Reloj, detén tu camino

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(10/02/2024) Quienes se dedican a recordarnos que el fin del mundo está cerca, cada vez tienen más motivos para preocuparse y para preocuparnos. El llamado “Reloj del Juicio Final”, ese que marca la destrucción de la humanidad, está fijado a noventa segundos para la medianoche y hay relojeros-mandatarios-irresponsables empeñados en adelantar sigilosamente los escasos segundos que nos llevarán a la oscuridad total, al final de los tiempos, al Armagedón.

 Con todo y con eso, dicen que la amenaza apocalíptica apenas llega a preocupar al personal, pues el 99% de los que miran la hora lo hacen con creciente indiferencia y no les preocupa lo más mínimo que todo se vaya al garete un segundo antes, o uno después.

 Como en aquel cuento de El pastor bromista, nos comportamos como los campesinos que, hartos de que el lobo nunca llegaba -no era más que una broma-, terminaron por no hacer caso a los gritos del zagal. Pero esta vez sí ha llegado o está a punto de hacerlo para merendarse a todo el rebaño y nos lo estamos tomando a broma.

Pero ¿qué ha ocurrido para que tan alto porcentaje de mortales no se inquieten ante la inminente catástrofe que se avecina, se preguntan los que acercan las manecillas a la docena? Al parecer los profetas del desastre, además de su cansina insistencia, no se ponen de acuerdo en la hora. Y así no hay manera de asustar a nadie.

Si para unos -pongamos los ecologistas- son las doce menos cinco, para otros -pongamos el Bulletin of the Atomic Scientists (Boletín de los Científicos Atómicos)- es minuto y medio antes de la medianoche y, con tanta diferencia horaria, el personal lejos de amedrentarse se despreocupa y sigue con la francachela cantando aquello de “reloj detén tu camino, haz esta noche perpetua, para que nunca se vaya de mí, para que nunca amanezca”.

 La emisión imparable de gases a la atmósfera, el cambio climático, las epidemias, la guerra de Ucrania, el desastre de Gaza, tienen locos a los relojeros que no paran de ajustar la hora en el apocalíptico reloj.

 Llevan desde 1947 ajustando el despertador sin dar con la hora exacta, esa en la que, en vez de despertar, nos entregaremos al sueño eterno. Tras los tiempos tormentosos de la crisis de los misiles cubanos (1962) donde se adelantó bruscamente a tan solo siete minutos del desastre, llegaron los idílicos tiempos de 1991 donde un ruso llamado Gorbachov consiguió retrasarlo diez minutos. Y así seguimos adelantando y retrasando el dichoso reloj. O mejor sería decir adelantando y adelantando pues las catástrofes no se detienen y avanzan como la pestilencia.

 Lo tenían más fácil los antiguos que solo disponían del reloj de sol colocado en la pared del ayuntamiento con aquella leyenda que rezaba: VULNERANT OMNES, ULTIMA NECAT “todas hieren, la última mata”. Aforismo que no necesitaba ningún adelanto o atraso porque a cada cual le llegaba su hora con una exactitud endiablada.

 Ahora, tras constatar los pocos segundos que nos augura el “Reloj del Juicio Final” y su macabra advertencia de memento mori (recuerda que has de morir), muchos, lejos de asustarse, se lanzan a ponen en práctica la vieja leyenda que también adornaba los antiguos relojes: CARPE DIEM (aprovecha el día) o aquella otra que se vestía, impúdica, de todos los optimismos ADHUC TEMPUS (hay tiempo), macabra ironía cuando estamos a minuto y medio de la llegada del millenium, del día de la bestia.

 Pero vivimos con tanta prisa que no tenemos tiempo ni para mirar la hora que marca el reloj del Apocalipsis, ese tirano mecánico que se empeña en recordarnos la hecatombe. Tiempos sin tiempo para nada y menos para asustarse, tiempos en los que las horas han perdido su reloj, la brújula se ha quedado sin norte y los seres humanos hemos perdido el oremus, o sea, el juicio.

 Es tanta la prisa y tanta la despreocupación que, los diseñadores del reloj que marca el cataclismo que está al caer, están pensando en ponerle un aforismo, ese que también se ponía en latín para quienes ni se dignaban mirar la hora en aquellos entrañables relojes de sol: ASPICE ME (mírame).

 Porque siempre hubo gente con mucha prisa, hombres y mujeres que desde que se bajaron del árbol, allá en África, se han pasado el tiempo (histórico) esforzándose en correr y correr cual posesos para “alcanzar las más altas cotas de la miseria” que diría Groucho Marx.

  El mundo se ha convertido en una olla a presión a punto de estallar y nuestra única preocupación es la de acomodar el gesto para salir bien en el selfie y que siga el espectáculo.



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