La broma cósmica

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(20/11/2021) Vivimos en un Universo en el que el Gran Hermano orwelliano se ha reconvertido en el Gran Bromista  y en el que la broma cósmica se expande y se expande como un nuevo big bang. Como aquel estallido primigenio que, según confiesa algún astrofísico, no fue una explosión sino una broma pesada.

 Algo, por lo demás, que ya predijo Oscar Melville cuando en su famosa novela Moby Dick nos advirtió: “existen algunos momentos en los que el hombre toma el Universo entero por una broma pesada”.

 Vivimos rodeados de bromas más o menos pesadas lanzadas por bromistas que trabajan en el almacenamiento de enormes cantidades de datos (big data) que les servimos en bandeja. Y la realidad es, cada vez más, una broma que nos venden los poderes y los mercados.

 Este mismo mes, por no ir más lejos, pasaremos de la broma del día de Todos los Santos (halloween) a la del Viernes Negro (black friday) y pronto llegará la gran broma: la  Navidad con sus Santos Inocentes, en la que seremos víctimas de bromas y burlas sin que sepamos muy bien dónde está la gracia.

  Porque las inocentadas, esas bromas de mejor o peor gusto, duran hoy todo el año, lo mismo que la Navidad. Basta leer la prensa u oír a los que nos desgobiernan para comprobar que todos llevamos un monigote en la espalda sin que reparemos en ello.

Somos, cada vez más, seres destinados al ridículo.

“Todo el Universo es una gran broma. Entonces ¿por qué tomar algo en serio?” se preguntaba el músico y compositor estadounidense Frank Zappa sin hallar respuesta.

Solo nos queda vestirnos cada mañana con el sentido del humor necesario para aguantar la sarta de bromas que nos caerán encima. Engrasar y acomodar nuestro sentido del ridículo para soportar lo insoportable.

 “¡Es una broma!” gritábamos cuando niños para salvaguardar nuestra integridad física ante cualquier dislate provocado, ante cualquier agresión a los otros que podría volverse en contra nuestra.

 Y aquella frase era el paraguas que nos protegía de escarmientos, venganzas y palizas. “Lo siento, es tan solo una broma” clamábamos ante el matón de turno cuando ya levantaba el puño.

 Pero ahora la broma se expande por doquier, como nuevo big bang, ya dije, sin que nadie se disculpe por la tropelía. Y son pocos los que distinguen si lo que ven, oyen o sienten es real o virtual, si va en serio o se trata de una broma.

 Hace pocos días nos llegó la broma literaria del año: la conquista de un importante premio literario por una mujer que no existía: Carmen Mola. Y todos tan tranquilos. Era una broma.

 Eso en literatura, porque en deporte la broma del año ha sido ver a miles de aficionados llorando la marcha de un jugador que les estaba arruinando. Llorar porque no quieren que se largue quien les arruina. Menuda broma.

“En el bromear se debe tener moderación” dijo Cicerón, pero ¿cómo moderar, señor Marco Tulio, el humor del universo, cómo parar al bromista cósmico que nos rodea y nos adoctrina a diario con sus chistes sin gracia, con sus tintes de irrealidad?

El mundo es lugar tan abundante en bromas que ya no se hacen, se gastan. Voy a gastar una broma, decimos.

 Bromas como las que gastaba el pastorcillo bromista del cuento cuando gritaba y gritaba a sus vecinos “¡socorro, que viene el lobo!, ¡socorro, que viene el lobo!” solo con afán de divertirse viendo como todos corrían para ayudarle.

Luego,  pasó lo que pasó, que cuando vino el lobo de verdad, todos creyeron que era una broma y no acudieron.

 Milan Kundera escribió La broma para advertirnos que una broma inocente, una chanza incomprendida en un mundo que ha perdido el sentido del humor, puede convertir nuestra vida en una broma pesada sin que podamos culpar al destino por ello. Porque los responsables somos nosotros.

Aquella broma que al protagonista de la novela le resultó tan cara fue para su autor, Kundera, todo un éxito. Un éxito literario traducido a veintiún idiomas. Y es que siempre hubo bromas y bromas.



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