Sé más viejo

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(20/10/2018) Había terminado de redactar este artículo cuando me topé, en el semanario de un periódico, con el anuncio de una conocida marca de ropa que decía “Sé más viejo. Sostenible es comprar un abrigo que te dure 10 años”.

  Y sí, allí, en la revista, se hallaba un viejo derecho como un pino, con las manos metidas en los bolsos de su gabán. La mirada desafiante hacia el lector, firme el ademán. Aire arrogante como de aquí estoy yo dispuesto a comerme el mundo y, como es obvio, bien vestido.

  Y es que últimamente me asomo a los medios de comunicación y compruebo que está surgiendo, de manera más o menos interesada por determinados grupos de poder, un interés creciente hacia la vejez y sus capacidades, acompañado de un optimismo, también creciente, sobre sus posibilidades: que si los ochenta años de un hombre de hoy son los cincuenta de antes, que si la familia se ha fortalecido gracias a su apoyo, que si los niños de la llave han abandonado su “orfandad” gracias a la labor de los abuelos, que si  la vejez es una etapa de limitaciones, pero también de nuevas posibilidades, que si es la mejor edad, etc., etc…

 Pero basta asomarse a la calle o visitar una de las numerosas residencias de ancianos que nos rodean -negocio que va en aumento- para comprobar que dicho optimismo es claramente exagerado o que responde a intereses económicos manifiestos: llenar los lugares de vacaciones y los cruceros de jubilados, potenciar las salas de baile para la tercera edad, y programar cursos de todo tipo para viejos que están o creen estar en la flor de la vida.

 La vejez, querámoslo o no, fue y sigue siendo una suma constante de incapacidades que antes o después se asoman a la ventana de la vida y para las que nunca estaremos preparados del todo por más que nos vendan la película de viejos musculosos, atléticos y atractivos.

 Barbara Ehrenreich, conocida escritora estadounidense con fama de aguafiestas, acaba de publicar  un lobro “Causas naturales. Cómo nos matamos para vivir más”, que es todo un alegato contra las bondades y elixires de nueva juventud que nos venden los nuevos gurús de la salud.

 Ni las personas optimistas viven más por serlo, en términos generales, ni los que se machacan en un gimnasio gozan de mejor salud, ni el andar mucho evita el desgaste de la cadera, ni la prevención a base de pruebas y chequeos evita lo inevitable.

 Chequeos médicos anuales, ecografías, mamografías, colonoscopias, son en muchos casos “rituales innecesarios” para la autora susodicha que clama además contra la humillación que supone para los pacientes la realización de alguna de dichas pruebas.

 Es posible que con el tiempo acudir al médico para hacerse pruebas y diagnósticos se supla con “algoritmos de macrodatos alimentados por un flujo constante de datos biométricos que controlarán nuestra salud a todas horas y todos los días de la semana”, o sea, un aparato incorporado a nuestro cuerpo que nos dirá en todo momento el estado de nuestra salud. Lo dice Yuval Noah Harari, autor de Sapiens, en nuevo libro que titula 21 lecciones para el siglo XXI. Pero esto tampoco solucionará el problema porque como añade Hatari aunque la gente “gozará de la mejor atención sanitaria de la historia, justo por eso es posible que esté enferma todo el tiempo. Siempre hay algo que está mal en algún lugar del cuerpo”.

 Envejecer como ya dije es ir sumando incapacidades, que caen o caerán sobre nosotros como cae la rutina de los días, lo demás son milongas para engañar al personal o, como diría el recordado León Felipe, cuentos para mantenernos dormidos.

-¿Cómo está, abuelo?

-Bien, pero, por favor, no entremos en detalles.

 Y claro que está bien, siempre que no entremos en esos detalles tontos que le acompañan como mosca cojonera a mulo con mataduras: migrañas, lumbalgias, osteoporosis, desgastes, artritis, Párkinson, demencia, Alzheimer, hipertensión, ictus y todo tipo de problemas auditivos y visuales.

Dicen los psicólogos evolutivos que en cualquier edad, el hombre es capaz de cambios y que no solo la niñez y la adolescencia están sujetas a transformaciones. Y es cierto.

 Pero uno se asoma a la realidad y comprueba que salvando las excepciones que siempre las hay, las piernas de un viejo ya no son las de un muchacho y su memoria tampoco. Que vivir muchos años lleva consigo el pago de un peaje y que es bueno saberlo.

 Por eso, sé más viejo, sí. Pero no te olvides de los detalles que irán llegando ¡ay!



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