Sobre la responsabilidad educativa

(8/9/2007) Las impactantes noticias que nos llegan a través de los medios de comunicación sobre padres que abandonan a sus hijos, les venden en el mercado del sexo, o les congelan para deshacerse de ellos; y de hijos que maltratan a sus padres y a los que algunos padres – y subrayo lo de algunos – denuncian por agresiones -3.500 el pasado año-;  parecen haber abierto el debate – nunca cerrado del todo- sobre la responsabilidad y madurez exigibles en quienes optan en su vida  por el camino de la paternidad.

Moviéndonos en un terreno más normal a lo arriba apuntado -las noticias anteriores son un extremo que en nada representan a la inmensa mayoría de padres e hijos- tenemos que denunciar la dejadez educativa, la pasividad disciplinaria – entendiendo la disciplina como algo mucho más amplio que la mera imposición de premios o castigos – que desde hace algún tiempo se observa y se impone alarmantemente en nuestra sociedad primermundista por parte de quienes han de ser los primeros en dicho cometido: los propios padres.
Por más vueltas que le demos al asunto y por muchos modelos de familia que surjan por doquier hay un hecho que es incuestionable en cualquier sociedad que se precie: la familia es la primera entidad educadora de la prole y ella es quien ha de imprimir los primeros valores y las primeras actitudes para moverse por la vida, las normas de comportamiento que lleven a una adecuada integración social de sus vástagos, y el correspondiente bagaje de equilibrio y madurez emocional que sólo puede proceder de familias maduras y equilibradas en lo personal y en lo afectivo.
Por supuesto que hay otras entidades educadoras que han de ayudar a la familia en este cometido y que, entre ellas, la escuela desempeña un importante papel, pero lo que no es de recibo es creer que la escuela puede llegar a suplir la carencia educadora de la familia, tan importante y necesaria en los primeros años, o hacer, si fuera preciso, las veces de ésta. No.
Delegar en los centros de enseñanza funciones y deberes que pertenecen al ámbito familiar es cuanto menos peligroso y sus consecuencias saltan cada día en los titulares de los periódicos o en las noticias de la televisión, como más arriba apuntamos.
La frase “hemos elegido un buen colegio para que eduquen a mi hijo” que se oye por parte de muchos padres cuando septiembre inicia sus días, debería ser suplantada por la de “hemos elegido un buen colegio para que enseñen  y también eduquen, como nosotros lo hacemos, a nuestro hijo”.
Porque la labor de los profesores es, en primer lugar y para ello acudieron a las Escuelas
Normales de Magisterio, el dominio de aquellas técnicas que conduzcan a un aprendizaje significativo por parte de sus alumnos, siendo especialistas en las distintas didácticas que lleven al dominio de las correspondientes asignaturas y de las técnicas de estudio más acordes para afrontar los distintos aprendizajes.
Y, por supuesto, también educar, viviendo e impartiendo su asignatura de acuerdo con  unos valores y principios, con unas actitudes determinadas hacia el mundo y hacia la vida, con un bagaje emocional que le permita liderar el grupo de alumnos desde la cercanía y la empatía  y con un ideario concreto, que el alumno, por imitación, quiera y desee hacer suyos.
Los profesores, a los que más de una vez se nos llena la boca llamándonos “educadores”, debemos ser conscientes de que nuestra primera responsabilidad es el dominio de las técnicas que faciliten la consecución de los objetivos de enseñanza-aprendizaje, evitando el fracaso escolar de tantos alumnos, y no intentar suplantar a la familia en una tarea en la que es insustituible por naturaleza.
Evitaremos así, el sentimiento de derrota y fracaso que acompaña a tantos docentes incapaces de lograr con determinados alumnos unos hábitos saludables y unas actitudes positivas hacia el aprendizaje y la vida, cuando provienen de familias rotas y problemáticas, de padres que no ejercen como tales o de familias que simplemente han delegado funciones que le son propias en otras entidades. Carencias a las que  hay que añadir, y esto sí que entraría de lleno en la responsabilidad docente, la del propio fracaso escolar.
Porque lo mismo que la tarea de la enseñanza es responsabilidad del profesorado que no debe delegar en la familia  -no es tarea de los padres la enseñanza de las técnicas lectoras más adecuadas o la forma de resolver una ecuación de segundo grado, por ejemplo,- la tarea educativa es fundamentalmente, durante la niñez y la adolescencia, responsabilidad de los padres y tampoco debería ser delegada en otras entidades o personas, por más que estas les ayuden en tan difícil tarea.



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