Libros de pega

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(10/O6/2023) La moda llegó durante la pandemia. Necesitados de poner un decorado digno a las numerosas videollamadas y videoconferencias que se realizaron por entonces, muchos optaron por colocar tras ellos, en estanterías improvisadas o encima de cualquier mesa, un buen número de libros.

 Y como el hábito de leer -lo mismo que el de comprar libros- hace tiempo que desapareció en los hogares -las series mandan-, acudieron a empresas especializadas en decoración de interiores con sucedáneos de libros, con volúmenes que solo tenían de tales el título en la portada y la eficaz forma paralepípeda, pero que ofrecían el mejor fondo posible a los curiosos que se adentraban en su oficina o en su sala de estar para participar en cansinas reuniones virtuales.

Y la costumbre, como las terrazas en la calle o el miedo a tocar las manillas, ha perdurado entre todos aquellos que pretenden adornar su imagen con un estatus de cultura del que, probablemente, carecen.

 Cuando creíamos que a los libros les quedaban cuatro días –“no me queda espacio para libros, mi piso no da más de sí”, se quejaba más de uno- ha llegado el momento de su rescate para  quienes quieran presumir de cultura o aparentar que la tienen.

 Es la nueva tendencia en decoración. Los llamados libros falsos o libros de pega, que replican no solo la portada sino el olor característico a imprenta, a curtiduría o a sebo rancio que tanto enamora a los bibliófilos, tienen muchos partidarios en las redes sociales. Tantos como detractores. Para unos es la mejor manera de sacar el máximo partido a su sala de estar creando una atmósfera acogedora, para otros es una degeneración más en una sociedad que reduce la cultura a su versión más superficial, a mera apariencia.

 A la duda que nos martirizará a partir de ahora sobre si el libro que vemos en casa del vecino es de su autor preferido o un mero parto de la Inteligencia Artificial, como les comenté en mi anterior artículo, se unirá ahora otra duda más pedestre: los libros que adornan sus estantes, perfectamente decorados y con portadas que combinan con paredes y muebles, ¿serán libros reales o solamente lo parecen? El Crimen y castigo de Fiodor Dostoievski que descansa sobre su aparador ¿encerrará en su interior lo que se espera de una de las novelas más influyentes de la literatura rusa o será un cubículo vacío, una caja donde guarda los gemelos y el reloj del abuelo?

 Entre los numerosos usos que se han dado al sufrido libro a lo largo de la historia: avivar las llamas cuando llegaban los fríos, calzar la pata de la mesa comedor, arrojarlos en defensa propia, confeccionar flores de papel, posavasos, casas para pájaros (vean la ilustración de este artículo)… la nueva utilidad tiene muchos adeptos.

 Ya hay empresas que venden títulos aleatorios con los que llenar todas las estanterías. El cliente solo tiene que elegir tema y color, o seleccionar tiradas de estética vintage anterior a los años sesenta, si lo prefiere.

 -Por favor, tengo un fondo de pared de dos metros que quiero decorar con falsos libros de temática prohibida o esotérica.

 El empleado toma nota y al día siguiente te envía las tapas de El libro prohibido, de Christian Jack; El libro de Thot, de Aleister Crowley; El libro de Dzyan, de origen tibetano; El libro de Voynich, manuscrito aún sin descifrar; Necromicón, libro de saberes arcanos y magia ritual; El Codex Gigas, del que se dice que fue escrito por el mismo diablo…Y así hasta dos metros.

 A los ejemplares que molestan por robar espacio y que sus dueños miran con desprecio por considerar que están ocupando un lugar que necesitan  para la play station, les ha llegado la hora de sacar pecho. Ellos también podrán formar parte de esas decoraciones de interior que tantos teletrabajadores reclaman para enmarcar, con el decoro debido, su imagen opaca y aburrida. Ellos siempre serán moralmente superiores a tanto libro hueco que veremos a partir de ahora.

 Alguien dijo que si un libro choca contra una cabeza y suena a hueco, no siempre es culpa del libro. Pero a partir de ahora se multiplicarán las dudas ante tanta oquedad, ¿será la cabeza hueca del lector la que choca contra el libro o, por el contrario, será el libro hueco el que choca contra su cabeza?

 Estamos condenados a una duda quijotesca: ¿son molinos (libros reales) o son gigantes (libros de pega)? Las dudas han llegado para quedarse. De eso no hay duda. ¿O sí?



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