Genios y genias

zendal

(20/03/2022) Oír la novena sinfonía de Beethoven aunque sea a través de la televisión -algo que cualquier musicólogo no entendería- es siempre gratificante para cualquier mortal, interesado o no en las partituras. Y si la causa es noble -era el vigésimo concierto en homenaje a las víctimas del terrorismo- pues mejor que mejor.

 Ya puesto y, tras la cena, asistí en la misma cadena a un programa que bajo el título “Está vivo” o los grandes genios de la historia rememoraba las aportaciones que hombres y mujeres han hecho al progreso humano, al desarrollo científico y cultural de la humanidad. El programa, aunque intentaba hacer una exposición equilibrada de la aportación de ambos sexos, enfatizaba la aportación femenina en un intento de rendir justicia a aquellas mujeres que hubieron de enmascarar su nombre bajo seudónimos masculinos para poder editar su obra -caso de las hermanas Brönte o de Amantine Aurore Lucile Dupin (George Sand)-o fueron fagocitadas por padres o maridos que se aprovecharon de su obra -caso de la sevillana Luisa Roldán, “la Roldana”- o simplemente fueron ignoradas por criterios de sexo o raza -como Mary Jean Seacole y Florence Nightingale, enfermeras que en 1854 y en el contexto de la Guerra de Crimea, salvaron muchas vidas.

  La presentadora, huyendo como podía del masculino genérico -el tema del día lo demandaba- se esforzó desde el principio en hacer desdoblamientos -hablaba de genios y de “genias”- como si quisiera hacer “justicia histórica” a tanto olvido, a tanta injusticia.

 Pero los desdoblamientos si no se usan con la mesura necesaria pueden resultar cuanto menos chirriantes y convertir el discurso en interminable si se desdoblan todos y cada uno de los términos para aplicarlos a ambos sexos.

 La filóloga y escritora Irene Vallejo, autora de El infinito en un junco, dice haber reflexionado mucho sobre el tema y aparte de insistir en que no debemos olvidarnos con tales desdoblamientos de criterios tan básicos como la poesía en el ritmo y la economía del lenguaje, afirma:

“Creo que las duplicaciones y triplicaciones no tienen futuro como tal. Simplemente cambiar las terminaciones y estar multiplicando los conceptos que utilizamos en enumeraciones eternas eso creo que no triunfará…creo que hay que intentar otras fórmulas más sutiles”.

 Dejando aparte esta obsesión por las “genias” -hasta 19 veces se oyó en el programa este término que aún no reconoce la RAE- por el programa desfilaron grandes creadoras como la excelente pianista Clara Schumann, la poeta y humanista Christine de Pizan, la pintora abstracta Hilma af klint, la maestra en literatura de ciencia ficción Alice Mary Norton (André Norton) y la novelista británica Jane Austen, entre otras.

 Aunque aparecía alguna española como Fermina Orduña, primera mujer que registró un invento en España, o Ángela Ruiz Robles, inventora de la enciclopedia mecánica con la que se anticipó al libro electrónico, o la aludida Roldana, se echaba de menos más presencia de las mujeres que aquí, en España, supieron elevarse hasta la excelencia luchando contra viento y marea.

 Sí, eché de menos a Beatriz Bernal, primera escritora de España -o primera mujer con conciencia de estar escribiendo una novela, Cristalián de España,  para su publicación- a Matilde Cherner que publicó bajo el seudónimo de Rafael Luna sus novelas, a Eva Canel que escondió su nombre bajo seudónimos como Ibo Maza y Fray Jacobo, a Caterina Albert (Víctor Català), a Josefa Codina Umbert (Tirso de Tebas),a Josefa Pujol de Collado (Evelio del Monte) y a otras muchas apenas conocidas entre nosotros.

 Entre las enfermeras, sin desmerecer las aportaciones de las arriba citadas, eché de menos a  Isabel Zendal Gómez la enfermera que salvó miles de vida en la heroica Real Expedición Filantrópica de la Vacuna encabezada por Francisco Javier Balmis (otro de tantos olvidados, no ya en el programa, sino en la sociedad española en general).

 Ya sé que cuando se hace un programa hay que sujetarse a unos límites temporales en los que no cabe todo. Pero hay una tendencia a poner a las grandes figuras, esas que no tienen contestación posible –me refiero a Newton, Darwin, Allan Poe, Braille- en detrimento de otras quizá más humildes, pero que contribuyeron al bienestar del que hoy tantos gozamos. O a poner a mujeres como las hermanas Brönte, o Jane Austen, continuamente recordadas -en sus países les han reconocido y colmado de honores- mientras otras siguen olvidadas en la historia y en su propia patria.

 Un ejemplo: la enfermera británica Florence Nightingale al volver de Crimea fue nombrada miembro de la Royal Statistical Society, recibió la Real Cruz Roja en 1883, la Orden del Mérito del Reino Unido en 1907 y fue considerada un icono en su época. De la enfermera española Isabel Zendal Gómez -protagonista de la primera campaña de vacunación global de la historia- se desconoce la fecha y el lugar de su muerte. Sí sabemos que en 1811 seguía pidiendo una pensión de tres reales mensuales a los que tenía derecho su hijo por ser uno de los veintidós niños que llevaron la vacuna al otro lado del atlántico.

 Pasen y juzguen.

 

 

 



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