Pasemisí pasemisá

paseantes

 (30/04/2021) La ciudad se ha convertido en una terraza. Una gigantesca terraza con toldos oscuros en los que anidan braseros verticales de luz fantasmagórica. Un pulpo monstruoso y rastrero que extiende sus brazos por calles, plazas, aceras y aparcamientos para devorar con sus tentáculos todos los espacios.

 Hace frío.

Esquivando mesas, sillas y camareros los caminantes destacan en ese paisaje horizontal que forman hombres y mujeres sentados mientras arropan sus fríos bebiendo y hablando sin parar. Son un grupo de irreductibles, de inconformistas que dirigen sus pasos hacia las afueras, a los arrabales de su historia personal, con la mirada decidida de quien sabe que lo logrará. Unos sonámbulos que prefieren seguir el camino que les marca sus obsesiones porque la mejor posada es el camino, dicen. Unos “mayistas” del 68 que no conocieron París pero aseguran que más allá del asfalto está la primavera.

 De vez en cuando, sin abandonar su aire marchoso de capitán con mando en plaza uno de estos incansables obreros del andar levanta la bocamanga de su sudadera y mira hacia su muñeca: ¡cinco mil pasos!

 La pandemia que dejó sin pasos (de Semana Santa) a la ciudad contada, contempla a tantos cofrades que, armados con bastones y mascarilla, marcan el paso camino a ninguna parte.

 Las pulseras deportivas son el nuevo objeto de deseo de tanto deportista como le ha salido a la ciudad. No se trata sólo de andar porque lo mande el médico, sino de hacerlo para que alguien te diga que lo estás haciendo, aunque ese alguien sea un aparato mecánico sujeto a tu muñeca. No se trata solo de hacerlo sino de contarlo, como siempre.

  La motivación que necesita el paseante para seguir tejiendo su andadura en el asfalto le llega del interior de la bocamanga de su camisa: ¡ocho mil pasos!

 Nada detiene a este atleta de las callejas que le ha salido a la ciudad. En los encuentros fugaces, en el cruce inevitable con algún conocido que practica también el “acerismo” (modalidad de senderismo urbano) no hay tiempo para saludos ni otras gaitas, a lo más para un “voy por cinco mil” al que se responde sin parar “yo ya estoy en ocho mil”. Nada de frivolidades. La conversación se ha hecho minimalista. Son saludos parcos, cargados de prisas, ajenos a las viejas normas de urbanidad y donde siempre gana quien responde el último.

 Lo que no es de recibo, lo que no se perdona en esta marcha urbana y pedestre es el paso vacilante y torpe. Mucho menos el frenar o el que alguien vuelva sobre sus pasos para romper la marcha.

 De pequeños, muchos de los que peinamos canas, íbamos a dar paso con el maestro. Así llamábamos entonces a las clases añadidas con las que intentaban nuestros padres que saliéramos de pobres. “Está dando paso” le respondían con orgullo a quienes les preguntaban por su hijo.

 Lo que no sabían aquellos benditos de la postguerra era la importancia que llegaría a tener el paso. No el paso intelectual que querían para sus retoños (tienes que abrirte paso en la vida, nos decían) sino el paso físico, el paso sin más, ese que ellos daban sin contarlo ni medirlo para ganarse el pan. Aquel que cantaban gozosos quienes no iban a dar paso con el maestro: “Pasemisí, pasemisá, por la Puerta de Alcalá, el de “alante” corre mucho, el de atrás se quedará”.

“Triple es el paso del tiempo. Dudoso y misterioso el avenir viene hacia nosotros. Rápido como la flecha el presente huye. Eterno e inmutable el pasado permanece” dijo el poeta Schiller obligado en sus años jóvenes por el duque de Wurtemberg a marcar el paso en la academia militar Hohe Karlsschule.

  Pero a ese triple paso del tiempo schilleriano que tantos cadáveres arrastra en el devenir del tiempo le ha salido un enemigo: el paso firme de tanto caminante con podómetro que retrasando los achaques, la visita al médico y el penúltimo paso hacia lo inevitable, pretende alcanzarle.

 “Esto es un pequeño paso para el hombre, pero un gran paso para la humanidad” dijo Neil Armstrong al pisar la Luna y todos nos quedamos boquiabiertos sentados en el sofá.

 Todos menos mi abuela que, sentada a mi lado, comentó “¡claro! la más larga caminata comienza con un paso”, para rematar luego con otro de sus refranes “Nadie quiere la salud más que el paso”.

 Somos aves de paso con pulsera deportiva… ¡quince mil pasos!



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