Tomé Pinheiro da Veiga

(30/5/2011) Hay autores de crónicas que, probablemente, nunca sospecharon la importancia que tendrían sus relaciones en el devenir de los siglos. Me refiero sobre todo a los viejos cronistas que, en tiempos pasados, reflejaban modos y maneras de vivir, casi siempre acerca de la corte en la que trabajaban, pero que al extender tangencialmente su mirada a otras capas sociales menos favorecidas nos han dejado un impresionante y riquísimo documento sobre las formas de vivir y sentir de gentes de variada posición.
Uno de esos autores, a los que vuelvo con devoción de cofrade cada cierto tiempo, es el portugués Tomé Pinheiro da Veiga que escribió, sobre los cuatro meses que pasó en Valladolid en 1603, en la corte de Felipe III, una obra admirable que ha impresionado e impresiona a cuantos se han acercado a ella: Fastiginia.
El autor portugués, muy conocido por los investigadores e historiadores del XVII y bastante menos, me temo, por otros colectivos, construyó una sorprendente crónica de sociedad sobre los hechos y acontecimientos que más llamaron su atención en los años en los que Valladolid se convirtió en la capital de España.
Tras la lectura de sus crónicas, si algo hubiera que echar en cara al portugués, si algún reproche, sería el haber reflejado solamente cuatro meses de su visita a la ciudad del Pisuerga y no un tiempo más prolongado. Pena.
Pero a la Fastiginia y a esos cuatro meses les sobran recursos para sorprendernos a quienes nos acercamos a su crónica. Y como al pez que se muerde la cola, a sus lectores, cuatrocientos años después, nos sorprenden las sorpresas -y que no valga la redundancia- que le dieron al portugués la idea de recogerlas en un diario. Como un reportero o como un “paparazzi” que, al nacer, se hubiera equivocado de siglo.
Las tres partes en que se divide la obra: Philipstrea, Pratología y Pincigrafía dan un retrato humorístico y desenfadado de los usos y costumbres de una ciudad, entonces capital del mayor imperio conocido, que ve pasar ante sus ojos, a las personalidades más importantes del momento: embajadores, emisarios papales, descubridores, príncipes, generales…
Todo pasa ante los ojos del portugués para su mayor o menor sorpresa: los usos amatorios de los cortesanos, la ligereza de las damas castellanas, las corridas de toros, los sermones, los banquetes, los chistes, la medicina…Todo.
Y lo hace desde el interior del suceso, participando en los embrollos que narra, en las trifulcas en las que se ve envuelto, en los lances galantes que le sorprenden y a los que se entrega, en las aventuras y enredos en los que participa.
Enamorarse de una monja, afirma con socarronería y desparpajo chulesco, ofrece múltiples ventajas: “Es doncella, hermosa, noble, avisada, cariñosa y afable, limpia, desea el bien, mima y además está guardada”…aunque solo ve un inconveniente… “¡Hay tantas!”.
A pinheiro le gusta Valladolid por “la mucha libertad y ninguna envidia” que observa entre sus vecinos, y por ese lema que parecen haber hecho suyo sus habitantes y que tanto admira el cronista luso: la ciudad “vive y deja vivir”.
Un lenguaje lleno de ingenio, sutilezas, colorido y finura en una obra admirable y singular en la que hay que sumergirse para disfrutar de unos sucesos antañones y singulares.
Aunque algunos no hayan cambiado tanto como, por ejemplo, el llevar a quienes nos visitan -digamos la representación inglesa- a los toros “a 10 de junio viernes , se hizo la principal fiesta de cañas y toros, por lo que los ingleses estaban muy alborozados, por ser fiestas que por allí no usan”…o el regar la Plaza para evitar la polvareda que ocasionaba la lidia “ quedó como la palma de la mano, principalmente después de regada y empapada en agua, lo que hacen muy rápidamente, y con una buena invención, porque ponen 16 carros en fila, con sus pipas y en las espitas dos mangas de cuero, y, meneándolas van regando, y los carros corriendo, con lo que en menos de tres credos queda regada y fresca la plaza”, o la costumbre, vieja como el mundo, de elegir lugares desde los que ver sin tener que pagar unos reales “estaban todos estos lugares ocupados y en los tejados se quitaron las tejas, y estaba la gente en piña sobre ellos”.
Costumbre que habrán imitado quienes hayan ido a ver a “Maldita Nerea” y otros artistas del “Valladolid Latino” , o los que observan, desde lo alto de una farola, el Teatro de Calle que estos días inunda ( como la tromba de agua y granizo que, hoy precisamente, ha acribillado nuestras calles hasta lograr abrir los telediarios) la ciudad.



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