Bukowski o San Juan de la Cruz

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(20/02/20) De un tiempo a esta parte te acuestas oyendo hablar de la Inteligencia Artificial (así con mayúsculas, o simplemente IA pues las cosas importantes acaban siendo siglas) y te levantas con los mismo: que si la IA es la nueva máquina de vapor que revolucionará el mundo, que si hay que ir legislando una ética para la IA, que si se está a punto de dotar a la IA de la capacidad de tomar decisiones, que si esto, que si aquello.

 Y así, un día sí y otro también.

 Este sermón cansino se ha multiplicado durante la pandemia, como si la indefensión y las limitaciones que nos ha provocado la COVID hubieran multiplicado en nosotros -hasta hace apenas un año seres todopoderosos y reyes de lo creado- una sensación de derrota que nos ha hecho mirar a las máquinas, a la IA, en busca de socorro.

 Desde que Kaspárov perdiera su primera partida de ajedrez frente a la máquina Deep Blue, allá por 1996, nos temíamos algo así. Y la derrota sufrida ante el virus, ante ese ser microscópico y despreciable, ha hecho sonar todas las alarmas. Hay que volver a las máquinas, a las “redes neuronales”, a los algoritmos que nos libren de esto y de aquello. De lo que vendrá.

 Lo más preocupante en esta “guerra de las galaxias” frente al virus es que, dada la incompetencia que hemos demostrado como especie, dada la torpeza demostrada por todos los organismos nacionales e internacionales (más simples que el diseño de un palillo), se ha optado por dotar a las máquinas de la capacidad de tomar decisiones.

 Si la OMS no nos vale y los políticos ya ven, pues mejor dejar que nos dirija la IA, que ella tome las decisiones oportunas y nos eviten la pesadilla vivida durante estos meses. Meses que serán años si alguien no lo remedia.

 Decisiones médicas, decisiones judiciales, decisiones educativas y gubernativas, decisiones de todo tipo, serán tomadas por la computación cuántica de la IA, que ya está bien de dejarlas en manos de incompetentes o de corruptos.

 En esa euforia que nos provoca la ciencia, cuando vemos que nos resuelve los marrones de nuestra torpeza, hay entusiastas que ven un mundo nuevo con esa Inteligencia Artificial aplicada a todo tipo de oficios, también a los artísticos.

 Si en EEUU ya hay redes neuronales que asesoran a jueces y el agua de Barcelona está potabilizada por una red neuronal, según cuentan los estudiosos del tema, ¿por qué no confiar su eficacia en campos como la escultura, la música, la pintura, el cine, la canción, el teatro, la escritura…?

  Ya hay plataformas (de momento solo en inglés) a las que les das un punto de partida, una idea sencilla y la IA te escribe una historia coherente, rompiendo eso que se llama el “bloqueo del escritor” cuando se halla frente a la hoja en blanco.

 Estas máquinas o plataformas o como se llamen mejoran día a día y pronto estarán dotadas de un sistema que permitirá elegir incluso el estilo de nuestro autor preferido.

-Voy a escribir como Bukowski, -me dice un amigo, seguidor incondicional del escritor alemán.

Le miro de mascarilla a mascarilla mientras muevo la mano derecha como quien se sacude el aire (gesticular con la mascarilla es perder el tiempo) advirtiéndole de la dificultad de la empresa.

-Una cosa es enhebrar y otra dar puntadas -le digo mientras se aleja moviendo la cabeza y balbuceando no sé qué de una máquina (perseverance, creo que dijo) que acaba de llegar a Marte gracias a la Inteligencia Artificial.

 Y entonces pienso que sí, que puede que tenga razón, que aunque con los medios actuales sea difícil imitar el estilo soez y decadente de un Bukowski, o la escritura mística de un san Juan de la Cruz, por poner dos ejemplos extremos, a saber lo que ocurrirá pasados unos años.

 Al fin y al cabo estamos en los inicios de todo (siempre lo estamos) y si antes las ciencias adelantaban que era una barbaridad, hoy ni les digo. Ya se habla de una IA in vivo que procesará datos codificados en ADN. O sea, no en datos binarios de ceros y unos, sino en material genético.

 La IA aplicada a grandes volúmenes de datos (poseer datos es el petróleo de las nuevas empresas) es la gran revolución que ya está aquí. Otra cosa son los retos legales y éticos que plantea.

 Las posibilidades son inmensas. Unas buenas y otras perversas. Depende de cómo las usemos. Pero eso ya nos pasó con la revolución industrial, ¿se acuerdan?



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