En Flandes y sin pica

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Aprovechando la “espantá” general que sacude a todo urbanita cuando llegan las vacaciones, me marché, yo también, a conocer Flandes, hoy país pujante, cabeza de Europa, y antaño una  lejana región de la monarquía hispánica donde nuestros soldados marchaban a “poner una pica” y volvían tullidos y menguados para dedicarse, el resto de su vida, a vivir de la caridad pública.

 Me hice acompañar para el viaje de la obra “Cambios” de Mo Yan, premio Nobel de Literatura, que nunca se sabe lo que te puede deparar el camino cuando tan lejos estás de casa.

 Y para cambios el que luce El Bozar de Bruselas con un Michaël Borremans que impresiona y fascina a un tiempo. Su pintura, impregnada de una extraña ambigüedad crea un universo propio que cautiva al espectador. Toparse con su obra “El esquivo” (The Avoider) -hombre joven de tres metros de altura, elegantemente vestido y descalzo- nada más entrar y con la Sleeper -niña durmiendo- es todo un privilegio para quienes admiramos al autor belga.

 Pero si hay un espacio que hace imprescindible el viaje a Flandes es  la visita a Gante y a su Catedral de San Bavón, aunque sólo sea para contemplar la “joya de la corona” que no es otra que la pintura “La adoración del cordero místico” de Jan Van Eyck.

 Considerada por los expertos como una de las diez obras de arte más importantes de la historia, objeto de deseo para los poderosos de cualquier época, su azarosa vida -fue falsificada, amputada, vendida, quemada, robada, censurada…- aparece en “The Monuments Men”, película en la que juega un importante papel.

 El escritor estadounidense Noah Charney, autor de Stealing the Mystic Lamb (Los ladrones del Cordero Místico), dedica alguno de los episodios de su novela a los avatares sufridos por este cuadro durante la Segunda Guerra Mundial. Su historia es la historia de una fascinación.

  Pocas obras de arte aúnan de manera tan admirable la historia, la pintura, la religión, la política, la psicología, el cine, la ideología…

 La tabla del retablo de la Catedral de San Bavón que sobrevivió al furor calvinista y al pillaje de los tiempos no ha dejado indiferentes ni a filósofos como Hegel que dijo de ella “grande, muy grande, como un Júpiter olímpico”.

 Obra de un pintor que fue también agente secreto, mago y alquimista, “La adoración del Cordero Místico” es portadora de una simbología que resulta tentadora para los ocultistas de todos los tiempos y para quienes siguen  buscando el Santo Grial y el Arca de la Alianza.

 No extraña que un apasionado del arte como fue Felipe II de España se fijara en El Retablo de Gante y ordenara hacer una copia para uno de sus palacios en el Alcázar madrileño. Obsesionado con Van Eyck logró que María de Hungría le regalase el retrato de la familia Arnolfini. Que algo es algo.

 Cambios sufridos en una larga vida de expolios, falsificaciones y robos. Cambios que son los de todos nosotros como nos indicaGuan Moye, para la literatura Mo Yan que significa literalmente “No hables”. A saber por qué.

 Cambios de quien quiso ser camionero, obrero, militar, escritor…y que teje con sencillez sus recuerdos de infancia.

 En estas andaba cuando me cayó como un mazazo la muerte de Gabriel García Márquez, también nobel como Mo Yan, grande entre los grandes de la narrativa en castellano que nos ha dejado huérfanos de palabras para irse de la mano del coronel Aureliano Buendía a conocer el Hielo.

 En él pensaba y en la belleza de nuestro idioma mientras asistía a iglesias, museos y paseos turísticos leídos o hablados en flamenco, francés, alemán, inglés… sin que nadie se acuerde ¡ay! del idioma de Cervantes en unas tierras paseadas por “El Licenciado Vidriera” y en las que sentó cátedra el sabio valenciano Juan Luis Vives.

 Vives, ¡sí!, que tiene un modesto busto en la villa de Brujas, allí donde los canales son visitados por miles de turistas.

 Acariciando el noble rostro en bronce del gran pedagogo, homenaje de los maestros españoles a quien tanto hizo por la escuela, no pude por menos de recordar una de sus sentencias:

No olvide el prudente maestro cuánta es la diferencia que media entre el que comienza, el que avanza y el que ya llegó… Que no hay cosa más intempestiva que exigir frutos sazonados a un árbol que comienza a retoñar cuando el abril se anuncia”.



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