Desbocados

desbocado

(10/05/2021) Hay miedo a lo que ocurra. Cuando esto se levante (el confinamiento que exigen las autoridades) y se abran los portones del aprisco, el rebaño humano, inmunizado por fin, saldrá desbocado del establo a patear todo lo que encuentre a su paso.

 Que se preparen los fiordos noruegos, la anegada Venecia, las Pirámides de Egipto y la cordillera del Himalaya.

  Una multitud de reprimidos con piernas se expandirá por el orbe como mancha de aceite, cual tsunami indonesio, arrollando todo lo que encuentre a su paso.

 En la conversación enmascarada de los vacunados siempre suena la misma música. Solo cambia la letra: Machu Picchu, la Toscana, el Gran Cañón, la Alhambra, Cancún…

 Nadie menciona su casa del pueblo, su chalet en las afueras o su hogar dulce hogar en el centro. La felicidad añorada tras meses de enclaustramiento está más allá de las fronteras patrias, más allá de los océanos. Plus ultra. Se encuentra en esos lugares que tanto nos han vendido las agencias y que hay que conocer sí o sí antes de que nos llegue la otra pandemia. La definitiva.

 Los gobiernos de los países con algún tesoro turístico (que son casi todos) estudian qué tipo de muralla colocarán para contener la catarata humana que se les vendrá encima cuando se abran las compuertas.

-Pásate por la agencia y reserva para la Ciudad Prohibida.

-Pero, ¡si allí empezó todo!

-Por eso, el arma raramente penetra dos veces en la misma herida.

 El mundo se nos había quedado pequeño con la globalización y es ahora cuando lo estamos comprendiendo. Vayas donde vayas, elijas el destino que elijas para tus vacaciones, millones de sapiens lo pensaron como tú y las colas en puertos y aeropuertos van a tener unas dimensiones bíblicas. Al tiempo…

 Las autoridades, temerosas ante tamaña riada luchan por aplazar el confinamiento o por racionalizar la desescalada. Nos venden que lo hacen por nuestro bien, por nuestra salud, por evitar la cuarta ola, por la variante británica, brasileña, india,…pero es por la avalancha. Saben que no hay aeropuertos, ni autopistas, ni rutas de navegación que estén preparados para lo que se les viene encima: una entrada en pánico del rebaño encerrado, una estampida de emparedados que me rio yo del cruce de los ñus por el río Mara.

 En un acto desesperado por lograr la contención, quienes nos desgobiernan están pensando en inundar las pantallas con anuncios que apuesten por el sosiego (con aburridos pastorcillos cuidando rebaños de cabras en los páramos) o por la vuelta a la casa del pueblo como en los años setenta (con imágenes retro de Crónicas de un pueblo).

 Conscientes de que todos los males que le ocurren al hombre le vienen por esa manía ancestral de querer salir de África para invadir los continentes, piensan echar mano de las humanidades  (¡por fin!) y vendernos las mieles del sosiego que tanto defendieron los místicos. Volver a las novelas pastoriles, a la vocación hortelana de fray Luis de León (“del monte en la ladera, por mi mano plantado tengo un huerto”), a la “casa sosegada” de San Juan de la Cruz.

“Toda la desdicha de los hombres se debe a una sola cosa: no ser capaces de estar tranquilamente sentados y solos en una habitación” dijo Blas Pascal hace mucho tiempo, pero llevamos más de un año recluidos entre cuatro paredes y pronto abrirán el toril.

 Lo ocurrido a una multitud de peregrinos en el Monte Merón hace pocos días (el primer evento masivo desde que estalló la pandemia) ha puesto el dedo en la llaga. Cualquier lugar del mundo es terreno abonado para que se produzcan avalanchas, estampidas, aplastamientos, oleadas, aludes, arrasamientos,… cuando se abran las puertas.

 La solución no es fácil. Más allá de la intervención de cuerpos del ejército para frenar la desbandada nadie apuesta por una solución medianamente eficaz.

 Solo alguna cabeza que se piensa lúcida está proponiendo en los despachos abonar una sustanciosa paga a quienes opten por quedarse en su casa.

 Pero los erarios públicos están para el arrastre y los bancos centrales se han quedado sin fondos.

 Solo nos queda parapetar con gigantescas empalizadas las fronteras y colocar al séptimo de caballería para contener la marabunta. Ponerle puertas al campo.



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