Un gigante llamado Forbes

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(29/01/2016) Hay veces en las que la vida nos lanza un guiño con el ojo de la crueldad. Abre uno las puertas de la prensa para asomarse al mundo y de paso consolarse con otras desdichas -nada como las desgracias ajenas para soportar las propias, lo saben muy bien los noticiarios- y se encuentra, desde la parquedad de su sueldo y la insignificancia de su cuenta corriente, con los campeones de la lista Forbes, los hombres más ricos del planeta.
Es como si “El gigante egoísta”, ese cuento de Oscar Wilde que representábamos cada Navidad de nuestra infancia, apareciese tras la ventana de nuestro despertar, para recordarnos que, como él, hay otros grandullones, otros afortunados en el cuento del vivir que pueden trocar la primavera de nuestra economía en duro invierno. Y nuestras desgracias en algo aún peor, porque la desdicha no tiene fondo y a una hondura la sigue otra y a ésta, otra, como muñecas rusas abisales.
Pero si hartos del mundo y de su historia nos asomamos afuera -por aquello de “paren el mundo que me quiero bajar”-, resulta que en el jardín de las estrellas se cuece otro tanto y que más allá de Plutón -que según los entendidos ni es planeta, ni es estrella-, donde los astrónomos del Instituto de California han descubierto al Planeta Nueve, ocurre lo mismo.
Planeta Nueve que nos reconcilia con nuestra memoria, obligada a renunciar a ese número -los nueve planetas del sistema solar- cuando Plutón se cayó de la lista y nos dejó desmemoriados.
Planeta, el Nueve, al que nadie ha visto pero al que los arqueólogos del espacio han descubierto al observar su comportamiento con otros compañeros siderales, quejosos de su influencia. Por sus obras los conoceréis.
Se trata de un “perturbador masivo” -hay nombres que son toda una biografía- que lleva años luz molestando a sus vecinos y que, como en el cuento de Wilde, fastidia a los planetas enanos que se ven afectados por su fuerza gravitatoria. Lo mismo que nuestra vida que se ve condicionada por las grandes fortunas que han aumentado tras la crisis para demostrarnos que la pobreza, como el planeta Nueve, también es masiva. Y perturbadora.
“Y siempre se repite la misma historia” decía la canción de un Camilo Sexto que ya no podía más y estaba harto de llorar como una noria. Lo mismo que nosotros que clamamos como plañideras cada vez que nos asomamos al banco y comprobamos que a nuestra cuenta corriente se le caen los números de puro enclenques mientras la de otros carece de espacio para tanto guarismo.
No es de extrañar que el sentimiento que más crece entre los parias de la tierra sea la hartura. Ese hartazgo de miseria y de existencia que nos acucia y nos desquicia como lo hiciera con José María Fonollosa, poeta que, ante la posibilidad de otras vidas, dijo aquello de “rechazo otro existir, tras consumida mi ración de este guiso indigerible. Otra vez no. Una vez ya es demasiado”.
Temía el poeta que en ese otro existir que prometen las religiones se toparía con una nueva lista Forbes, otro guiso indigerible, pues hay hábitos que trascienden la existencia y habitan otros mundos.
Y aquí estamos. En un país donde aumentan cada día las desigualdades. Donde unos pocos ganan más que muchos muchos. Donde la película más vista, que da mayores beneficios y se lleva todos los “Goyas” es esa de “Coge el dinero y corre”.
“Un país es rico porque tiene educación. Educar significa que aunque puedas robar no robas” dijo tras un chute de optimismo Antonio Escohotado, pensador y profesor. Un crédulo que aún piensa que en la Sodoma de los corruptos se pueden hallar diez justos que eviten el desastre.
Y así andamos. Esperando que algún día, como en el cuento de Oscar Wilde, el gigante se vuelva generoso y nos deje jugar en el jardín de su fortuna o que el avaro “Scrooge” del Cuento de Navidad de Dickens sea visitado por los fantasmas de la Nochebuena y haga nuestras noches menos malas.
Pero mucho nos tememos que ese milagro no esté entre los reconocidos por las iglesias del poder.
Mientras tanto relean a Quevedo que ya nos avisó:
“Pues que da y quita el decoro/ y quebranta cualquier fuero/ poderoso caballero es don dinero”.
O a Voltaire que nos aleccionó con aquello de “si alguna vez ve saltar por la ventana a un banquero suizo, salte detrás. Seguro que hay algo que ganar”.



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