Sensibles y ofendidos

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(20/02/2024) Hay muchos tipos de lectores. Dicen que tantos como gustos. Pero de los que más se habla últimamente -dentro de esa especie en peligro de extinción- es de los lectores sensibles. Esos que pueden caer infartados cuando se acercan a cualquier libro que hiere su sensibilidad. Y quien dice cualquier libro, dice cualquier obra artística que no pase los filtros de eso que se ha dado en llamar lo “políticamente correcto”.

  Al parecer, para proteger a esos lectores sensibles, las editoriales han tenido que meterse en gastos y contratar a “lectores de sensibilidad” que, cual modernos inquisidores, se dedican a expurgar las obras literarias de cualquier elemento que pueda perturbar las sensibilidades más delicadas para publicar ediciones impolutas y asépticas que no molesten a nadie.

 Autores como Roald Dahl, Ian Fleming, Agatha Christie, Nabokov, Conrad o Enid Blyton, por citar solo a algunos, han sido revisados o censurados sin que nadie se haya echado las manos a la cabeza ante tamaña osadía.

 Ian McEwan, el prestigioso escritor británico, ha criticado los excesos a los que nos está llevando tanta sensiblería y tanta corrección política afirmado que para él “estas histerias colectivas, pánicos morales, se extienden por las poblaciones de vez en cuando”.

 Aspirar a lo perfecto y a lo infalible, siempre fue peligroso. Muchos de los traumas que padece la humanidad, muchas de las masacres que la han sacudido, se han debido a esta persecución de la pureza (de raza, de fe, de sangre,,,). Tomar a la sensibilidad de cada cual, como vara de medir la moralidad de lo escrito, o como criterio de verdad, es algo tan cuestionable como peligroso. Sobre todo, cuando cae en manos de ignorantes bien intencionados cuyos sentimientos difieren de los demás. Y no digamos si caen en manos de ignorantes mal intencionados.

 Antes eran las ideologías, pero ahora, además de las ideas de cada cual, se censuran las referencias sexuales, los puntos de vista religioso, los asuntos raciales y otros temas que tratan o han tratado libros a los que se clasifica, sin pudor, como “ofensivos”.  Que se lo digan a los profesores del distrito escolar de Burbank en California que han sido obligados a devolver a las estanterías -incluso a retirar de las bibliotecas escolares- clásicos de la literatura universal como Matar a un ruiseñor de Harper Lee (que tanto nos emocionó cuando fue llevado al cine), o Huckleberry Finn de Marck Twain, por contener entre sus páginas términos denigratorios sobre la minoría negra. O eso dicen.

  Lo mismo le ha ocurrido a Agatha Christie y a su magnífica novela Ten Little Niggers (Diez negritos)que ahora en inglés se titula And then there were none (Y no quedó ninguno) y en francés Ils étaient dix (Eran diez). Y la “isla del negro”, lugar donde se cometían los crímenes ha pasado a llamarse la “isla del soldado” tanto en francés como en inglés. Y aquí paz y después gloria.

 Puestos a expurgar palabras, ¿por qué quedarse en “negro”? Ya metidos en harina habrá que hacerlo con todos esos términos que hieran o pueden herir sensibilidades, como “zorra”, “ciego”, “bobo”, “enano”, “gordo”, “bruja”, … etc. Pero si quitamos “bruja” de los cuentos, ¿con qué nos quedamos? Y si quitamos “enano” ¿qué será de Blancanieves y los siete enanitos?

 La cruzada a la que está llevándonos la cultura de la cancelación hace que escritoras de la talla de Enid Blyton -autora de Los cinco, obra con la que tantos niños aprendieron a leer en los sesenta-, haya sido calificada de “racista, sexista y homófoba”. Pero muchos de sus lectores que disfrutaron como enanos -perdón, como “personas con acondroplasia”- juran y perjuran que han llegado a adultos sin padecer ningún trauma y que no se consideran ni homófobos, ni racistas, ni sexistas.

 Si juzgamos lo que se escribió en otra época con nuestros criterios morales no se salva ni la Biblia.

Pero nuestra soberbia nos hace creernos los primeros y únicos habitantes del mundo y que el mundo empezó y acabará con nosotros. Somos atrevidos y soberbios.

  La escritora Ana Blandiana, miembro de la Academia Mundial de Poesía (UNESCO), apunta:

 “La corrección política, nacida del deseo de no ofender, se ha convertido en una grave forma de censura y represión. La cultura europea, que floreció a partir del culto a la libertad, está siendo culpabilizada y censurada; los derechos humanos formulados por los europeos a partir de la necesidad de igualdad están siendo sustituidos por la discriminación positiva, contraria a la objetividad, y la protección de las minorías se ha transformado en una aberrante condena de la mayoría”.

Como diría aquel dibujo animado tartamudo (perdón, disfémico): ¡Esto es todo, amigos!



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