Sobre pueblos y desaparecidos

(9/6/2012) Voy a Cañizal, mi pueblo, tras la terrible noticia que han difundido los medios de comunicación.
En el ambiente se masca bastante desolación, mucha tristeza y, por qué no decirlo, cierto sentimiento de culpa.
Encontrar a uno de nuestros vecinos, a Vicente Benito Palomino,muerto en su propio domicilio, y cadáver desde hace quince años, sin que supiéramos de su existencia, ha encogido nuestra autoestima y nuestro orgullo si es que alguna vez los tuvimos.
Porque pertenecer al mundo rural, ser de pueblo, hace tiempo que dejó de ser motivo de arrogancia o presunción. Hace tiempo.
Ser noticia nacional por la desaparición de un vecino que estaba entre nosotros, a nuestro lado, siendo ajenos a su muerte durante más de una década, hiela el alma. Pero que esta noticia sea la única que ha llegado a las televisiones nacionales en la historia del municipio…entristece y da que pensar.
¿Qué pasa en el mundo rural que solo es noticia de alcance cuando surge la tragedia? ¿Por qué no se airea con las mismas ínfulas la fiesta y la cultura?
Porque en Cañizal y en otros municipios también hay jornadas de disfrute que podrían llenar todo un telediario si se pusieran a ello. Pero no. Que lo que vende es el morbo y lo macabro.
La desaparición de un vecino indica muchas cosas, entre otras la muerte anunciada de las relaciones sociales, el autismo familiar ante el televisor y la insolidaridad “in crecendo” de nuestro mundo; pero también la falta de profesionalidad de quien , con orden judicial, debería haber mirado en la vivienda del desaparecido. Hubo familiares que denunciaron la desaparición de Vicente. Dicen.
No indica, sin embargo, que estemos ante un desgraciado incidente, uno más, de la España profunda como alguien ha cacareado desde algún foro. No.
No estamos ante un acontecimiento de la España profunda sino ante una triste consecuencia , una más, del abandono del mundo rural por parte de quien tendría que tomar cartas en el asunto. Nos hallamos ante un triste suceso de la España rural. Eso sí.
Desaparecen los hombres porque desaparecen los pueblos. Que nadie levante el dedo acusador.
Los vecinos no sabían de su vecino, y es triste admitirlo, pero ¿sabe acaso la administración provincial o autonómica o nacional, sobre Cañizal o cualquier otro pueblo, algo más que lo necesario para llevarse las migas de pan de sus votos cada cuatro años?
Si, como parece, alguien denunció la desaparición de Vicente y no se hizo nada por encontrarlo estaríamos ante una flagrante muestra de esa indolencia administrativa, de ese abandono del mundo rural. Una más.
Como muy bien escribe Celedonio Pérez en la Opinión de Zamora, uno de los pocos periodistas que se han acercado a la noticia desde el respeto y la profesionalidad, los vecinos de Cañizal también hemos muerto un poco “al haber sido incapaces de darnos cuenta de la extinción de un semejante”.
Pero la administración, las administraciones, también mueren un poco si, como dice el periodista, constatamos que “hoy, en nuestros pueblos, viven muchos seres solitarios, sin ramalillos a los que agarrarse. Hoy, en nuestros pueblos hay muchas casas vacías, húmedas, que han perdido su historia por las rendijas carcomidas de las puertas”.
Por eso, que nadie tire piedras, que nadie acuse. Volverán a encontrarse solitarios que mueran sin manos que acompañen su dolor, sin ojos en los que aliviar los últimos delirios. Porque los pueblos siguen muriéndose y nadie hace nada por remediarlo. Nadie.
Vuelvo a Celedonio y a sus sabias palabras. Tomen nota porque da en el clavo:
“El hombre de Cañizal, veinte años envuelto por la caja funeraria de su propia vivienda, es todo un símbolo de lo que está sufriendo el ámbito rural. Muerto en vida, sin que la sociedad (la que cuenta, la que vive en las ciudades) se dé cuenta del olor a muerto. Nuestros pueblos se murieron hace años y ahí están, reposando sus huesos, como si nada hubiera pasado. ¡A quién importa su extinción! Ahora quieren enterrarlos en distritos”.



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