El “Príncipe de Asturias”

(30/1/2010) Pues no. No voy a hablarles ni de don Felipe de Borbón -heredero de la corona de España- ni de los premios que otorga el Principado de Asturias, una vez al año, a eminentes personalidades en distintos campos y saberes. No.
Hoy va de barcos. De un trasatlántico que naufragó en el Atlántico muriendo decenas de personas. De un trasatlántico con compartimentos de primera clase para millonarios y compartimentos de tercera para emigrantes. Y no les estoy hablando del Titanic. No.
Si los españoles hubiéramos sabido vender nuestra historia tan bien como lo han hecho los británicos seguramente ustedes sabrían ya de lo que les estoy hablando: del trasatlántico español “Príncipe de Asturias” que el 5 de Marzo de 1916 a las 3:30 horas se fue a pique, en menos de 10 minutos, frente a las costas de Brasil. Murieron 445 personas -338 pasajeros y 107 tripulantes- y hubo 143 supervivientes.
Pero somos españoles y aquí nadie recuerda que cerca de 500 compatriotas perdieron vida y fortuna en las aguas del Atlántico Sur. O casi nadie. Fernando García Novell ha publicado una novela en la “Esfera de los Libros” que lleva por título “Naufragio” y que nos introduce en alguno de los personajes de aquella tragedia, olvidados hasta hace pocas fechas: el capitán José Lotina, el abuelo de Julio Cortázar, la joven gallega Marina Vidal Castro, la familia Chiquirrín, etc.
Viajaban con destino a Buenos Aires en uno de los barcos más modernos de la época y no alcanzaron su destino.
Una historia, como ven, tan memorable -o sea, digna de ocupar un espacio en nuestra memoria histórica- como la del “Titanic” pero que aquí nadie recuerda, al contrario de lo que sucede con el trasatlántico que se hundió en el Atlántico Norte y que nos han vendido hasta el empalago.
Tal vez estemos ante el ejemplo más notorio y flagrante de las diferencias Norte-Sur.
No es necesario decir que, como suele ocurrir, hubo silencios cómplices tanto de la compañía aseguradora del vapor como del gobierno español de turno que no quiso asumir la evidencia del elevado número de ilegales que iban en las bodegas (según algunas fuentes las bodegas iban repletas de emigrantes clandestinos, en su mayoría judíos que huían de Europa, y que elevarían el número de muertos a 1.600).
No fue un iceberg sino una fortaleza de coral la que abrió una brecha de 44 metros en el doble casco del vapor. Las calderas explotaron. Y luego el terror. Sólo un bote consiguió desamarrarse y 17 afortunados subieron en él. Los otros 109 se agarraron a los escombros que flotaban por aquí y por allá.
Como ven todo un acontecimiento para poder hacer una película con nuestros Leonardo diCaprio y Kate Winslet particulares. Con su salón de música, su majestuosa escalinata con pasamanos trabajados en madera, su excelente iluminación gracias a una claraboya ovalada que atravesaba las tres cubiertas, sus riquísimas alfombras persas, sus tapicerías de seda, sus muebles de caoba, su piano.. Esto arriba.
Y abajo la mugre, el hacinamiento, el olor rancio de la miseria. Arriba y abajo. Como siempre.
Tras la catástrofe, los supervivientes fueron recogidos por un vapor francés, el Vega, que había oído las llamadas de socorro lanzadas desde el buque español.
Supervivientes que narrarían las escenas dantescas vividas antes del hundimiento (con apuñalamientos entre algún pasajero por acceder a puestos de supervivencia).
Después el saqueo por parte de los nativos, el enterramiento precipitado de los restos que el mar escupía un día sí y otro también y…el olvido.
Hasta hoy que, gracias a una acertada novela de Fernando García Novell, hemos podida recuperar parte de nuestra olvidada historia. La historia del “Titanic” español.



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