Requiem para ambas manos

caligrafí

(10/10/2023) A las muchas contaminaciones que padece nuestro mundo y entre las que se lleva la palma la atmosférica, dicen que hay otra que sufren sobre todo nuestros muchachos y que apenas se tiene en cuenta. Se refieren a la polución que producen el exceso de imagen y sonido en el que han de navegar los más jóvenes de la especie.

 La contaminación a la que nos está llevando el tema tecnológico, tan necesario, por lo demás, para nuestro bienestar y desarrollo, está afectando según dicen al aprendizaje y uso de la escritura a mano y a la desaparición de hábitos tan placenteros como contemplar las estrellas por la noche, jugar al fútbol en la calle o escribir cartas a mano.

Hay un creciente temor entre maestros y pedagogos al abandono de dos destrezas intelectuales que hasta hace muy pocas fechas se adquirían en la infancia. Me refiero a la escritura a mano y al cálculo mental, asignaturas obligadas cuando los más pequeños acceden a la escuela.

 La destreza caligráfica, ese sobrevuelo de la mano sobre el papel para crear belleza, esa unión provechosa entre tacto y vista, esa destreza sensual a la que no son ajenos el oído y el olfato, está en peligro de extinción y, al parecer, cada vez son menos los que toman un bolígrafo para plasmar su pensamiento en un folio.

 Dice el escritor Tomás Santiago Sánchez que la escritura a mano es “un prodigio que va macerando el pensamiento a medida que lo convierte a la vez en trazos y en melodía contenida que ya aguarda a la voz que ponga en pie lo expresado”.

¿Serán conscientes las profesoras de infantil que, mientras enseñan a los niños a hacer los entrañables palotes, están llevando a cabo una actividad que está estrechamente vinculada al cerebro del infante y a su desarrollo?

 Hay muchos estudios científicos que avalan la importancia de la escritura a mano y los muchos beneficios que aporta: mejora la memoria, potencian el aprendizaje, favorecen la motricidad y retrasa el envejecimiento mental entre otros muchas. Ventaja esta última que le hizo exclamar al escritor Rafael Sánchez Ferlosio aquello de “yo creo que la caligrafía salva del alzheimer”. Y no le faltaba razón.

 No es lo mismo golpear una tecla con la punta del dedo índice que trazar rítmicamente la forma única e irrepetible de una letra hecha a mano. Allí todas las letras son iguales, todas tienen forma de tecla, aquí todas son diferentes, con imágenes diferentes que obligan al cerebro a hacer una gimnasia que le despierta y activa en cada trazo.

 El pie que siempre envidió a la mano se muestra últimamente muy crecido gracias a un deporte llamado fútbol. Genera tantas pasiones y dinero que desprecia a la mano que le tenía arrinconado desde la prehistoria y le había colocado a la altura del betún

 Los pies, en nuestros días, sirven mucho más que para salir corriendo -pies para qué os quiero- y son los culpables de que haya tanto millonario que solo se dedica a jugar con ellos.

 Se han trocado las tornas y ahora hay que decir “manos para qué os quiero” porque lo importante ya no es tener “buena mano” sino tener buenos pies para jugar en primera.

“El fútbol es la venganza del pie sobre la mano” dice el poeta mexicano Antonio del Toro ahondando en la idea que les estoy comentando.

 Y con la escritura a mano, el cálculo mental es otra de las destrezas que han pasado a mejor vida.

Los viejos escolares, en unos tiempos que ya nos parecen los del neolítico, cantaban sin denuedo las tablas de multiplicar y algún que otro recurso de cálculo “mil veces ciento cien mil, mil veces mil un millón” dirigidos por el maestro “un anciano, enjuto y seco” que llevaba un libro en la mano, tal como nos recordó Antonio Machado.

 Pero hoy está mal visto aprender cosas de memoria -la memoria es la gran desterrada de los programas escolares- y las nuevas generaciones tienen que recurrir a la calculadora de su móvil hasta para comprar el pan.

  Maurice Ravel -el del famoso Bolero de Ravel- compuso un concierto -Concierto para la mano izquierda- para Paul Wittgenstein, pianista austriaco al que tuvieron que amputar un brazo por heridas en la Primera Guerra Mundial. Y no se me ocurre mejor manera de terminar este artículo que la de pedir a algún concertista famoso que nos regale un Requiem para ambas manos y un Bolero para la flaca memoria a los amputados hijos de la poderosa tecnología electrónica-digital.



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