¡Silencio, se piensa!

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(20/07/2019) El silencio ya es historia. Y no lo digo porque Alain Corbin haya escrito una Historia del silencio que publica la editorial Acantilado. No. Lo digo porque el silencio hace tiempo que pasó a formar parte del baúl de nuestros recuerdos.

 Hace tiempo que todo se alió contra el silencio. Y lo han derrotado.  Con la llegada de la radio y la televisión, que llenaron de ruido el hogar y desterraron los largos silencios al amor de la lumbre, con el posterior aterrizaje de internet y del móvil en cualquier ámbito -también en el académico-, todo se ha aliado contra el silencio.

-Niños ¡guarden silencio! -nos ordenaban los maestros en nuestra lejana infancia, pero luego llegaron las nuevas técnicas pedagógicas basada en la colaboración, los proyectos y las dinámicas de grupo y se llevaron el silencio al cuarto de las ratas.

 Desde la cuna hasta la tumba el silencio tiene mala prensa. “Quien calla, otorga” dice un viejo adagio que equipara silencio y complicidad y si alguien permanece mudo en cualquier conversación, en esa sabia actitud que es escuchar, es porque no tiene nada que decir.

 ¿Se han preguntado por qué nos incomodan tanto esas parejas sentadas en el bar que permanecen largo tiempo en silencio?  Nos pasa con el silencio lo que con el vacío. Nos produce horror vacui. El silencio nos duele porque nadie nos preparó para meditar.

 Las pautas de crianza desestiman el silencio. Envolvemos a nuestros bebés con arrullos, canciones y sonajeros. Pero nos olvidamos del silencio. Esa manta protectora que alienta el pensamiento y es caldo de cultivo de la imaginación y más tarde de la filosofía: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?…

 Y lo mismo ocurre con las pautas funerarias: vayan ustedes a cualquier tanatorio y comprueben que allí encontrarán de todo menos silencio. Saludos, comentarios, voces, risas…cualquier cosa sirve menos el silencio. Menos ese silencio que nos hace pensar en la muerte.

 Tanto en los inicios de la vida como en sus finales está mal visto el silencio. Y en el medio, mejor callar. Ya nos demostró John Cage con su inaudito (y nunca mejor dicho) 4´33´´ la imposibilidad física de escuchar el silencio.

 Y con el silencio, otra especie en extinción: la oscuridad. El silencio y la oscuridad, dos especies que practican el “mutualismo” para generar pensamiento y crear imágenes, están en peligro de extinción por la contaminación acústica y por la contaminación lumínica.

 La oscuridad perseguida también desde la cuna (hay que arropar a los pequeños, dicen padres y psicólogos, con luces para que sus sueños no se pueblen de monstruos, para que no se traumaticen con cocos y hombres del saco, con entes que habitan en los armarios y bajo la cama), ha sido derrotada hasta en los tenebrosos fondos abisales que ya iluminan modernos batiscafos.

 Pero en la oscuro (y en el silencio) han brotado las mejores ramas del imaginario humano: cuentos, leyendas e historias se han nutrido de noches de luna nueva y silencio.  ¿De dónde si no han salido las hadas, los trasgos, los gnomos y tantos seres fantásticos?

 Porque en el silencio (y en lo oscuro) se da rienda suelta a la reflexión, a la creatividad, a la génesis. “Hágase la luz”.

   En la oscuridad del lago Leman en Suiza, Mary Shelley “parió” (“dio a luz”) una obra inmortal que nos relaciona con los grandes misterios de la existencia, con la vida y con la muerte: Frankenstein o el moderno Prometeo. Porque solo en lo oscuro puede brotar la luz.

 Y del ruidoso silencio de los filósofos -no olvidemos que como dijo Miles Davis el silencio es el más fuerte de los ruidos- nacieron todas las revoluciones

-En qué piensas? –preguntó  Jenny von Westphalen a Karl Marx en el Café de la Régence de París mientras tomaban una copa de absenta.

-En nada –respondió él.

 Pero Marx, como cualquier amante silencioso pillado por su amada, pensaba en algo, seguramente en El Capital y en sus consecuencias.

 Porque solo desde  el silencio, solo desde ese lagar donde fermentan las ideas, solo desde su hondura se llega a la reflexión, a la creatividad.

 Por eso hay que volver al silencio, a su hondura. Porque, con el permiso de Chillida, lo profundo es el silencio. El silencio: ese artículo de lujo desterrado de nuestra vida.



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