Tomadura de pelo

(10/9/2009) Cosas “veredes”, que decían los clásicos. O mejor, cosas “leyeres”. Resulta que, tal como cuenta la prensa con la que me desayuno cada día, un estilista inglés llamado Stuart Philips cobra por cada corte de pelo la sabrosa cantidad de 23.000 euros. ¡Ahí es nada!Sus clientes, lejos de achicarse por aquello de la crisis económica que a todos alcanza, (¿a todos?) parecen ir en aumento y salen de la peluquería tan contentos y sin la sensación de que les hayan tomado el pelo. Lo que demuestra una vez más, aunque uno no sea analista económico ni haya estudiado en la Universidad de Harvard, que la crisis la sufrimos siempre los mismos. Pero lo peor de todo es el agravio comparativo. Porque un “menda lerenda” que se lo hace por 6 euros en la “pelu” del barrio tiene que resignarse, dadas las cifras, a saber que su cabeza, por muy patricio que tenga el porte y muy nutrido el cuero cabelludo, vale unas cuatro mil veces menos que la de cualquiera de esos clientes entre los que se encuentran la tenista Serena Williams, la cantante Michelle Heaton y las esposas de los oligarcas rusos que, por lo que se ve, se desmelenan cuando llegan a la city londinense y acuden presurosas a la peluquería de marras.

Uno que siempre creyó ver en el número de yates que fondean en los puertos y en los trajes de corte impecable que lucen los políticos el no va más de la ostentación y de lo inalcanzable, tendrá ahora que prestar más atención al corte de pelo que lucen las distintas molleras para saber quien es quien y poner a cada cual en el lugar que le corresponde.
- Usted no puede pasar, hombre. Y menos con ese corte de pelo.
Los porteros de los lugares más selectos tienen ahora más razones para prohibirnos el paso al paraíso.¡ay! Y más a quienes se nos nota desde lejos “el pelo de la dehesa”. Nos mirarán la nuca, girarán ante nuestra linda cabecita, arrugarán el morro como si lleváramos liendres en conserva y con la ternura del perdonavidas nos dirán aquello de lo siento, usted no puede pasar, son las normas, etc.
Los calvos mientras tanto irán con la cabeza bien alta y con la solvencia de quien no tiene nada que ocultar. Nos mirarán de soslayo mientras mascullan entre dientes un irónico “envidia cochina” y cruzan el umbral de la sala vip del aeropuerto de Barajas. Pero esto no es lo peor.
Lo peor es que, visto lo visto, ¿con que cara le decimos ahora al peluquero que no nos suba la tarifa?
De hacerlo habrá que esperar al momento oportuno: ese en el que no tenga tijeras ni navaja de afeitar entre las manos.



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