Para abrir boca

civilizaciónn

(10/03/2021) La civilización del espectáculo en la que estamos inmersos logra que en muchas de sus manifestaciones, y entre ellas en la cultura, se imponga la forma sobre el fondo, el envoltorio sobre el contenido, lo anecdótico sobre lo esencial…

 Sucede con los programas de televisión. Lejos de buscar el debate sosegado y enriquecedor, o de fomentar el conocimiento y la crítica entre los espectadores con temas interesantes, se entregan al entretenimiento y al espectáculo huyendo de lo importante, de lo esencial, como huyen los gatos escaldados del agua.

 De vez en cuando en esta televisión del espectáculo, en esta banalización de los contenidos que muestran todas las cadenas (también las que pagamos entre todos) surgen programas bienintencionados, excepciones que confirman la regla.

 Programas que toman al toro por los cuernos y se lanzan al vacío incluyendo temas de música, de literatura, de historia, de filosofía…, (las humanidades, ¿se acuerdan?), aunque siempre marginados a horarios imposibles pues se piensa que, dada su complejidad (cualquier cosa profunda se considera compleja), solo llegará a públicos minoritarios, a excéntricos trasnochadores, a cuatro “culturetas” de la vida.

  Programas que más allá de sus buenas intenciones procuran congraciarse con eso que llaman “el gran público” aligerando su contenido e infantilizando  y empobreciendo sus encomiables propuestas.

  Programas, en fin, cuyos directivos, más preocupados por el medidor de audiencias que por la calidad de los programas, en vez de elegir a presentadores entendidos y a colaboradores que se tomen su tiempo para profundizar en los temas, eligen personas con un potente perfil mediático para ofrezcer el mayor espectáculo en el menor tiempo posible.

 Frivolización, empobrecimiento, banalización, infantilismo, papanatismo son las bisagras que abren las puertas de la programación televisiva. La calidad, la excelencia, la creatividad y la crítica han huido para siempre. Me temo.

 Hace pocas fechas comenzó a emitirse un programa de televisión con la loable intención de llevar la historia, la denostada historia tan maltratada y manipulada por unos y por otros, a cada uno de nuestros hogares.

  El programa, arriesgado y digno de todo aplauso por atreverse con algo que va más allá de la pura diversión o de la presencia de tanto concurso televisivo, cae en los tics que les comentaba más arriba: entrevistas cortas donde apenas se deja hablar a los entendidos, excesiva importancia a lo anecdótico, aparición de cómicos que no se sabe muy bien qué hacen ahí (¿divertir a quienes, piensan, se estarán aburriendo como ostras?) y un intento de abarcar más temas de los aconsejables en un tiempo siempre escaso.

 Uno tiene la sensación de que estos encomiables programas que, contra viento y marea, luchan por aportar algo de cultura al empobrecimiento general, son programas para abrir boca, para generar inquietudes que nos lleven a profundizar en asuntos que apenas se tocan con el tiempo necesario. Programas para acudir a toda prisa a esa herramienta que todos llevamos encima, Internet, y así completar el rico menú que apenas hemos catado.

-Te acuerdas de cuando veíamos la clave -le digo el amigo, recordando el mítico programa presentado por José Luis Balbín.

-Fumaba como un carretero el pájaro…Pero, ¡qué buen programa! -me responde.

 Y entonces como abuelos cebolletas hablamos sobre aquella televisión en blanco y negro: de Estudio 1 con el que muchos de nosotros pudimos acercarnos por primera vez al teatro, de A Fondo, que presentaba Joaquín Soler Serrano y que hoy de emitirse duraría dos telediarios, y de otros programas por el estilo.

 Nostalgias aparte, tendremos que asumir que nuestro mundo ha cambiado y que la invasión audiovisual ha conseguido que ya no sirvan los viejos modelos. Hoy todo ha de estar bañado con el barniz del espectáculo: la prensa apostando por el sensacionalismo, el arte y la cultura cayendo en la provocación y, a veces, en el mal gusto, la televisión con programas descarnados y carroñeros llevados por una fauna bien elegida para generar espectáculo… Y así.

 Parece que “las horas han perdido su reloj”, que diría el poeta Vicente Huidobro.



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