Plata no es

plátano

(30/11/2024) Y “¡Aún dicen que el pescado es caro!”, título del famoso cuadro de Joaquín Sorolla que guarda el Museo del Prado, ha visto superada la queja existencial de los pescadores ante el precio que ha alcanzado un plátano en el mercado del arte.

 Ya nadie debería quejarse cuando se enfrente a los precios de cualquier frutería. El valor de los plátanos, bananas, topochos o como rayos quieran llamarse están por los suelos -¡sí, por los suelos!-  si los comparamos con los que cuelgan en las galerías. Los fruteros -que lo saben- guardan tras el mostrador un cartelón para quien ose quejarse. Con la rapidez de un pistolero sacarán el cartel que representa un plátano pegado a un muro que en la casa de subastas Sotheby´s Nueva York se ha vendido por 5,2 millones de dólares.

El comprador, de quien no sabemos si conoce a cómo anda el kilo de bananas, es un empresario que describe al “plátano pegado a la pared” de Maurizio Cattelan como “un fenómeno cultural” que bien merece un desembolso millonario.

 Uno ya sospechaba algo cuando en su más tierna infancia repetía aquella adivinanza de “oro parece, plata no es, quién no lo adivine muy listo no es” para reírse de quien no resolvía el acertijo. Hablábamos de oro y de plata, ¿se acuerdan?, como si presintiéramos ya el subidón de precio que alcanzaría el plátano con el correr de los años.

“¿Le parece caro? Pues mire lo que vale un peine” -le gritará el frutero al cliente quejica que no sabe en qué zafarrancho se ha metido.

 Un plátano, una cinta adhesiva, un certificado de autenticidad e instrucciones sobre cómo instalar la obra -no sea que se caiga y adiós plátano- por el módico precio de cinco millones de “euracos”.

 “No se trata de una simple obra de arte, sino que representa un fenómeno cultural que une los mundos del arte, los memes y la comunidad de las criptomonedas” ha aclarado el comprador ante los que no acaban de entender su buen ojo financiero. Y sus explicaciones hacen que todos nos quedemos más tranquilos al comprobar que su gesta merecía la pena, porque un plátano colgante no es una fruta cualquiera sino un fenómeno cultural que une arte, memes y criptomonedas. Lo mismo que aquella vaca lechera que no era una vaca cualquiera porque daba leche merengada.

 Y como no hay que desperdiciar tan histórico momento, el comprador ha dicho que piensa comerse el plátano para honrar su lugar en la historia del arte. Porque lo sublime no está en ver la obra de arte que es un plátano, sino en el hecho de comérselo.

 El plátano, banano, guineo, topocho, cambur, gualele o mínimo… bautizado por el botánico sueco Carlos Linneo como Musa x paradisíaca hace por fin honor a su apellido y elevará a su propietario al paraíso eucarístico tras la ingesta. Porque no sabe lo mismo un plátano que se vende a cuatro euros el kilo que el que lo hace por cinco millones.

 El arte contemporáneo está alcanzando cimas impensables y sublimes. Lo sabemos desde que hace cinco años el vídeo de una artista vasca orinando de pie representó a España en la 58ª Bienal de Venecia. Bajo el título “Mear en espacios públicos y privados” se proyectó un vídeo que pretendía, según confesaron los responsables del proyecto, llevar a cabo un diálogo entre dos artistas en torno a la economía política del cuerpo. Un acto que según dijeron “interrogaba críticamente el régimen de lo normativo, el uso del espacio público y privado, lo que está permitido y lo que no, a partir de una imagen feminista y queer”. Que dicho así queda mucho más claro y comprensible para quienes tenemos tan cortas entendederas.

 El personal con problemas de retención de orina y los jubilados con urgencias de próstata ya no tendrán que esconderse entre los matojos del parque, ni utilizar clandestinamente los portales públicos para aliviar su vejiga. Su acto, bien mirado, es toda una obra de arte digna de ser llevada a una Bienal.

  Pero volvamos al plátano. “Nunca pensé que diría ¡cinco millones! Por un plátano” bromeó el subastador Oliver Barker, que entregó la obra a un empresario chino: un plátano, una cinta adhesiva, un certificado de autenticidad -y aquí viene lo más importante- e instrucciones sobre cómo instalar la obra en la pared de su mansión.

 No sabemos si, entre las instrucciones, estaba la de cómo comerse el plátano. Lo que sí sabemos es la sabia reflexión del comprador tras la compra: “creo que esta pieza inspirará más reflexión y debate en el futuro y pasará a formar parte de la historia”. Pues eso.



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