he leído ha sido El retrato de casada, de Maggie O´Farrell. Tras engullir las casi cuatrocientas páginas de una sentada maldije que se terminara el “retrato” de Lucrecia, la tercera hija del gran duque de Florencia, Cosimo de Medici”, -me confiesa una amiga.

 La atención es selectiva y cuando algo nos gusta, nos divierte o nos atrapa, ya no queremos soltarlo. Pero no todo en la vida es placentero. La mayoría de las actividades y de los aprendizajes necesitan de la atención y el interés, sí, pero también del esfuerzo y la perseverancia. Sin estos cuatro pilares nada se sostiene en nuestra memoria, nada se aprende.

 Vivimos inmersos en una videocracia que potencia lo inmediato y lo fácil y que huye de todo lo que exige esfuerzo o dificultad. Y atender exige esforzarse.

 Estamos abocados, si algo no lo remedia, a ver series de cinco minutos, a leer solamente los titulares de los periódicos y a ojear la contraportada de los libros. Nuestra atención no dará para mucho más.



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