Seres trágicos
(30/04/2025) “El infierno son los otros” dijo en su momento Jean-Paul Sartre que no debía llevarse muy bien con sus vecinos y la frase, que ha hecho historia, te la lanza hoy, a nada que te descuides, cualquiera que vea cómo se complican sus relaciones personales. Pero ahora parece que la frase está en entredicho y hay quienes, acordándose de los círculos del infierno de Dante, aseguran que el infierno no son los otros sino el estar atrapado en el noveno círculo de esos contestadores automáticos que te llevan al mismo menú una y otra vez de manera cansina y desesperante.
Y es que las aplicaciones de mensajería o de telefonía acabarán con nosotros tras pasar por todos los círculos de un infierno digital. La dependencia de la tecnología y la falta de contacto humano para expresar cualquier queja o para solucionar cualquier problema está generando crisis de ansiedad equivalentes a fumar quince cigarrillos al día. Eso dicen.
Intenten ustedes cambiar de cualquiera de esas compañías a las que hace años entregaron su alma y su dinero, ármense antes de una paciencia infinita y, aun así, díganme cómo les va. Cambiar de operador se convierte en toda una bajada a los infiernos.
“Oiga, ¿hay alguien ahí?” se pregunta quien tras escuchar veinte veces el Bolero de Ravel -tan circular e infernal- ve cómo nadie da signos de existencia al otro lado de la línea.
Luego, si hay suerte, es posible que un robot le interrogue de manera indigna preguntándole si es usted un ser humano. Y vuelta a esperar. Y es entonces cuando comprobamos que como sucedía en los mitos antiguos -la piedra de Sísifo, las vísceras de Prometeo- el infierno toma la forma de una repetición inútil y kafkiana y que quien vive de esperanzas muere en ayunas como dice un proverbio escocés, o que, como dijo Marguerite Duras, “no hay que esperar nada de nadie, ni de ningún estado ni de ningún dios” -ni de ningún teleoperador, añado yo- porque esperar una voz al otro lado del teléfono es como esperar a Godot. Nunca llegará, es solo una ilusión.
Por eso internet está lleno de las quejas de aquellos ingenuos que intentaron un día llevar a cabo eso que se llama portabilidad y acuden desesperados a las redes para que alguien les socorra. Y claro que les socorren, aunque no les sirva de mucho: “llama al departamento de puertos y habla con alguien”, “asegúrate de que en tu configuración no tengas activadas las actualizaciones”, “llama a t-mobile y asegúrate de que no haya un bloqueo de número” y así hasta la náusea.
Y lo mismo ocurre con las cajas de autopago que suplen a las cajeras de carne y hueso. Meterse en ellas, en esas cajas, es como meterse en la boca del lobo. Le ocurrió a una señora hace pocas fechas en un supermercado de Madrid. Harta de escanear los productos y de cobrarse a sí misma comprobó que había escaneado el mismo producto varias veces. Cuando quiso cancelar esos pagos la máquina se bloqueó dejándola atrapada con su bolsa llena. “¡Yo solo soy una persona humana!” se justificó ante los recelos y las prisas de otras personas; “¡pido clemencia!” llegó a decir en varias ocasiones. Ante la imposibilidad de ir a una de las cajas operadas por humanos debido a las largas colas, acabó pagando 300 euros de más a cambio de poder salir de aquel calvario. “Yo lo único que quiero es irme a mi casa” le suplicó a uno de los encargados para concluir con un “necesito salir de este infierno” cuando alcanzó el umbral del establecimiento.
Para evitar estas y otras circunstancias parecidas -las cajas automáticas no solo han invadido los supermercados, sino que también aparecen en farmacias y tiendas de ropa- ya hay quien oferta “cursos para mejorar tus habilidades digitales”, eso o acudir al oculista para que mejore la vista de quien no ve el número de atención al cliente, cada vez más pequeño y escondido en algún lugar del folleto.
Los departamentos de atención al cliente están siendo sustituidos por softwares de Inteligencia Artificial (chatbots) especializados en simular conversaciones en tiempo real que ya se encuentran en las webs de bancos, seguros, viajes, restauración, etc. Pedir asistencia y consejo a un robot ya es práctica común en redes sociales, sitios web y aplicaciones de mensajería. Podremos desahogar nuestras frustraciones con las máquinas gracias a la terapia que nos ofrecen otras máquinas.
La lenta pero irremediable erosión del contacto humano anuncia la progresiva deshumanización de la sociedad. No hay forma de luchar contra ello. Hay que adaptarse haciendo un curso de habilidades digitales o decirse lo que se dijo la aludida señora del supermercado cuando llegó a su casa: “la semana que viene volveré y lo haré mejor”.
No perder la esperanza y aspirar a la redención es lo que nos hace seres trágicos.