Síndrome de Ambulancia

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(20/12/2017) Echo mano de todos los buscadores que pueblan Internet para ver si alguien ha patentado ya el Síndrome de Ambulancia y, ante los resultados negativos, hago mía la paternidad del invento y cobraré derechos de autor a partir de este momento.

 Pero, ¿en qué consiste el “Síndrome de Ambulancia”? se preguntarán ustedes.

 Muy sencillo. Se refiere a la angustia, preocupación, estrés y miedo que provocan las alarmas de cualquier tipo (como las de una ambulancia) a todo el mundo menos a aquellos que las provocan. Me explico.

 Hace pocas fechas me invitaron a subir a una ambulancia para acompañar a un familiar al hospital. Nada grave. Y tuve el privilegio de que por motivos que no vienen al caso me cedieran el asiento contiguo al del conductor que se mostró en todo momento afable y hablador.

 Ante mi asombro comprobé asustado, cómo en determinados momentos de la calzada que nos conducía al hospital, en los cruces de los semáforos que en aquellos momentos estaban en rojo, detrás de numerosos vehículos que esperaban tan tranquilos el “verde”, el conductor encendía la alarma, “¡uuuuh, uuuuh!; ¡niinoo,niinoo!” provocando el caos y la retirada de los vehículos de forma taxativa, mientras él seguía tan tranquilo contándome detalles de su vida.

-Me casé hace tres meses en San Benito- me decía como si tal cosa mientras los vehículos, ante el sonido lúgubre de la ambulancia “¡niinoo,niinoo!”, ante el rayo que se les venía encima se abrían paso desesperadamente. Unos saltando bordillos y aceras, otros adelantándose al semáforo de forma ilegal, a punto de atropellar a los peatones que cruzaban en verde, alguno buscando desesperadamente un hueco donde meter su coche.

 Mientras tanto el conductor seguía sin apenas prestar atención a lo que estaba provocando, más atento al tema de nuestra conversación que a lo que pasaba en la calzada.

-Tras la boda nos fuimos de luna de miel a Punta Cana- seguía asesorándome mientras, cual matarife experto en lances, abría a cuchillo la calzada.

 Cuando el camino estuvo despejado, cruzó el semáforo, avanzó por la calle desierta y quitó la alarma. Así hasta el siguiente cruce…

 El Síndrome de Ambulancia se refiere, por consiguiente, a la actitud de ansiedad y miedo que provocan los mandatarios de aquí y de allá, aquellos que conducen el mundo creando problemas inexistentes, dividiendo familias o acariciando el botón nuclear mientras cantan el cumpleaños feliz a uno de sus amigos con una copa de vino en la mano.

 El síndrome de Ambulancia, no tiene nada que ver con el Síndrome de Estocolmo, ni con el Síndrome de Abstinencia. Quizá se le podría emparentar con el Síndrome de Pánico, ese cuadro clínico de miedo relacionado con la depresión.

 Ahora, cuando los ciudadanos, presos de voceros irresponsables que siembran todo tipo de alarmas, tenemos que agazaparnos en obsesiones, adiciones y síndromes, es el momento de pensar que quienes conducen el mundo, quienes amenazan nuestra existencia mientras siembran el terror y encienden todas las alarmas, están tan tranquilos jugando una partida de golf o preguntando a su parienta por los niños.

 Que no cunda la alarma nos dicen, mientras el telediario vomita amenazas nucleares en el mar de china. Y todos bajo el Síndrome de Ambulancia, acojonados como conejos ante el galgo, entramos en la confusión y en el pánico existencial sin sospechar la enorme carcajada que cruza el océano desde Whasington hasta Pionyang (y viceversa).

 Por eso les aconsejo, queridos lectores de este humilde cuaderno de bitácora, que prueben a viajar junto a los que encienden todas las alarmas. Suban a su artefacto. Comprobarán que mientras usted y yo vivimos asustados, tomamos antidepresivos o visitamos al psiquiatra, ellos se ríen desde sus yates de lujo o desde sus hoteles en Bruselas como se reían los niños malos de nuestra infancia cuando asustaban a los más débiles.

 Suban, suban. Es la única manera de superar el síndrome y vivir los cuatro días que nos quedan con algo de sosiego. Porque ellos, encumbrados en la ambulancia del poder seguirán jugando con nuestro miedo  para que seamos buenos chicos y no les cuestionemos.

 “Cuanto peor, mejor” dicen desde los despachos del poder sabedores de que el miedo es el origen de todas las estupideces humanas y la mejor forma para controlar al rebaño, “¡uuuuh, uuuuh!”.



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