Sobre pioneros

suplantaciónn

(30/03/2022) Les hablaba el otro día de la pintora sueca  Hilma af Klint que, en la década de los ochenta del pasado siglo, cambió la historia del arte abstracto situándose como la primera en  el listado de los pintores abstractos -hombres o mujeres- que abrieron dicha escuela pictórica.

 Kandinski que era considerado el pionero del abstraccionismo por su publicación De lo espiritual en el arte se vio relegado por la pintora sueca cuando los cuadros de esta  salieron a la luz en 1986.

 Este fenómeno de la suplantación (intencionada o no) ocurre en cualquier manifestación artística. También en la filosofía.

El medinense Gómez Pereira, que vivió en la primera mitad del siglo XVI, es considerado el predecesor del razonamiento cartesiano antes incluso de que  Descartes, que vivió en el siglo XVII, y su escuela dieran lugar a dicho término..

Para muchos autores que estudian El discurso del método (1637) la conclusión es clara: René Descartes plagió la obra Antoniana Margarita (1554) del español, hasta el punto de tener que defenderse en vida de semejante atropello.

 La famosa frase del francés “Cogito ergo sum” (pienso, luego existo) es demasiado parecida a la que el español escribió ochenta y tres años antes “Nosco me aliquid noscere: at quidquid noscit, est: ergo ego sum” (Conozco que conozco algo. Todo lo que conoce existe; luego yo existo)

 Pero no es solo en el cartesianismo donde fue notable precursor Gómez Pereira. También en la idea de concebir a los animales como seres capaces de sentir, como seres pacientes que sienten  el dolor. “Si los animales pueden sentir entonces los humanos somos crueles con ellos” escribió Pereira en 1554 adelantándose a Jeremy Bentham que publicó An Introduction to the Principles of Morals and Legislation  en 1780.

 Los defensores de los animales tienen en Gómez Pereira todo un referente. Alguien que se adelantó cinco siglos al emotivismo contemporáneo.

 Cada cierto tiempo se producen descubrimientos que cambian los libros de historia. Basta un hallazgo arqueológico inesperado o el descubrimiento de un manuscrito en cualquier archivo para dar al traste con nuestras seguridades y remover la historia del hombre.

 Muchas novelas históricas se adelantan a estos supuestos inventando tramas posibles, abordando hechos que nos son desconocidos, pero que pudieron ocurrir. Y en ocasiones aciertan. Con el tiempo esas elucubraciones que defienden con mayor o menor verosimilitud, son confirmadas por descubrimientos arqueológicos o archivísticos.

  De Blasco de Garay, que patentó varios inventos y mejoró el sistema de paletas para la propulsión de los buques, se sigue discutiendo si, como afirmó Balzac en su obra de teatro Les ressources de Quinola, fue el inventor de la máquina de vapor aplicada a la navegación.

 Yo mismo en El maquinista del mar defiendo la tesis balzaquiana que de momento queda en el terreno de las controversias científicas a la espera de un descubrimiento en cualquier archivo que cambie, o no, la historia del vapor como fuerza motriz.

 Cuando la verdad no puede saberse entonces puede inventarse, dice Javier Marías, y en eso trabajamos los autores de novela histórica: en adelantarnos mediante la ficción a hechos que los historiadores no pueden aún confirmar.

 Además, si nos ponemos exquisitos, la historia ¿no es una ficción más?; y los personajes históricos, ¿no son también, en parte, personajes de ficción fruto de la imaginación de sus biógrafos?, ¿no es acaso la historia un conjunto de conocimientos que cambian según los intereses de las personas que los escriben y de los pueblos a los que sirven?

 En unos tiempos en los que campea el olvido y la tergiversación (no la mera suplantación de la que hablábamos más arriba), donde brotan reivindicaciones fraudulentas, interesadas y peligrosas sobre la historia, es obligado crear personajes de carne y hueso mediante la ficción.

 Ficción que lejos de examinar la realidad examine la existencia, el amplio campo de las posibilidades humanas. Posibilidades imaginarias que se nutren de nuestro pasado y que pueden iluminar las oscuridades de la historia

Porque como afirma el escritor Sergio Ramírez, una novela es una conspiración permanente contra las verdades absolutas.



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