El conductor ebrio

ebrio

(10/05/2024) Todos conocemos a personas que alardean de ser optimistas y de que son incapaces de ver el lado malo de las cosas. Pero lo que muchos nos sabemos es que esa aptitud llevada al extremo se conoce como el síndrome de Pollyanna o polianismo, una incapacidad para ver el lado malo de las cosas descartando -y esto es lo grave- parte de la realidad. Son, para que nos entendamos, esos sujetos que cuando se rompen un brazo alardean de su suerte por no haberse roto los dos.

 El síndrome de Pollyanna, como otros muchos síndromes, tiene su origen en la literatura infantil. Pollyanna es una niña huérfana, protagonista de la novela homónima de Eleanor H. Porter, que se caracteriza por poseer un optimismo exagerado. De hecho, en inglés el término pollyanna es utilizado para nombrar a los excesivamente optimistas.

 Para quienes no conocemos tal síndrome y lo patológico del asunto lo normal es que tachemos a quienes lo padecen de haber bebido más de la cuenta o de no estar en sus cabales.

 Otro trastorno basado en una obra literaria es el síndrome de Rebeca que se refiere a los celos patológicos de un individuo hacia la pareja o parejas que tuvo la persona con quien comparte su vida. Rebeca es una novela de Daphne du Maurier llevada al cine por Alfred Hitchcock que trata de los celos que siente la nueva mujer de un viudo hacia su difunta esposa, Rebeca.

 Saco estos síndromes a la palestra porque acaba de llegarme una noticia sobre otro síndrome del que desconocía su existencia. La noticia -“absuelven a un belga, cuyo cuerpo produce su propio alcohol, de conducir ebrio”- saltó el pasado 22 de abril cuando el tribunal de Brujas exculpó a un hombre de conducir en estado de ebriedad por padecer el síndrome de la autofermentación (ABS), enfermedad rara entre las raras donde el cuerpo de quien la sufre produce su propio alcohol provocado por problemas intestinales.

Reconozco que la noticia me pareció tan extraña que, de inmediato, pensé en uno de tantos bulos que circulan por las redes, hasta que comprobé que quien la divulgaba era una prestigiosa agencia periodística que actualmente está presente en más de noventa y cuatro países, y que suministra información en más de veinte idiomas.

 Lo curioso del caso era que el hombre denunciado y luego absuelto trabajaba en una cervecería y tenía todas las cartas en su contra para defender su inocencia. Todos los síntomas lo delataban: dificultad para hablar, tropiezo, pérdida de funciones motoras, eructos, mareos…hasta que llegó una bióloga clínica y demostró que el sujeto, como otras personas con ABS, produce el mismo tipo de alcohol que podemos encontrar en cualquier bebida alcohólica.

 Con los síndromes pasa lo mismo que con las enfermedades raras, que siempre nos sorprende su existencia si no conocemos a alguien que las padece o no hemos oído hablar sobre ellas.

 ¿Han oído hablar del síndrome de Cotard? Pues para quienes no lo conozcan les diré que se conoce también como el síndrome del cadáver andante y que lo sufren quienes llegan a creer que les faltan partes del cuerpo, o la creencia delirante de que están muertos. Su nombre proviene de su descubridor, el neurólogo francés Jules Cotard. ¿Y del síndrome de Fregoli? Lo padecen aquellos que creen que diferentes individuos son el mismo sujeto. Que simplemente han cambiado de apariencia. ¿Y del síndrome de la mano ajena? No, no tiene nada que ver con la política ni con algunos concejales de urbanismo, sino con aquellas personas que creen que su mano no les pertenece, que actúa de manera autónoma como si tuviera mente propia. Este síndrome es también conocido como el síndrome de la mano extraña o alienígena.

 Para terminar, porque alguna vez habrá que hacerlo y no por falta de material, otro síndrome que tiene su origen en una de las obras literarias más conocidas: el síndrome de Alicia en el país de las maravillas. Como ustedes supondrán, a nada que conozcan el cuento de Lewis Carroll, este trastorno consiste en una distorsión de nuestra imagen corporal. Nuestra visión, nuestro oído, nuestro tacto, así como nuestra interiorización del espacio y el tiempo, están distorsionados. Los objetos se ven más pequeños de lo que son y las personas más grandes, o viceversa, pudiendo caer en estados de pánico quienes lo sufren.

  En fin, por lo que me toca, les diré que gracias a este artículo he superado el síndrome de la página en blanco que como ustedes saben paraliza a quienes tenemos que escribir dejándonos sin ideas, aunque si les soy sincero el que más me preocupa es el síndrome del brazo encogido, ese miedo patológico a ofender a alguien en un mundo de ofendidos donde impera lo políticamente correcto.



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