Y volver, volver, volver…

(10/7/2012) Ahora que tanto se habla de que el mundo, nuestro mundo, es una aldea global donde puedes parlar con cualquier congénere, en tiempo real, aunque se halle en las antípodas, quizás sea el momento de hacer historia sobre los pasos que ha tenido que dar la humanidad para lograr tamaño milagro. Peldaños de una larga escalera que han permitido al homo sapiens mirar por encima de la torre de la iglesia de su pueblo y ver que existían otros homínidos con otras torres con quienes comerciar y, llegado el caso, procrear.
Hitos históricos que lograron algunos elegidos, provistos de valor y de fortuna (a partes iguales), que contribuyeron con sus gestas a la globalización de marras. ¿Me explico?
Entre estos estarían, como es lógico, los descubridores de mundos más o menos lejanos -desde el cromagnon que quiso otear lo que se cocía en el valle de al lado, hasta el que se propuso, muchos años después, llegar a la Luna- pero también los emigrantes que saltando por encima de los jalones que demarcaban su pueblo o su país, arribaron a territorios extraños para hacerlos suyos.
Y entre estos arriesgados hay un héroe de la globalización que se halla injustamente olvidado por la historia, o tendenciosamente ignorado por quienes la escriben. Que vete tú a saber.
Me refiero al fraile agustino Andrés de Urdaneta que logró que las costas de Asia y de América se unieran, hace más de 500 años, en un largo y estrecho abrazo de hombres, cultura y comercio.
Importante recordar dicha gesta ahora que se cumplen cien años de la que realizaron Amudsen y Scott y que tantas páginas está llenando.
Amudsen y Scott ampliaron también el globo, llegando hasta el mismo ombligo del Polo Sur. Pero allí no había nadie. No lograron ningún mestizaje cultural como Colón, Urdaneta o cualquier descubridor antiguo.
Sin embargo todo el mundo habla de los logros del noruego Roald Amundsen y casi nadie se acuerda de Andrés de Urdaneta. Lo de siempre.
Urdaneta y su Galeón de Manila (Galeón de Acapulco o Nao de la China) abriendo una ruta, hasta entonces imposible, entre las costas de las islas Filipinas y las de la América española. Iniciando un camino que se utilizaría durante más de doscientos cincuenta años.
Urdaneta, aventurero, guerrero, marinero, cosmógrafo, fraile…
Desconozco, si cuando en 1989 se creó la APEC ( Asia-Pacific Economic Cooperation) foro multinacional que intenta potenciar la prosperidad económica entre los pueblos del Pacífico, alguien se acordó de Andrés de Urdaneta. Me temo que no.
Urdaneta, como Blas de Lezo, como Antonio de Montesinos, como tantos otros de la estirpe hispana, fueron barridos por el viento gélido del olvido. ¡Qué mal hemos vendido nuestra historia!
Por eso, con las armas que da Internet, hay que gritarlo bien fuerte para que llegue a todas las esquinas y callejuelas de la aldea global. El famoso tornaviaje se hizo posible gracias al genio de Urdaneta, al arrojo de un marino que supo remontarse hasta los 40º de Latitud Norte para dejarse llevar por las corrientes cálidas del Kuro siwo.
Entre la Isla de Cebú, en las Filipinas, y el puerto de Acapulco, en Méjico, se logró unos de los hechos globalizadores más trascendentes en la historia de la humanidad. Que lo sepa el mundo.
Andrés Ochoa de Urdaneta, un español de Villanueva de Ordicia, a las órdenes de Felipe II.
Urdaneta, el primero en conocer las corrientes marinas y los vientos que regían y rigen el Océano Pacífico.
Así como toda regla tiene su excepción, también la regla del olvido a los héroes, la tiene.
No todo ha sido ignorancia. No. El descubridor del tornaviaje cuenta con dos monumentos, que yo sepa. Uno en su pueblo de Ordicia, desde 1904, obra de Isidoro Uribesalgo Guruceta y otro en Manila donde comparte peana con López de legazpi. Pero hay más.
En Valladolid (España) en el Museo Oriental de la ciudad se halla el tercer reconocimiento y agradecimiento para el valeroso marino. Pasen y vean.
Valladolid , la ciudad castellana desde la que el rey Felipe II le ordenó tomara cartas en el asunto:

“Devoto Padre Fray Andrés de Urdaneta, de la Orden de Sant Agustin: Yo he sido informado que Vos siendo seglar fuistes en la Armada de Loaysa y pasastes al estrecho de Magallanes ya la Esparcería, donde estovisteis ocho años en nuestro servicio. y porque ahora nos habemos encargado a D. Luis de Velasco, nuestro visorrey de esa Nueva España, que envia a los navios al descubrimiento de las islas de Poniente, hacia los Molucos, y les ordene lo que han de hacer, conforme a la Instrucción que se les ha inviado; y porque según la mucha noticia que diz que teneis de las cosas de aquella tierra y entender, como entendeis bien, la navegación della y ser buen cosmógrafo, sería de gran efecto que Vos fuesedes en los dichos navios, así para lo que toca a la dicha navegación como para el servicio de Dios Nuestro señor yo seré muy servido, y mandaré tener en cuenta con ello para que rescibais merced en lo que hobiere lugar. De Valladolid a 24 de setiembre de 1559 años = Yo el Rey = Refrendada de Eraso = Señalada de Briviesca = Don Juan Vázquez Agreda Jeraba.”

Carta emitida un 24 de septiembre de 1559, pero que no llegaría a su destinatario hasta los primeros días de Mayo del 1560.

“Sacra Católica Real Majestad: En principio de Mayo deste presente año de sesenta recibí el mandato de Vuestra Real Majestad, hecho en Valladolid a veinte y cuatro de Septiembre del año pasado de cincuenta y nueve, por el cual se servido mandárme vaya en los navios de Don Luis de Velasco, Visorrey desta Nueva España por mandato de Vuestra Majestad, invia a las islas de Poniente, al cual mandato luego obedesci como a mandato de mi Rey y Señor, a quien siempre serví, y beso los Reales pies y manos de Vuestra Majestad por la merced y favor que es servido hacerme en mandarme servir deste su Capellán y siervo. La información que a Vuestra Majestad han hecho, de que yo fuí en la jornada que el Comendador Frey Garcia de Loaysa en servicio de Vuestra Majestad hizo para las islas de Maluco, asi es, que yo fuí en ella el aiio de veinte y cinco, en la cual me ocupé II años hasta que di la vuelta a España, donde en Valladolid el año de treinta y seis di a Vuestra Real persona cuenta y relación de lo sucedido en aquella jornada…”.

Casi ocho meses tardó en llegar la misiva del rey. Hoy bastaría un clic de correo electrónico para lograrlo.
Milagro de Internet que, no lo olvidemos, inició hace casi quinientos años el español Andrés de Urdaneta, fraile agustino natural de Villafranca de Ordicia.



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