Tolle, lege

lectura

(30/5/2014) Llueven sobre la escuela “planes lectores” como llovieron langostas sobre Egipto cuando lo de las plagas. Y los del informe Pisa están que no duermen en sus despachos de terciopelo carmesí.

  Se hacen sesudos estudios para dar en el clavo de por qué nuestros muchachos cada vez se acercan menos al libro, a la lectura, a esa “extensión de la imaginación y de la memoria” en palabras de Borges. Pero nadie da una explicación convincente.

 Algunos le echan la culpa a la “pantallitis” que sufren nuestros retoños. A la videocracia que nos inunda, que privilegia la visión animalesca al simbolismo racional y que hace que el esfuerzo necesario para coger un libro se parezca cada vez más a una escalada al Everest.

 Marco Aurelio Denegri, destacado lingüista, lo tiene claro cuando habla de los cuatro “ismos” de la era digital: inmediatismo, fragmentarismo, superficialismo y facilismo. Cuatro apocalípticos jinetes cuya guadaña troncha todo atisbo de esfuerzo y responsabilidad entre los humanos. ¡Tras!, ¡tras!

 Otros, ¡cómo no!, culpan a los de siempre, a los maestros que no leen y cobran tanto (?). Que se forman en las Facultades de educación sin leer libros. Dicen.

 Hay quien lo achaca al escaso gusto por el lenguaje que es condición previa a la lectura, esa arma de resistencia a la animalidad esa “forma de felicidad” que diría Borges. Siempre Borges.

 Lectura como placer, como gozo, trasmitida por personas que disfruten de ese gozo. Y “el primer motor de ese entusiasmo debe ser el propio maestro” nos dice Jorge Eslava que como maestro, como lector y como escritor debe saber mucho sobre el asunto. Puede.

 Y es que es fácil encontrarse con una surtida biblioteca en un colegio, con estupendos planes lectores sobre la mesa y con directores, inspectores y otros “ores” que arengan desde la tribuna del mando a sus acólitos,  pero es difícil ver al maestro leyendo cuando vigila a la tropa en el “segmento de ocio”, perdón en el recreo, mientras aquéllos se toman el café mañanero.

“Es muy difícil garantizar la consecución de un plan lector cuando los profesores no leen” sigue asegurando Eslava que parece que la ha tomado con esos superhéroes del hambre, sin pelas y sin prestigio, que son los maestros.

 Que lo dice hasta un antiguo proverbio “si estás más de tres días sin leer entonces tus palabras resultarán insípidas”. ¡Lo ha oído usted, señor docente!

 Lo que necesitamos para que el plan funcione son maestros cultos, cultileídos, que sean también buenos lectores y mejores cuentacuentos. Lo dicho, superhéroes.

 Maestros-tusitalas para que, cual Stevensons, motiven con sus cuentos a los samoanos del aula.

 Maestros-actores que encandilen a los alumnos contando con histrionismo, gestualidad e inflexión de voz las historias de siempre.

Y con vocación, por supuesto. Aunque como muy bien dice el escritor Fernando Sabater “siempre que le hablan a uno de la vocación es porque no le van a pagar”. Y de eso saben mucho los maestros.

 Llegados a este punto uno recuerda el catálogo de Daniel Pennac, autor de “Como una novela”, cuando nos recuerda que, como lectores adultos, tenemos:

1) El derecho a no leer.

2) El derecho a saltarnos páginas.

3) El derecho a no terminar un libro.

4) El derecho a releer.

5) El derecho a leer cualquier cosa.

6) El derecho al bovarismo (enfermedad de transmisión textual. Madame Bovary era una lectora compulsiva y apasionada de novelas románticas).

7) El derecho a leer en cualquier sitio.

 8) El derecho a hojear.

9) El derecho a leer en voz alta.

10) El derecho a callarnos.

 Derechos que no sirven, como es lógico, para el niño y menos aún para el maestro. Tolle, lege.



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