Palabras sin boca

mordazass

(10/09/2022) Que las palabras han perdido su inocencia, hace tiempo que lo estamos constatando.

 Aquello de hablar por hablar sabiendo que nunca llegaría el agua al río ha pasado a mejor vida. Hoy las palabras hay que decirlas con la mesura debida si no quieres tener un disgusto. Usarlas con pies de plomo, con mente escrutadora y fría para no ofender a nadie.

 “No tengo palabras” decimos cuando algo nos sobrepasa, pero resulta que ahora tampoco las tenemos cuando abordamos temas que pueden herir susceptibilidades.

-¡Pero qué buena persona eres!, le dices al amigo que siempre te pareció eso: una buena persona.

-¡¿qué pasa?! -te responde airado- ¿es que me tomas por gilipollas?

  Así que mucho cuidado con lo que se dice y más con los que se pregunta. Las palabras no son inocentes. Llevan una carga explosiva dentro. Y más en estos tiempos.

  No pregunte a nadie si es creyente, puede pensar que le está llamando crédulo. Tampoco  si es optimista, creerá que le llama tonto, y menos si es feliz. “¿Es usted feliz? Le preguntaron a Fernando Fernán Gómez- “¿feliz yo? Pero por quien me toma usted”.

 Lo repito: mucho cuidado con las palabras que usa o con los temas que trata.

  La autocensura ha llegado para quedarse. Que se lo pregunten a cineastas, periodistas o dramaturgos. La historia del cine está llena de películas que hoy no serían financiadas: dejan en mal lugar a los negros, a las mujeres, a los mejicanos y al sursum corda. Lo que prima hoy en la mente de cualquier creador es la corrección política.

 Y no solo entre creadores sino entre amigos de barra y caña.

  “¡Estamos hasta las pelotas de esa corrección política!” llegó a exclamar Antonio Escohotado cuando le sacaron el tema. Luego añadió la perversa tríada que está detrás de tanta corrección como nos enmudece: la crueldad, la idiocia y el autoritarismo…

 De un tiempo a esta parte observo que hay temas que no se deben tocar. Tienes que tomar tantas precauciones para afrontarlos que mejor te callas. La sensibilidad hacia ciertos temas está tan a flor de piel que, si los sacas, cualquier reunión puede acabar como el rosario de la aurora.

  El humorista Eugenio contaba aquello de dos amigos que se ven después de mucho tiempo y cuando uno pregunta “¿cómo estás?” El otro le responde “¡pues anda que tú!”.

  Y es que hay personas altamente sensibles, de piel superfina, que parecen estar siempre con la pistola cargada cuando se tocan determinados temas. Personas susceptibles que transforman una charla intrascendente en un conflicto bélico.

  No hay razón sin palabras, pero hoy tienes que trabajar tanto las palabras para cargarlas de razones que muchos optan por el silencio.

Asistimos a una constante autocensura en nuestras conversaciones y pasamos sobre las palabras como quien pasa sobre ascuas o sobre un campo de minas.

 Y luego están las palabras mordaza. Esas que te arrojan los nuevos inquisidores cuando te sueltas y te atreves a poner algún punto sobre las íes de lo políticamente correcto.

 Si intentas lanzar alguna crítica sobre el feminismo alguien te lanza la palabra “machista” y te deja amordazado para el resto. Si tocas el tema de la emigración ilegal y la necesidad de legalizarla en seguida alguien te tacha de “xenófobo” y si no estás de acuerdo con algún tema político te sueltan lo de “fascista” que vale tanto para un roto como para un descosido, para uno de derechas como para uno de izquierdas. Y punto en boca.

 La manipulación del lenguaje que tanto han utilizado los políticos, se ha extendido entre la gente común, y alguien puede lanzarte una palabra mordaza mientras te tomas un café.

 Sin darte tiempo a abrir la boca para exponer tus argumentos alguien te lanza “populista” y enmudeces para los restos.

En cualquier debate sobre identidad, diversidad, moralidad política o religión cada cual acude con sus prejuicios y tabúes. Con las palabras marcadas.

 La realidad, tan variada ella, tan llena de grises se reduce para muchos a etiquetas binarias: feminista o machista, pijo o “perroflauta”, facha o progre, creyente o ateo, homófobo o heteropratiarcal…

  Caminamos sobre un mundo polarizado cargando sobre nuestros hombros unas enormes tijeras: la censura autoimpuesta que cercena nuestra comunicación. Eso que nos hacía humanos.



Los comentarios están cerrados.