Enseñando los dientes

risa

(30/10/2024) La risa, esa fugaz expresión de la dicha, esa terapia del alma en pena, esa herramienta que vulnera poderes y jerarquías, esa transgresión, esa catarsis que hasta hace poco se creía exclusiva de los homínidos, pues resulta que no, que también se da entre los demás animales, hasta el punto de que está desarrollándose una ciencia sobre la risa entre las bestias donde, al parecer, está muy extendida.

  Desde la risa eléctrica y macabra de las hienas a la risa guasona de los simios a los que les encanta que les hagan cosquillas, en total hay unas sesenta y cinco especies de animales -especie arriba, especie abajo- que se parten de risa sin que sepamos muy bien por qué.

 Algo sospechábamos cuando nos decían que las hienas se reían, pero nada sobre por qué los loros, los delfines, los perros y hasta las ratas emiten jadeos, gruñidos, chillidos y chasquidos que se han identificado como una forma de risa. En su ignorancia, uno pensaba que los pájaros, que descienden como es sabido de los dinosaurios, no tenían motivos para reírse después de lo que los cayó encima: el meteorito que asoló la Tierra hace setenta y seis millones de años, pero mira por dónde le han dicho que no, que además del loro Kea hay otros pájaros como la cucaburra común que se ríen como  posesos y que esa risa siniestra es muy cotizada por los técnicos de sonidos en alguna que otra película (supongo que de terror).

 La risa siempre tuvo mala prensa entre los clásicos: Platón la relacionaba con el desprecio, Kant llegó a definirla como una espera que súbitamente se resolvía en nada, Aristóteles la atribuía la deformidad del rostro y la mueca del simio y Aristófanes aseveró que la risa era hija de la grandísima malicia.

  Y sobre la risa de las mujeres ni les cuento. Se creía que la risa pervertía la feminidad y se asociaba a la sexualidad y a su falta de dominio, que era algo propio de féminas lujuriosas hasta el punto de que los fabliaux, cuentos humorísticos de la Edad Media, daban a entender que las mujeres solo se reían con historias sexuales, como ha señalado Sabine Melchior-Bonnet en su libro La risa de las mujeres.

 “Hay mujeres cuyos estallidos de risa les tuerce la boca en displicente mueca” escribió Ovidio que nunca se miró en el espejo mientras se reía.

  Pero fue Darwin quien nos abrió los ojos cuando afirmó que la risa era un residuo evolutivo de la época en la que no dudábamos en enseñar los dientes para defendernos. O sea que esa risilla que esbozamos para caer bien a la visita no deja de ser una muestra del tamaño de nuestros colmillos para que el de enfrente sepa bien con quién se la está jugando.

 Ya lo dijo Miguel Hernández en sus Nanas de la cebolla cuando nos contó que su hijo ya tenía “cinco diminutas ferocidades”, o sea que venía bien armado para capear la vida enseñando esos dientes y riéndose cual poseso: “Ríete siempre. Siempre en la cuna, defendiendo la risa pluma por pluma”. Porque quien ríe, lo sabía muy bien Miguel, tiende a subrayar sus defensas y su superioridad y porque el que ríe el último es quien lo hace mejor y gana la partida.

 Visto lo anterior la pregunta que se estarán haciendo ustedes es si, además de reír, los animales también lloran. Porque si este es y ha sido un valle de lágrimas como decían las abuelas, los animales lo habrán sufrido en primera línea.

 Y la pregunta tiene respuesta y es que sí, que a nada que consulten esa gran enciclopedia que es Internet comprobarán que los animales también lloran y que entre los más llorones están los terneros, los elefantes y los delfines.

 Sin pretender entrar en un tema, el del llanto, que bien merecería otro artículo (el tema de hoy estaba dedicado a la risa) solamente avanzar que el animal que ha estado, está y estará más abocado al llanto es ese bípedo del género sapiens que tiene que soportar indefenso el agravio diario de un debate que se empeña en resolver problemas complejos con ideas simples, por una lado, y en practicar el reduccionismo, esa simplificación de lo que es complejo mediante consignas que no entienden de matices ni de reflexión, por otro.

  Pero hoy tocaba hablar de la risa. Hoy tocaba reír. Y uno no quiere ser como la abuela pesimista aquella que, en Nochevieja, mientras todos vivían la francachela y reían sin parar, no dejaba de musitar “¡reíros!, ¡reíros! que ya lloraréis”.

 



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