De generaciones y generalizaciones

generaciones

(20/05/2024) “Sabrán editar un vídeo, pero no sabrán atarse el cordón de sus zapatos”. Así de rotundos y tal vez de equivocados se muestran los futurólogos -entre ellos el rotativo británico The Times- respecto a la generación Alfa, también llamada minimilenial, y que incluye a los nacidos después del año 2012, año arriba, año abajo.

 Hijos de la generación Y (también llamada milénica y milenial), los Alfa según predicen los adivinos que brotan por doquier, usarán retinol antes de los doce años, conducirán coches eléctricos, no habrán visto un teléfono fijo en su vida, tendrán enormes dificultades para abotonarse la camisa y harán viejos a la generación anterior, los Z (generación zennial), que son, para que no nos perdamos en este abecedario boscoso, los nacidos entre 1996 y el  2012, año arriba, año abajo y que, según los estudios que no cesan, permanecen unas cinco horas diarias ante las pantallas, saltan entre siete plataformas diferentes, son mayoría en Instagram y se dedican a colgar contenidos en las redes sociales.

 Antes, las generaciones se referían casi exclusivamente al mundo literario y se identificaban por números, normalmente el del año en el que un grupo de escritores se habían dado a conocer: generación del 68, generación del 98, generación del 14, generación del 27, generación del 36, generación del 50 ,.., pero ahora se ha tomado como referente generacional la mayor o menor inmersión en la revolución digital por parte de los individuos nacidos en distintas años. Y como los cambios en este ámbito se dan a gran velocidad, agotadas las últimas letras del abecedario que iniciaron el proceso, (generación X, generación Y, generación Z), ahora se recurre al alfabeto griego: alfa, beta, gamma, etc. para seguir agrupando al personal y de esta manera poder entender mejor los procesos y cambios sociales, objetivo de toda clasificación que se precie

  Los que pertenecemos a la generación “pizarrín” (generación Baby Boomer que dicen otros), aquellos que nacimos entre los años 1949 y 1968, los que por no tener no tenemos letra que nos identifique y que nos educamos con la “Álvarezpedia”, -la enciclopedia Álvarez ¿se acuerdan? -, que teníamos como único soporte tecnológico la pizarra (de piedra, no vayan a confundirse con la pizarra electrónica) y el pizarrín (de lo mismo), esto de las generaciones nos suena un tanto extraño, condenados como estamos a ser eternos emigrantes en un mundo cada vez más digital e incomprensible.

 Para nuestro consuelo -que en esto como en todo el que no se consuela es porque no quiere- hay una generación anterior que se conoce como la generación silenciosa (Silent Generation que dicen los muy cultos) y que abarca a los nacidos entre los años 1930 y 1948.

 Situado cada cual en el sitio que le corresponde en las seis generaciones susodichas, ahora vendrán las honrosas excepciones que toda generalización conlleva.

 Para empezar, habría que destacar que, de la última generación nombrada, y que alguien podría considerar analfabeta en lo que toca a lo digital, surgieron tres individuos de profesión físicos (William Bradford Shockley, John Bardeen y Walter Brattain) que en el año 1947 trabajando en los laboratorios Bell, allá en California, inventaron un dispositivo que sería hijo de la física cuántica y padre de todo lo que nos ha llegado después: el “transistor”. O sea que ni los X, ni los Y, ni los Z, ni los Alfa, ni los que vengan después, habrían sido nativos y expertos tecnológicos sin el trabajo de estos sabios que fueron sus abuelos. Sin ellos, sin su revolución silenciosa, la jungla digital en la que estamos inmersos no habría existido, ni la hiperconectividad que nos abraza y nos abrasa a un tiempo, ni la telaraña líquida de nuestra modernidad con sus pros y sus contras.

 Ellos, en la California de los años cuarenta, inventaron el “transistor” que supuso para el siglo XX la misma revolución que representó la máquina de vapor en el siglo XIX.

 No sabemos qué se inventará en el siglo XXI, pero de esos muchachos que sabrán editar vídeos, pero que no sabrán atarse sus zapatos, según auguran los nigromantes de los medios, seguro que surgirá también algún sabio que nos sorprenderá con sus inventos y que sabrá manejar el cordón de sus zapatos y el botón de su camisa.

 Lo que importa es que esos muchachos no aprendan nunca a usar ese otro botón (el nuclear) que una vez apretado mandará todo al garete: las generaciones, los abecedarios y las generalizaciones de las que estamos hablando.

 El reloj del juicio final sigue marcando las 23: 58: 30. Estamos a 90 segundos de la medianoche.



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