Desmemoriados

memoria

 (10/11/2022) Corre por ahí un vídeo en el que un joven pregunta en plena calle a otros, de edad parecida, sobre temas de geografía o de cultura general.

 Acompañado de un mapamundi y un puntero pide, a quienes pasan a su lado y se prestan al “juego”, que señalen la situación de su país en el mapa o les hace preguntas sobre capitales, montes, ríos…

 El vídeo, que al parecer ha escandalizado a muchos usuarios en las redes (que por supuesto creen saber mucho más que los encuestados), muestra individuos  que no saben situar a su propio país en el mapa, que confunden Groenlandia con África, el Teide con un río e ignoran cuál es la capital de China (o responden alegremente que es Hong Kong).

 Estos vídeos, que están bien para pasar un rato o para alcanzar un alto número de visualizaciones, adolecen de un sesgo que los invalida: el autor del reportaje selecciona y divulga aquellas respuestas más extravagantes o más torpes. Algo que anula cualquier tipo de análisis serio.

 No estamos por lo tanto ante ningún estudio científico donde se controlan muestras y variables, sino ante algo mediático, algo muy propio de nuestra civilización del espectáculo. Algo para colgarlo en las redes y procurar que se haga viral lo antes posible.

  La encuesta aludida, más que medir lo que saben los chicos que pasan por la calle, lo que mide, si es que mide algo, es si han memorizado  o no determinados contenidos.

“¿Q qué te suenan los puntos cardinales?” -pregunta el entrevistador-, “a algo del cuerpo” responde una joven.

 Pero no es que no sepan nuestros jóvenes, no. Nuestros jóvenes saben mucho, mucho más que nosotros a su edad, pero memorizan menos. La causa: llevan en la mano un aparato de pequeñas dimensiones que les da respuestas a cualquier pregunta. Llevan en su mano todo el saber del mundo. Su memoria es su móvil.

  Si ese joven que no supo cuál es la capital de China se lo hubiera preguntado a su móvil, este le hubiera respondido de inmediato: Pekin. Y le habría enriquecido la respuesta añadiendo su población (1.437.651.014) y la población española que residen en ella (5.154).

  Antes el saber se relacionaba con la capacidad de memorizar. Sabía mucho aquel, que en un momento determinado, era capaz de dar respuesta a algo que los demás desconocían. Él lo había memorizado. Él lo sabía.

 Pregunten a cualquier abuelo que pisa la calle  por los “límites de España”. Se lo dirán de memoria y hasta cantando: “España limita al Norte con el mar Cantábrico y los montes Pirineos que la separan de Francia, al Este con el mar Mediterráneo, al Sur con el mismo mar y el estrecho de Gibraltar y al Oeste con Portugal y el océano Atlántico”. Lo aprendieron de memoria.

 Pero hoy la memoria es la gran desterrada del sistema educativo (lo es desde hace muchos años). Tiene mala prensa. Y esto es una evidencia que no necesita demostración.

Antes el que más y el que menos se sabía algunas cosas de memoria: el teléfono de los amigos, algún poema, alguna canción, algún refrán…Incluso alguna obra. El escritor peruano José María Arguedas se aprendió de memoria la carta de amor que Mario le escribe a Cosette en Los Miserables. ¡Y eran tres páginas! Y todos recordamos a personajes de nuestra infancia que se sabían de memoria el Don Juan Tenorio de Zorrilla.

 Memorizar esos textos era la única manera de poseerlos cuando en los hogares no había libros ni enciclopedias que pudieran consultarse para encontrar respuestas (y de esto no hace tanto tiempo).

 Hoy la muchachada apenas trabaja la memoria. Lleva en su mano un aparato llamado móvil que le trae al instante cualquier conocimiento que desee. Y así ¿para qué memorizar?

 Estamos por lo tanto equivocados al pensar que los jóvenes no saben. Al contrario tienen todo el saber al alcance de la mano y pueden usarlo a golpe de clic.

 Pero lo que no tienen es memoria. O para ser más exactos apenas saben cosas de memoria. Porque la memoria es la gran desterrada en los hogares y en la escuela. Lleva tiempo, mucho tiempo, ninguneada.

 Nuestra cultura, hasta ayer mismo, fue sobre todo oral y su trasmisión memorística. Pero llegó el mundo digital y con él se anuló el tiempo de asimilación, el debate y la impresión en la memoria. Ahora todo es inmediato y efímero.



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