Ventanas opacas

ventana

(10/05/2020) Las ventanas, ese lugar donde los muros se rompen para dejar pasar la luz y el aire, ese nexo con el mundo exterior para ver y ser visto, han tenido y siguen teniendo una especial importancia durante los días de confinamiento.

 Pero no me voy a referir a ellas en este artículo. Tampoco a las otras: a esas ventanas digitales por las que nos asomamos a mundos lejanos: televisión, cine, internet…. No. Voy a escribir sobre una ventana que, aunque opaca, nos asoma también a otros universos, a otras realidades, a otras fantasías: los libros.

“¡Lean!”. Este fue el consejo que dio el primer ministro francés a sus conciudadanos al anunciarles el encierro, y esa recomendación muchos la hicimos nuestra y la acatamos, aún sin ser del país de Voltaire, que para algo tiene que servir la globalización y esto que llamamos Europa.

Y aquí nos ven, asomados a las ventanas del libro, con la mirada perdida en la inmensidad de sus historias, oyendo sus muchas lenguas y escapando de una realidad que quiere mantenernos confinados, domados y asustados, sin lograrlo.

 Libro-ventana por el que miramos el pasado y nos atrevemos con el futuro en un presente que huele y sabe a preso. Libro-ventana que nos hace voyeurs de la vida de los otros, que también nos observan  a través de sus libros.

 Como el muchacho que sale del cuadro en “huyendo de la crítica” de Pere Borrell, huimos a través del libro al mundo exterior que nos maravilla y nos fascina porque el libro, cualquier libro deja ventanas abiertas en los cielos y nos permite volar y otear la condición humana como ninguna otra ventana.

 Ahora que tanto negocio tendrá que reinventarse para seguir vendiendo, propongo a las ópticas que, en vez de regalar gafas de sol en sus ofertas, regalen libros. Porque los libros son las otras gafas, las que permiten a nuestros ojos miopes y cansados ver más allá de nuestra realidad para aventurarnos y transpirar otros mundos.

 Libro-espejo que refleja el mundo y la condición humana, pero que también deforma y altera nuestro pensamiento y crea imágenes imposibles y genera deseos irrealizables como esos espejos deformantes de los parques de atracciones que nos hacen “quijotes” o “sanchos”, “hamlets” o “romeos”, “juanes” o ineses”, y que siempre, mucho o poco, nos cambian.

 Cuando tantos corremos a las peluquerías pidiendo nos cambien la imagen que cada mañana nos devuelven los espejos, sería aconsejable correr hasta las librerías para asomarnos al pozo insondable de los libros, para ver en el reflejo de su abismo quiénes somos y quiénes podemos ser, para cambiar la imagen de nuestra verdad, de nuestro universo, para sentirlos y olerlos como aquel ciego universal, Borges: “yo sigo comprando libros. Libros que no puedo leer. Yo sigo sintiendo la presencia de la Biblioteca”.

 Libro-fonendoscopio para escuchar otros latidos, otras voces, otras músicas, otros universos que están fuera y dentro de nosotros.

 Los doctores deberían auscultarnos con libros, porque solo ellos captan nuestra salud emocional, los latidos de nuestras fantasías, de nuestras carencias, de nuestras mentiras.

 Ya lo dijo Marguerite Duras, ella que tanto sabía de encierros, de soledades y silencios, de libertades: “un libro es lo desconocido, es la noche, es cerrado, eso es. El libro avanza, crece, avanza hacia su propio destino y el de su autor, anonadado por su publicación: su separación, la separación del libro, como el último hijo, siempre al más amado. Un libro abierto también es la noche.  Estas palabras que acabo de pronunciar me hacen llorar, no sé por qué”.

Cuentan que a Winston Churchill, en plena guerra mundial y ante la falta de dinero para la defensa, un ministro le pidió recortar e incluso suprimir el presupuesto asignado a cultura para traspasarlo al ministerio de la guerra, y que este le respondió: “Si sacrificamos nuestra cultura…¿alguien me puede explicar para qué hacemos la guerra?”.

 El libro, la cultura, tal vez los mejores puentes para huir de los localismos, de la xenofobia, del odio, del confinamiento obligado por el coronavirus.

 Libro-respirador, para ser inhalado cuando nos falte la esperanza, para llenar nuestros pulmones con los perfumes del conocimiento, para respirar la vida que se nos escapa.

¡Lean!



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