De escondites y fantasmas

cazaf

(30/04/2023) La ciudad estrena rutas turísticas. “Rutas familiares”, dice la prensa. Y uno, que en un principio aplaude la noticia por lo que tiene de enriquecimiento cultural -conocer la propia ciudad siempre es encomiable-, pronto le asaltan las dudas y se pone en lo peor, porque demasiadas veces, y con la mejor de las intenciones, tras lo “familiar” se esconde lo vulgar, lo banal, lo simple.

 Mis temores aumentan cuando sigo leyendo el contenido del anuncio: “las nuevas rutas turísticas “lo que la ciudad esconde” y “Los fantasmas de Fabio Nelli” plantearán enigmas para toda la familia”.

 Y digo que mis temores aumentan porque, al parecer, hay quien defiende desde los altos despachos que para ofrecer algo a los muchachos, para atraer al público joven -y de paso a los padres-, hay que infantilizar la cultura montando una película a lo Walt Disney con sus “fantasmas”, sus “misterios” y sus  “brujitas”, como si los niños no fueran seres inteligentes, capaces de enfrentarse a las piezas museísticas desde ángulos más realistas.

 En la civilización del espectáculo en la que nos movemos no hay museo que no cuente con sus apariciones y sus sucesos paranormales, y, como lo mediático vende, se ofertan leyendas  sin base histórica alguna, como la de “El sillón del diablo”, o “La ventana por la que sacaron a bautizar a Felipe II”, o las “Apariciones de la abuela Nicolasa en la Casa de Zorrilla”.

 Se trata de eso de vulgarizar la cultura, de acercarla al vulgo, al pueblo, algo que sería loable y hasta noble si en ese “vulgarizar” no se huyera de la excelencia, de la reflexión, de lo difícil y complicado. Es como si todo tuviera que ser divertido en esta cultura del entretenimiento y que sin diversión no hubiera cultura.

 “Lo estimulante es lo difícil” decía el pensador cubano José Lezama Lima, pero los tiempos han arrinconado lo complicado y todo el mundo, en busca de información, pide que se la den “masticada” y rápida.

  Si vas a un museo sus responsables te rebajan los contenidos para que los entiendas, dicen; y si escribes una novela te obligan a que “enganche desde la primera línea” como si la resistencia a leer lo difícil, lo que nos obliga a comprender y a superar nuestras limitaciones, fueran crímenes de lesa lectura.

“No todo crimen es vulgar, pero la vulgaridad es un crimen” manifestaba también Oscar Wilde, que aún no sabía lo que se nos venía encima.

  Está muy bien lo de divulgar el patrimonio oculto, pero sin olvidarnos del patrimonio visible, de las piezas que atesoran tantos museos vacíos de visitantes.

 El palacio Fabio Nelli, en esta ciudad contada, contiene tesoros arqueológicos de enorme valor y su visita debería ser obligada para cualquier ciudadano. Aun así, es uno de los grandes desconocidos, me temo.

 Bienvenido sea, por lo tanto, ese intento de ofrecer esos “fantasmas de Fabio Nelli” donde -y escribo lo que ponen sus responsables- “los visitantes tienen que ayudar a Lucinda, una cazafantasmas en prácticas, a superar las pruebas para alcanzar la titulación oficial de cazafantasmas”. Bienvenido.

 Pero que nadie olvide que, más allá de los fantasmas y de Lucinda, se halla uno de los edificios más interesantes de la ciudad que contiene el Museo de Arqueología y Bellas Artes con piezas de enorme valor histórico.

 -Si ponen lo de “Museo Arqueológico”, no va nadie -me suelta un amigo cuando compartimos la noticia.

 Y le digo que sí, que tal vez tenga razón, pero que si nos quedamos en lo lúdico, los muchachos y sus padres saldrán con el título oficial de cazafantasmas sin llegar mucho más allá.

 Esta obsesión por divertir, por ofrecer “pan y circo”, lleva muchas veces a la vacuidad y a la formación de una ciudadanía pasiva y sin criterio. A una cultura  paupérrima y desalentadora que huye de la crítica y es apología de la ignorancia.

 La diversión es algo a lo que todos aspiramos, y bien está que así sea, pero quedarse en ella como único objetivo es ideal absurdo e irrealizable, porque la vida también es drama, dolor y frustración.



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