Extraña coincidencia

zorrilla

(30/12/2018) Hay veces en las que la belleza del lugar en el que nos encontramos se corresponde con la calidad estética de lo que estamos presenciando, elevándonos a estados de bienestar y de embriaguez próximos al éxtasis.

 Ocurre pocas veces, pero cuando sucede se conjuntan las esferas celestes, vemos estrellitas de colores y suenan cascabeles en los rincones de nuestra alma.

 El pasado 16 de diciembre, domingo, asistí a la representación teatral de la obra “Gross indecency (Los tres juicios de Oscar Wilde)” del autor venezolano Moisés Kaufman, en el teatro Zorrilla de Valladolid y experimenté uno de esos estados de los que les hablé más arriba.

 Por un lado me hallaba en el Teatro Zorrilla, joya arquitectónica que aúna belleza clásica con una importancia histórica destacable (allí estuvo el convento franciscano en el que murió Cristóbal Colón, y allí estuvo, aunque por breve tiempo, la tumba del descubridor de las Américas).

 Por otro asistí a una obra teatral en la que todos los implicados están de matrícula de honor.

 Empezando por el autor venezolano Kaufman que ha sabido escribir una historia, sobre uno de los mayores dramaturgos, Oscar Wilde, basada en los juicios que hubo de soportar en un Londres victoriano y homófobo, siguiendo por la magnífica adaptación de Gabriel Olivares y David de Gea,

(brillante el alarde de originalidad exhibido en una puesta de escena minimalista determinada por cajas movibles y por actores que interpretan varios personajes) y continuando con el resto del equipo técnico que forman la compañía TeatroLab Madrid y El Reló.

 ¿Y los actores?, ¿qué decir de los actores? Pues que son eficaces en su cometido, desde Javier Martín que interpreta y construye magníficamente el paisaje interior y el trayecto psicológico de un Wilde atormentado, a todo el elenco que le acompaña: David De Gea, Eduard Alejandre, César Camino, Alex Cueva, Guillermo San Juan, David García Palencia, Andrés Acevedo, Asier Iturriaga, Alejandro Pantany y Carmen Flores Sandoval.

 No era fácil en las más de dos horas, sin descanso, que dura la función mantener la atención de un público que ve cómo la homofobia y sus prejuicios forman el eje sobre el que gira la obra.

  Utilizando testimonios de aquellos juicios, entrevistas de la época, cartas  entre el acusado y su amante, opiniones de sus contemporáneos, periódicos y retazos de la obra de Wilde,  Kaufman teje un tapiz sobrio y vindicativo que nos mantiene clavados en la butaca, olvidándonos hasta de que tenemos que respirar de vez en cuando.

 En Gross Indecency el protagonista es el lenguaje. Un lenguaje cargado de fuerza dramática y de una agudeza dignas del gran seductor de la palabra que fue Wilde.  Palabra que nos conduce a un viaje al lado oscuro de cada uno de nosotros, a nuestros intereses ocultos, a nuestras pasiones desatadas, a nuestras pulsiones más profundas.

 El espectador asiste a un combate crudo, dialéctico y extremo, cargado de metralla emocional, pero también a una reflexión sobre el amor y el deseo, sobre el poder y la justicia, sobre la fragilidad y la genialidad, sobre la literatura y el arte, donde la palabra es esencial y donde el público, en la simplicidad de la puesta en escena, impactado emocionalmente, se siente coautor de lo que ve.

 El idilio entre Oscar Wilde y Lord Alfred Douglas conducirá al más literario de los pleitos y pondrá ante el espejo a la sociedad londinense de la época a medida que transcurra la tragedia legal del autor de El retrato de Dorian Gray, y concluya con su condena a dos años de cárcel.

 Y toda esta belleza escénica en un teatro que fue inaugurado allá por 1884, donde se representa cada mes de noviembre la obra que más fama dio a José Zorrilla: don Juan Tenorio.

 Curiosa coincidencia, pensaba mientras asistía a la representación, que el más famoso de los seductores de ficción, el don Juan de Zorrilla, se representara en el mismo lugar en el que contemplaba un retazo de la vida del autor de El retrato de Dorian Gray.

 Porque Dorian Gray, alter ego del propio Oscar Wilde, se deja llevar por su hedonismo y como el don Juan de Zorrilla se convierte en un joven libertino y amoral.

 Porque Oscar Wilde, como don Juan, es derrotado por la moralidad estricta de una época, y como él abocado al desastre por la pulsión incontrolada de sus deseos.

 Tan reflejado se vio Wilde en el burlador de Sevilla que dejó escrito:

“Oh my God! Don Juan, the legend…nay, the deity…of male sexuality. Can I touch him?”. (¡Oh Dios Mío! Don Juan, la leyenda…no, la deidad…de la sexualidad masculina. ¿Puedo tocarlo?).



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