Navidad en Las Vegas

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(20/12/2022) “¡Busco la Navidad!” -clama el Diógenes de nuestras ciudades armado con un farol que ya no sirve para nada. Porque la Navidad se ha esfumado entre luces horteras y canciones extrañas.

 Los ediles de las ciudades han entrado en una competición ridícula para ver quien tiene más largo el tendido eléctrico.

 Aunque suene a paradoja, no sabemos qué motivos oscuros guían a tanto alcalde a poner luces y más luces. A querer deslumbrarnos para no ver nada.

Si algo caracterizaba la Navidad de antes eran los villancicos, la noche y el frío. Pero los villancicos apenas suenan y la noche ha sido derrotada por las luces Led. Para ver las estrellas hay que alejarse más allá del extrarradio.

 Hoy nadie entiende los versos del santo abulense que decía aquello de “Oh noche que guiaste!/ ¡Oh noche amable más que la alborada!/ ¡Oh noche que juntaste Amado con amada/ amada en el Amado transformada!” y habrá que llevar a los niños a parques temáticos donde les expliquen lo que es la noche, lo oscuro, por haber desaparecido de las ciudades a causa de tanta contaminación lumínica.

 Vencidos la noche y lo oscuro pronto le llegará su turno al frío. Basta con que un edil apueste por la calefacción en calles y plazas para que todos se lances a degüello al asunto, al “pues yo caliento  más que tú” y más ahora que se ha logrado la energía infinita con fusión nuclear. El santo grial de la producción eléctrica, dicen.

 Lo mismo que esos soldados que iban a celebrar la Inmaculada sorteando en el cuartel a una prostituta, celebraremos aquel Nacimiento (entre pajas, noche y frío) a plena luz del día (perdón, a plena luz de la noche) y bien calentitos bajo una manta térmica y urbana.

 Y a los Reyes Magos  que les den. Al no tener estrella que les guíe por falta de noche, dejarán por fin ganar las elecciones al republicano barbudo que cuelga como ahorcado en los balcones esperando su turno para entrar a saco en nuestros dormitorios. ¡Jou!, ¡jou!, ¡jou!

“¡Busco un villancico!” sigue clamando el abuelo que es anarquista y ateo, pero que no entiende la Navidad sin el villancico con el que le arrulló su abuela.

 Pero el edil, querido abuelo, no puede dejar mal a tantos paganos que trabajan en la urbe. Porque hay que seguir lo políticamente correcto que es lo que da votos. Y no está bien refregar en los morros de la extranjería la religión de uno.

 Nada de símbolos religiosos, nada de imágenes que sean o parezcan ángeles, vírgenes, san josés, niños, mulas o pastores… Solo figuras geométricas y abstractas para que cada cual imagine lo que quiera. Para no herir sensibilidades, que el patio de las identidades está muy caliente.

 Nada de villancicos, abuelo. Nada de “peces en el río” que no tienen cosa mejor que hacer que beber y beber para ver a Dios nacer, nada de “campana sobre campana y sobre campana una” que permitan asomarse a la ventana y ver al Niño en la cuna. Nada de belenes pobretones y pastores tiritando en noche oscura. El Niño Dios nacerá, al paso que va la burra -sí, esa que va hacia Belén cargada de chocolate- , como conviene: en un casino de la ciudad lumínica que cuando llega la Navidad tanto se parece a Las Vegas.

“¡Busco la Navidad!” -reza el abuelo con esa devoción furiosa de la que solo son capaces los ateos, mientras avanza enloquecido sorteando proyecciones en fachadas (lo llaman video mapping), castillos luminosos, mercadillos navideños, árboles luminosos y miles de lucecitas que bailan al son de una música extraña.

 La Navidad es cada vez más una verbena, una feria con calles abarrotadas, atascos por doquier, turistas torpes, cortes de tráfico, vallas con polis y desesperados que no llegan al trabajo ante la imposibilidad de aparcar.

 Y el abuelo sigue buscando la Navidad. Le ha prometido a su nieto que si la encuentra le explicará qué era eso de una mula, para qué servían los pastores y a qué se dedicaban las lavanderas. Pero necesita encontrar un belén, ese pueblo cargado de viejos oficios que ya nadie sabe para qué servían.

 Las luces Led han llegado para quedarse. Pertenece a una especie invasora que ha colonizado la Navidad y la ha vaciado de villancicos, de noches y de fríos.



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