Vivir la historia

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(10/11/2018) Dice Santiago Posteguillo, último Premio Planeta por su novela Yo, Julia, que los españoles tenemos personajes históricos muy interesantes para llevar al cine o a la novela, pero que no les hemos sabido dar la relevancia que se merecen, al contrario del mundo anglosajón que saca leche de las piedras en lo que a narrar la vida de sus grandes personajes se refiere.

 Y por esas y otras razones, Posteguillo, trabajó durante años en una trilogía sobre el emperador Trajano para demostrar que aquel personaje nacido en España -en Itálica, cerca de Sevilla- fue el mejor emperador de la antigua Roma.

 Si los ingleses hubieran tenido un Trajano entre sus paisanos, nos viene a decir el escritor, habrían hecho decenas de películas, cientos de novelas y documentales, pero nació en Hispania y aquí ya se sabe cómo nos lo gastamos con los mejores: ser carne de callejero para jugar al quita y pon.

Pero Posteguillo lejos de haber heredado esa capacidad para el ninguneo y el olvido hacia nuestros héroes ha puesto a Trajano en lo más alto del Parnaso, con una extensa novela histórica -tres tochos de unas mil páginas cada uno- para que nadie le tache de mediocre o pusilánime, porque como decimos los de pueblo “el burro grande, ande o no ande”.

 Cabe mucha historia en las novelas de Posteguillo que nos demuestran, entre otras cosas, la importancia que sigue teniendo el conocimiento de las lenguas clásicas para entender el mundo antiguo y para comprender el nuestro, para saber el significado de expresiones como “craso error” que manejamos con frecuencia sin conocer que el tal Craso fue un famoso general romano que cometió un error de bulto en su lucha contra los partos, lo que le llevó a perder una legión: La legión perdida.

“Me revienta que en España desconozcamos mucho de nuestra historia” dice Posteguillo, y uno piensa entonces que ya está bien de fustigarnos con leyendas negras  y sueña con que el escritor abandone a cartagineses y romanos y se atreva con Séneca (otro hispano), Cortés, Pizarro, Catalina de Erauso, Valdivia, Balboa, Agustina de Aragón, Cabeza de Vaca, Cascorro, Isabel la Católica, Churruca, Blas de Lezo, Mariana Pineda, Jorge Juan, Clara Campoamor…y tantos personajes, indigestos para algunas tragaderas revisionistas, que no terminan de encontrar, como las cuerdas del arpa, “la mano de nieve que sabe arrancarlas”.

 Esto o hacer un curso intensivo, un master, en Reino Unido, para que nos expliquen cómo rayos se las han arreglado para contar tanto y tan bien su historia hasta el punto de convertir las derrotas en victorias cuando les ha venido en gana y sin que se les caiga la cara de vergüenza.

 Pero este es otro tema y yo les estaba hablando sobre Posteguillo que insiste en que la historia nos deja muchos huecos, muchos silencios, para que el novelista, armado con la ficción, se atreva a rellenar esas oquedades. Ficción que ha de hacerse cruzando historias, dice, para que el lector esté entretenido, creando “ironía dramática” -que el lector tenga más información que los personajes de la novela- y dotando a la narración de un ritmo cinematográfico.

Dice la escritora Olga Romay que un escritor de novela histórica debe ser el mago que sabe manejar la máquina del tiempo y Santiago Posteguillo lo hace de forma magistral. No sólo en sus novelas sino también en sus relatos cortos, cuyos títulos rezuman originalidad y misterio. Lean si no La noche en que Frankestein leyó al Quijote, o La sangre de los libros, o El séptimo círculo del infierno. Compruebe, en este último relato, los infiernos que tuvieron que sortear autoras como Cristina de Pizán, primera escritora profesional de la historia; Sor Juana Inés de la Cruz, que se enfrentó a la Inquisición y se carteaba con Newton; Safo de Lesbos, de quien Platón pensaba que era tan buena como las mismas musas; Vera Caspary una de las mejores autoras de novela negra; Carson McCullers, pionera en tratar temas como el racismo, el adulterio y la homosexualidad en sus novelas; etc.; etc…

 Uno de los placeres más grandes de la novela histórica es el poder convocar a las piedras, dotar de sangre y carne a los huesos enterrados, resucitar historias que duermen en los archivos, pero sobre todo dar al lector la posibilidad de volver a vivir y respirar tiempos pasados.

 Bienvenidas pues esas novelas que nos ayudan a reconstruir nuestra memoria. Bienvenidos esos relatos que nos hablan sobre la condición humana, sobre las glorias y miserias que rigen nuestras vidas. Y bienvenidos los autores que nos hace subir a la máquina del tiempo de su imaginación para soñar otros mundos, otras vidas.



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