Tanto todo para nada

wasapp

(10/06/2020) Decían que el coronavirus nos iba a hacer mejores, que saldríamos del confinamiento si no dándonos besos en la boca (algo que estaría mal vista debido al contagio), sí comprendiendo mejor a los otros, valorando la importancia de la amistad y de los pequeños detalles, respetando la idiosincrasia de cada cual y viéndole como un hermano, como un compañero de lucha ante la pandemia que ha cuestionado nuestra hegemonía de sapiens. Pero no.

 A nada que se acerquen a las ondas (auditivas o luminosas) verán que siguen expandiendo los mismos odios, las mismas miserias, los mismos bulos que antes del COVID. Que el wasap (ese medio de comunicación cercano que nos acompaña) sigue mandando los mismos vídeos sectarios de cuando los tiempos pre-corona. Que usted y yo seguimos viviendo en el país de la crispación de siempre y que, cuando parece que la furia pierde fuelle, alguien se encarga de atizarla echando más leña al fuego.

 Quienes tenemos más o menos conocidos en nuestra bandeja de entrada y nunca nos habíamos planteado, ni falta que nos hacía, su ideario político (uno puede llegar a conocer el de los amigos, pero no el de los contactos que forman su grupo de wasap) asistimos estos días de controversias y debates encendidos a una invasión masiva de vídeos que demuestran posiciones encontradas, furias carpetovetónicas, rencores viejos que, tras años de democracia, creíamos desterrados.

 Lo que más llama la atención de los remitentes es que casi siempre mandan el mismo mensaje, el mismo recado que alguien les ha mandado a ellos para hacer proselitismo entre sus contactos.

 Piensan, no sé si ingenuamente, que todos los destinatarios de sus mensajes son de su misma cuerda, que piensan como ellos, que militan en su credo político, lo que les envalentona para mandarte el vídeo que a ellos les mandaron. Y uno se pregunta: “si creen que rezamos como ellos ¿por qué siguen insistiendo en adoctrinarnos?, ¿hay algo más estéril que intentar convencer al que está convencido?, ¿algo más inútil que mandar misioneros a un seminario?

 Llegan a ser tan constantes y cansinos que uno ya adivina el contenido recibido antes de abrirlo, hasta el punto que con solo ver el nombre del contacto ya sabes de qué va el asunto. El nombre es el mensaje.

 Y no solamente ocurre con los mensajes políticos extremados, también con otro tipo de contenidos.

 Hay contactos que siempre mandaron chistes más o menos graciosos y que, en el tiempo de encierro al que asistimos, han multiplicado las misivas enviando todos los chascarrillos que caen en sus manos (o sea, en esa prolongación de la mano que es el móvil), y uno no sabe bien si es por falta de material o porque el confinamiento está reñido con las neuronas, cada vez son de peor calidad. Chistes tan malos que nos llevan a la risa, sí, pero por malos.

 A otros les da por mandar mensajes generacionales, sobre todo a la gente mayor (entre la que me encuentro) para subir su autoestima ahora a base de nostalgia. Mensajes del tipo: mira qué buena ha sido nuestra generación, qué felices éramos en nuestra pobreza, cómo hemos levantado España y mira qué trato nos dan ahora. Mensajes sazonados con música de “buscando en el baúl de los recuerdos” y fotografías de niños jugando a las canicas o al “burro arrengao”.

 También están, entre la fauna wasapera, quienes tiran de archivo fotográfico y te mandan las glorias de sus fiestas, el día de su comunidad, las jotas y jaranas que no han podido organizar, pero que organizaron el año pasado, para que veas que en ningún sitio se vive como en su pueblo, ni nadie tiene patrona que pueda compararse con la suya. Curiosamente estos suelen ser los mismos que reniegan de los nacionalismos, pero que, mira por dónde, se sienten a gusto en el localismo más tribal cuando defienden las verdes praderas de su aldea.

Para terminar, porque alguna vez habrá que hacerlo, están los contactos que te envían mensajes religiosos, citas evangélicas, (inclusos sermones grabados al cura de su parroquia), sin pararse a pensar si sus destinatarios son tan creyentes como ellos o, simplemente, si creen.

 Y eso en el wasap porque si pasamos a las redes sociales nos encontramos con más de lo mismo, con la versión más dulce de la existencia de cada cual, con el mismo exhibicionismo ramplón, con la frivolidad de siempre y, como música de fondo de esta falsa felicidad, con la información manipulada y los mismos discursos de odio de antes del “corona”.

 Lo dicho. El encierro, el confinamiento, el estado de alarma o como quieran ustedes llamarlo no nos ha hecho mejores. “Después de tanto todo para nada”, que diría José Hierro.



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