Valle Inquietante

gemaniodess

(30/10/2018) Venía de ver la exposición “Nosotros Robots” en el espacio Fundación Telefónica de Madrid cuando me topé, por la noche, con Eva, película del director Kike Maíllo -programada por la 2 de TVE- y que trata también sobre el mundo de los robots, en una de esas extrañas coincidencias que nos hacen mirar hacia los cielos y clamar un “¡no puede ser!”, extrañados ante esos guiños del azar, ante esas conjunciones astrales que jalonan nuestra existencia.

 La exposición, que resulta corta e intensa para quienes no somos aficionados al tema, se inicia con un panel explicativo sobre la evolución de aquellos artilugios mecánicos que han procurado imitar el movimiento de animales y personas desde la noche de los tiempos. Así, leemos que Arquitas de Tarento construyó un ave mecánica llamada La Paloma, que se movía gracias al vapor; o que Herón de Alejandría llegó a publicar un libro sobre autómatas mecánicos; y así hasta nuestros días, tras pasar por el genio insuperable de Leonardo Da Vinci y el diseño de su hombre mecánico perfectamente reconstruido a partir de los esbozos que dejó en sus cuadernos.

 Pero lo que realmente llamó mi atención -ya les he dicho que no me encuentro entre los aficionados al tema- fue cuando me acerqué a los últimos paneles, aquellos que tratan sobre las tendencias actuales de la robótica, crear humanoides dotados de sentimientos y emocionalidad, y sobre todo con el que tenía por título “Valle Inquietante”, término acuñado en 1970 por el japonés Masahiro Mori para la robótica y la animación en 3D, que se refería a la reacción de inquietud y temor que generan los robots que se asemejan en exceso a nosotros. Al parecer, tras múltiples estudios, tal exceso de semejanza, genera una reacción perturbadora porque dudamos de que sean máquinas o seres vivos, porque nos recuerdan a la muerte o, tal vez, porque nuestro inconsciente nos avisa de que cualquier día acabarán reemplazándonos.

 Mori, consciente de la inquietud que sembraban los humanoides, recomendó fabricar robots que parecieran claramente sintéticos con el fin de evitar confusiones cognitivas emocionales.

  En estas andaba cuando por la noche me senté ante la pequeña pantalla para ver la película Eva que tiene como protagonista a un diseñador de robots que los dota de memoria emocional y que intenta reproducir las emociones de un niño en un robot.

  En la película, Alex (el actor Daniel Brühl) es un genio de la computación afectiva, un especialista en crear androides que empatizan con humanos, que leen su estado de ánimo, sus emociones, que interpretan sus textos y detectan su voz. Robots expertos en reconocimiento facial y de las expresiones humanas. Robots a los que se puede llegar a tener cariño.

 Al parecer, según las últimas investigaciones en inteligencia artificial no es difícil deducir emociones a partir de datos, o provocarlos a través de algoritmos, máquinas o redes sociales capaces de manipular emocionalmente a seres humanos.

 En la película, la también experta en computación Lana Levy (la actriz Marta Etura), lo manifiesta con una frase bastante perturbadora: “La lógica borrosa y los algoritmos genéticos nos permiten diseñar un cerebro artificial con variabilidad, es decir, de todas las opciones que se le presenten siempre elegirá la que mejor se adapte a las necesidades del individuo que tiene enfrente”.

  ¿La mejor?, ¿quién programará cuál es la mejor? Como ven un futuro inquietante.

 El Valle de Lágrimas que es la Tierra, según cantamos en La Salve, pasará a ser un Valle Inquietante, repleto de humanoides  perturbadores en un futuro no tan lejano.

 Uno, que viene del terror que le producía la muñeca de trapo de la hermana cuando le miraba como posesa desde la repisa, se estremece ante la idea de que se despierte ante un humanoide que le mira fijamente desde el armario.

 Pero seamos positivos y pensemos en el lado bueno de las cosas, por ejemplo, en el robot bebé foca Paro que se utiliza en centros de todo el mundo para establecer relaciones emocionales con personas con demencia o con alzheimer, o en aquellos que instruirán a nuestros hijos dentro y fuera del hogar, o en los que harán de asistentes personales, o en aquellos que nos sustituirán en los trabajos menos agradecidos.

 José María Álvarez, secretario general de la UGT, propuso la idea de que los robots coticen a la Seguridad Social por los trabajadores que restan a las empresas.

 Pero, dotados de emocionalidad y de conciencia, esos robots ¿exigirán derechos laborales?

  A ti clamamos los desterrados hijos de Eva…en este Valle Inquietante.



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