¡Ojalá que llueva café!

NUBES

(10/03/2024) Cuenta la mitología griega que Helios, dios del Sol, ante la insistencia de su hijo Faetón, le permitió tomar las riendas de la cuadriga que conducía al Sol desde Oriente hasta Poniente; y que el muchacho -un tanto presuntuoso- frenó el carro cerca de Egipto, donde estudiaba, para que sus compañeros lo vieran en tan prestigioso oficio. El resultado pueden imaginarlo: los minutos de frenada fueron letales, el sol lo abrasó todo y el Sáhara que era entonces un vergel se convirtió en un enorme desierto.

 Viene esto a cuento de la noticia que saltó hace pocas fechas en algunos periódicos y que transcribo: “Los Emiratos Árabes Unidos informan que están llevando con éxito la siembra de nubes para mejorar las precipitaciones”.

No hay nada nuevo bajo el sol, que dice el Eclesiastés. A los dioses griegos que crearon el desierto les han salido ahora unos dioses con petrodólares que convertirán el erial en un jardín. Un nuevo paraíso como el que estuvo entre los ríos Tigris y Éufrates cuando nuestros primeros padres.

 El artículo en cuestión mostraba la imagen de un artefacto para sembrar nubes a base, decía su pie de foto, de quemar productos químicos.

Si la cosechadora fue una máquina milagrosa para los agricultores que conocieron las antiguas y agotadoras labores del campo -recuerdo a alguno que decía que habría que arrodillarse al verlas pasar-, no me puedo ni imaginar lo que hubieran comentado al enterarse de que las nubes se podrían sembrar como los garbanzos, el trigo o las lentejas.

 Ya lo anunciaron aquellos carteles del 68 “sed realistas, exigid lo imposible”; y lo imposible para los labradores de entonces y de ahora es (o era) poder sembrar nubes, traer a voluntad la lluvia para poder vivir con dignidad ante unas políticas que les niegan el pan y la sal.

 Pues bien, el milagro soñado por cualquier campesino ya está al alcance de su mano. Nubes de agua cambiarán los secarrales en fértiles campiñas. Y esto es solo el comienzo porque, ya puestas, las nubes podrán contener cualquier cosa además de la deseada lluvia: radiactividad (nubes radiactivas), dulces (nubes de algodón), ranas (nubes de ranas) y, ¡por qué no!, café, como deseó el gran Juan Luis Guerra cuando cantó aquello de: “Ojalá que llueva café en el campo/ Que caiga un aguacero de yuca y té/ Del cielo una jarina de queso blanco/ Y al sur una montaña de berro y miel”. Que a uno le parece que ya es mucho desear.

 Pero si lo piensan bien, y volviendo al Eclesiastés, no hay nada nuevo bajo el sol. Algo tan novedoso como esas nubes cargadas de lluvia, o de lo que sea, ya está en la Biblia, que es donde está casi todo. Vayan al libro del Éxodo y lean el capítulo 16. Comprobarán que siempre fue tarea de las nubes alimentar al pueblo y que hubo nubes de codornices para los carnívoros y de maná para los veganos: “Al caer la tarde, una nube de codornices vino y cubrió el campamento; y por la mañana el campamento estaba rodeado de rocío…A esto el pueblo de Israel lo llamó “maná”.

  Y de la Biblia podríamos pasar a los griegos para toparnos con Las nubes, obra de Aristófanes que nos previene contra la tiranía y la estupidez, y seguir con los romanos y llegar hasta Rafael Alberti, el poeta que, exiliado en Roma, no quería ni codornices, ni ranas, ni maná, sino que le llevaran el mapa de España para alimentar su nostalgia: “Hoy las nubes me trajeron, volando, el mapa de España/ ¡Qué pequeño sobre el río/ y qué grande sobre el pasto/ la sombra que proyectaba!”.

 La nube, ese astro de andar por casa, ese jirón de luz que deambula despistado por el cielo, fue desde antiguo lugar y morada de los dioses. Como hoy. El dios de Internet, como ustedes saben, vive y se alimenta de la nube: ese ente que nadie sabe dónde está ni para qué sirve, ese ser remoto al que mandamos nuestros programas, nuestros datos, nuestras plataformas, nuestra vida, confiados, como niños, en que nos los devolverá algún día.

 ¿En qué Sinaí estará esta nube que se alimenta de nuestros datos y que parirá, entre rayos y truenos, las tablas de otra ley que nos obligue a alcanzar la Tierra Prometida?  Es posible que tanto dígito como engulle haga que reviente por sobrecarga y caiga sobre nuestras cabezas, no como café, sino como una granizada de algoritmos que todo lo arrase.

 Pero no nos pongamos catastróficos. Los árabes, a partir de ya, podrán hacer nubes a voluntad y cargarlas con lo que se los antoje. El mercado de nubes queda abierto y ya solo nos queda pedirlas por catálogo para que nos las traigan a casa.



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