Como Grecia

(10/5/2010) Lo primero que vio, al despertar, fue el rostro ansioso y emocionado de su mujer. Luego, unas batas blancas que se movían nerviosas por la pequeña habitación en la que reposaba. Tardó algunos minutos en darse cuenta de que acababa de emerger de un sueño largo. Demasiado largo.
- ¿Cómo te encuentras? Llevas tres años en coma -su mujer, emocionada, apenas podía balbucear unas frases tanto tiempo retenidas y deseadas- Tuviste un accidente con la moto.
Tras mojar con su lengua los resecos labios silabeó unos sonidos que querían decir “bien” y volvió a la guerra que seguía manteniendo con Morfeo.
Fue después, mucho después, cuando, tras momentos de sopor y letargos que querían volver a sepultarlo en las tinieblas, fijó sus ojos en el periódico que alguien había depositado sobre la mesilla hospitalaria. Un enorme titular enmarcaba una noticia sin duda importante. “España va camino de convertirse en otra Grecia”.
El esfuerzo que había realizado para poder leer aquellas grafías con los ojos aún heridos por la luz cegadora de la vida, había merecido la pena, pensó. Despertaba, sin duda, en un país nuevo donde la cultura ¡por fin! florecía como en la Grecia de Homero, de Persiles, de Fidias…
Los años de ausencia habían sido ricos en cambios. A la vista estaba. Era como despertar en el paraíso.
El país garbancero y chusco que había soportado antes del accidente era, por fin, un pueblo culto y avanzado donde el gusto helenístico empezaba a ser general en un vecindario al que recordaba analfabeto. Orgullosamente analfabeto.
Aquellos excesos que aún retenía su memoria, aquellas ciudades sin límites donde hasta los ríos eran terreno urbanizable y donde todo se recalificaba en función del bolsillo insaciable del concejal de turno, aquellos vomitivos programas televisivos de energúmenos despellejándose en pro de un “todo sea por la audiencia”, habían sido por fin derrotados por otros poderes en los que la ética vencía. ¡Por fin!
Ética. Bella palabra donada, como tantas, por Grecia.
Y la palabra Grecia le llevó, como por encanto, a sus años de Bachillerato. Al profesor que los hablaba, embobado como un enamorado, de la Grecia Clásica, de su maravilloso siglo V. El siglo de Pericles, decía. Aquella asombrosa centuria donde se inventó Occidente y se parió una cultura que nunca, nunca ya, llegaría a alcanzar aquel esplendor. Aquel brillo.
Y pasaron por su mente los políticos atenienses que idearon la democracia. Audaces y sensatos a un tiempo. Sabios. La liga de Delos con gobernantes como Temístocles, Cimón y Pericles.
Y pensó, en un alarde de entusiasmo infantil, que por fin las buenas maneras de gobierno habían sentado cátedra en el mediocre bipartidismo que llevaba décadas gobernando el país. Que la cultura clásica, con aquellos templos que habían sido la admiración del mundo (el Partenón, la Acrópolis, el templo de Zeus en Olimpia…), habían vencido al ladrillo omnipresente en el paisaje. Un paisaje que recordaba ver, desde el retrovisor de su moto, como un gigante ocre y humoso del que no podía despegarse.
“España va camino de convertirse en otra Grecia” volvió a leer con el gusto de haber despertado en un mundo nuevo.
En estos pensamientos estaba cuando percibió como una bata blanca se acercaba a su mujer.
-De seguir así mañana mismo deberán abandonar el hospital. La crisis no nos permite mantener una cama ocupada durante tanto tiempo.
- Pero…puede tener una recaída –clamó su mujer con la convicción de un perdedor.
- La dirección es tajante. Hay que bajar como sea el déficit hospitalario. España no puede convertirse en otra Grecia.
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Tardó algún tiempo más en darse cuenta de que todo había sido un fulgor de esperanza sin contenido. Un espejismo de quien ha atravesado un desierto de oscuridad y nada. Una quimera…una ilusión.
Que Grecia había dejado de ser un modelo para el mundo hacía más de dos mil años.
Que todo había sido un sueño. Que la pesadilla continuaba.
Cerró los ojos y deseó seguir durmiendo…



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