¡Todo está aquí!
(30/11/2023) Es la frase más socorrida. La que con más frecuencia se escucha en tertulias y sobremesas. Cuando alguien intenta poner sobre el tapete cualquier conocimiento adquirido, por ejemplo, el número de especies de hormigas que hay en el planeta, y procura buscarlo en su memoria, antes de que lo intente alguien grita: “¡espera, que todo está aquí!”
Y entonces, desenfunda esa prolongación robótica de la mano que llamamos móvil y, tras consultarlo unos segundos, dispara: “existen más de 10.000 especies de hormigas en el mundo”. Luego, ufano como quien acaba de descubrir un tesoro, muestra el aparato al resto de los presentes, mientras larga la última de sus filosofías “Lo veis, ¡todo está aquí!”.
Vivimos cada vez más en un mundo de desmemoriados vocacionales. De desmemoriados orgullosos de serlo. Individuos que antes apenas participaban en la conversación, por timidez o por falta de combustible (memorístico) se muestran atrevidos y arrogantes gracias al “todo está aquí”.
Quienes antes no tenían nada que decir porque no se habían esforzado en aprender (memorizar) nada, son ahora los reyes del mambo en cualquier tertulia. Manejan con destreza el aparato y solo desaparecen de la charla cuando, callados y corridos, confiesan que se lo han dejado en casa.
La memoria es la gran desterrada de nuestro sistema educativo y ya nadie quiere “perder el tiempo” memorizando la tabla de multiplicar, ni aprendiendo de memoria los ríos de España o las distintas capitales del mundo. ¿Para qué si todo está aquí, en el móvil?
“Me destierro a la memoria/ voy a vivir del recuerdo/ y buscadme si me pierdo/ en el yermo de la historia”, clamaba Unamuno, pero ¿quién podrá vivir del recuerdo si no ha memorizado algo antes? Porque el recuerdo no surge de la nada, sino que crece en nuestra mente a partir de sonidos, olores, imágenes… para hacerse cuerpo autónomo en la cámara de nuestra memoria.
Homero cuenta en la Odisea cómo las naves de Ulises se extraviaron en una isla donde sus habitantes se alimentaban de una planta llamada loto (dulce como la miel) que hacía olvidar los recuerdos. Como agasajo de los lotófagos algunos navegantes probaron la hierba y ya no quisieron volver a su patria. Instalados en la desmemoria se olvidaron de Ítaca.
Sin saber nada, sin memorizar nada, ¿podrán nuestros alumnos llegar a pensar?
Los maestros están alarmados por esa ablación de la memoria que convierte la cabeza de los muchachos en una tabula rasa donde la capacidad para pensar ni está ni se la espera.
Sin memoria, sin conocimientos, sin recuerdos, las cabezas vacías no podrán pensar, ni tener en qué pensar. Sin memoria no hay pensamiento.
Y no digo yo que haya que volver a la lista de los Reyes Godos o a opositar para ser “memoriones” como aquellos licenciados que se ganaban la vida memorizando los versos que pronunciaban los actores para transcribir la obra y luego venderla en copias manuscritas. No. Pero de eso a no memorizar nada porque “todo está aquí”, pues qué quieren que les diga. Sencillamente que sin memoria no hay aprendizaje y que sin aprendizaje tampoco hay memoria.
Y hablando de memoria, me vienen a las mientes aquellas personas de mi infancia que sabían largas poesías y hasta obras enteras de teatro como “El Tenorio” de Zorrilla que recitaban en reuniones familiares -mi padre era uno de ellos-. Hombres y mujeres que entrenaban la memoria en la escuela hasta expandir su capacidad al máximo, atletas del recuerdo siempre en lucha con sus límites.
Hay que reivindicar la maltratada y ninguneada memoria. Hay que volver a invitarla a la fiesta del aprendizaje de donde nunca debió marcharse.
Muchos jóvenes y no tan jóvenes se preguntan que para qué memorizar nada si todo está en el móvil. Han delegado su memoria al dispositivo digital y ya nadie se molesta en memorizar los teléfonos de sus amigos o el nombre de la calle donde viven sus parientes.
“Lo dice el móvil y punto pelota”, clama cualquiera sin pensar que en esa manera tan tajante de concluir es donde radica el problema. Porque ¿dónde queda la posibilidad de imaginar, de acercarnos a una respuesta a través del diálogo o de la polémica si todo “lo dice el móvil”?
El filósofo George Steiner, sensible ante esta sociedad de amnésicos, alertó a los jóvenes antes de fallecer en el 2020: “¡Escuchen! Tal vez algún día deban atravesar períodos muy difíciles, pero su memoria les hará fuertes. Creamos generaciones vacías, totalmente vacías, en las que todo puede entrar: la barbarie, la indiferencia… Si hay algo dentro de nosotros, eso nos será de gran ayuda”.
Aprendamos de memoria esta sentencia -son tan solo tres líneas- antes de que nos devore el olvido.