Narcisos en la nieve

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(10/02/2021) Seguro que ustedes lo han visto más de una vez. Ocurre cada vez que nos llega una borrasca. Mientras el periodista de turno se acerca a una playa cualquiera -suele ser la de la Concha, no sé por qué- un individuo camina de espaldas a darse un baño, indiferente al paisaje y al paisanaje, mientras el comentarista de la tele confirma al respetable: “siempre hay valientes dispuestos a presentar cara a las inclemencias”.

 No estoy seguro, pero creo que estos bañistas son personas acostumbradas a darse un baño haga frío o calor, y que no quieren -eso quiero pensar- tener protagonismo alguno. Es como si se hubieran propuesto hacer ese deporte cada mañana, convencidos del vigor que proporciona el abrazo con las frías aguas del mar.

 Pero sea así, o no, lo que está claro es que estas personas han creado escuela y lo que para ellos es una manera de fortalecer el cuerpo, entregándose cual espartanos a las inclemencias para endurecerse y luego conquistar Atenas, ha degenerado con la llegada de las autofotos e Instagram en otra cosa.

Cada vez abundan más los individuos que aprovechando cualquier inclemencia se despelotan para darse el gusto de salir en la tele o que hablen de ellos en las redes sociales.

 Llegó Filomena -otro día hablaremos de la infantil costumbre que nos ha dado por poner nombres a borrascas, ciclones y anticiclones, y no, ya puestos, a los terremotos- y surgieron como las setas multitud de narcisistas a los que les dio por mostrarse ante la cámara de la manera más estrafalaria y llamativa posible.

 A unos les dio por hacer un tobogán de cualquier calle empinada, a otros por construir una especie de trineo arrastrado por sus perros con el que pasear las grandes avenidas, a otros por esquiar por las principales arterias y a otros, en fin, por posar desnudos para que todos viesen que es así como hay que enfrentarse a los elementos.

 Eso sí, todos estaban muy atentos a dejar registro del hecho, haciéndolo en zonas donde saben que hay cámaras de todo tipo (además de las suyas) para dejar constancia del atrevimiento. Porque se trata es de eso: que todos se enteren. Y, si encarta, abrir el telediario.

 “Instagram se llena de fotos de famosos desnudos en la nieve  para celebrar el caos de Filomena”  decía un titular, alimentando de esta forma el ego de tanto protagonista en cueros.

 A uno, que es muy torpe, le gustaría valorar la osadía de tanto “valiente” como le rodea y que auguran un férrea defensa en caso de ataque enemigo, pero le extraña que no haya ninguna crónica, apunte o diario dejados por algún cazador en donde se diga que tal día y a tal hora se le alegró la vista atisbando entre los pinares nevados de su pueblo a una persona en pelotas.

 Pero no. Ni caerá esa breva ni los calzones de nadie, querido cazador. Está demostrado que así no tiene gracia. Que lo importante es contarlo. Que se vea. Que hablen de uno aunque sea para mal. Que aumenten los likes de quienes les siguen en las redes sociales. Porque alguien tiene que “celebrar el caos de Filomena” como decía el titular.

 No quisiera yo convertirme desde estas líneas en un nuevo Il braghettone -aquel personaje que cubrió los desnudos pintados por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina- que se escandalice de tanto compatriota en cueros. Sí quisiera que ante una calamidad como la sufrida donde muchas personas quedaron atrapadas y en la que otras murieron por no poder llegar a tiempo los equipos de rescate, con médicos atrapados y en plena crisis del coronavirus, mejor que andar en cueros por la nieve hubiera sido coger la pala o el 4×4, como esos valientes que lo hicieron, y salieran a la calle a echar una mano.

 Porque, de lo contrario, estamos alimentando una sociedad superficial y frívola, donde campea el infantilismo y donde lejos de empatizar con los demás (mucha gente lo pasó muy mal durante la nevada) cada cual empatiza consigo mismo.

 Permitan que termine con unas palabras del dramaturgo italiano Romeo Castellucci:

“La obsesión por “selfiarnos” (retratarnos) es una enfermedad existencial, una histeria, o mejor dicho, una neurosis. En el fondo es la expresión de un malestar interno y colectivo. La saturación de imágenes y de palabras en este mundo hiperconectado deviene en un rumor blanco y aséptico: al final, en la pantalla, no hay ninguna diferencia entre una persona torturada y el anuncio de un helado”.



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