Una señora de Valladolid

beatriz

(20/04/2022) No, no me estoy refiriendo, aunque bien podría, ni a Concha Velasco ni a Lola Herrera. Tampoco a Rosa Chacel a quien advirtió Pablo Neruda “nunca dejarás de ser una señorita de Valladolid”. No. Me refiero a otra. A un personaje en la historia de la literatura que bien merece ser sacada del pozo del olvido. De ese olvido que seremos todos como sentencia el autor colombiano Héctor Abad Faciolince en El olvido que seremos.

 Hablo de Beatriz Bernal, la primera mujer en España en publicar una novela, Cristalián de España (1545), y la novelista más incomprensiblemente olvidada, incluso en círculos feministas.

 Osada en romper los moldes que esculpían a las mujeres hasta hace no tantos años: humildes, obedientes, laboriosas, honestas, silenciosas, complacientes, subordinadas al varón  y carentes de ingenio, Beatriz Bernal cambió el huso y la rueca por la pluma y prefirió las tramas caballerescas a las del bastidor.

 Primera en escribir un libro de caballerías, de autoría femenina comprobada y con el propósito de publicarla, la Bernal debería figurar en el libro de oro de la literatura española y no en el mezquino olvido que la sigue acompañando.

  Que una mujer escribiera en el Quinientos y que además lo hiciera sobre un libro de caballerías, resultó todo un escándalo para los moralistas de la época que no esperaban que alguien de “frágil sexo” se adentrara en un mundo de hombres.

 Y es que el Cristalián además de ser un libro de caballerías -temática impensable para una mujer en aquellos años- contiene en su trama a mujeres de marcado perfil que se comportan como heroínas, coprotagonistas con los caballeros y, por si fuera poco tanto atrevimiento, dueñas de su destino.

 Con estos mimbres la publicación resultaría imposible. Eso pensaba Beatriz y lo mismo hubiera pensado en aquellos años cualquier persona con dos dedos de frente.

 Sus temores eran tantos que en la primera edición ni siquiera se atrevió a estampar su firma, aunque admitiera, eso sí, que estaba escrita por una “señora de Valladolid” o, para ser más precisos, por una “señora natural de la noble y más leal villa de Valladolid”.

 Refugiarse en el anonimato era práctica frecuente. Sobre todo entre las mujeres pues como sentenció Virginia Wolf  “en la mayor parte de la historia, Anónimo era una mujer”.

 Beatriz Bernal: señora viuda que vivió en la calle Baños -actual Echegaray-, que arrendaba cuartos de sus casas a personas que trabajaban en la Chancillería, que tenía una hija, Juana, que se movió en los círculos de los letrados de la Audiencia de Valladolid y que fue autora del Cristalián. Datos de una biografía escasa que conocemos gracias a la labor investigadora de la italiana, Donatella Gagliardi, que publicó en el año 2010 Urdiendo ficciones. Beatriz Bernal, autora de caballerías en la España del XVI.

 Los hornos de aquel siglo no estaban aún para bollos, a pesar de que un siglo antes ya se había producido un debate cultural conocido como “la querella de las mujeres”, propiciado por la publicación de La ciudad de las Damas de la veneciana Christine de Pizan, en el que las mujeres exigían que se les reconociera su capacidad intelectual a la vez que reivindicaban su derecho a acceder al conocimiento.

 Pero Cristalián de España consiguió superar todas las dificultades, traducirse al italiano  y convertirse en un libro de éxito.

Aunque no es citado en El Quijote porCervantes, este da muestras de haberlo leído cuando en el capítulo LIX menciona al “emperador de Trapisonda”, importante personaje en la obra de Beatriz Bernal.

 Emperador de Trapisonda que ha de compartir protagonismo con mujeres de marcada personalidad como Minerva, doncella guerrera (Virgo Bellatrix) que busca aventuras y justicia, que lucha como varón sin renunciar a su femineidad; o como la maga Membrina considerada por muchos analistas como un antecedente del feminismo.

 Membrina, prototipo de mujer libre a la que Beatriz Bernal presenta en su obra de esta manera:

“Hubo una ínsula, llamada de las Maravillas, de la cual era señora una doncella muy gran sabidora de las artes. Fue tanto el su saber, que jamás quiso tomar marido, porque nadie tuviese mando ni señorío sobre ella”.

Queda dicho.



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