Redes que son cepos

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(10/3/2016) Una de las cualidades de la inteligencia es la flexibilidad, ese saber adaptarse al medio, esa disposición a admitir opiniones y cambiar de punto de vista sin que ello suponga una disminución del prestigio intelectual de nadie.
Quizá lo contrario al ser inteligente sea el ser inflexible, jactarse de no cambiar de opinión, ser de una pieza en el discurso, no dar el brazo a torcer, o en el caso de errarla, “sostenella y no enmendalla” que decían los antiguos. Defender el error a machamartillo, aun sabiéndolo.
¿Será por ello que tiene tanto predicamento el ser de hierro -“canciller de hierro”, “dama de hierro”- mientras tiene tan poco el ser blando. “Eres un blando” te dicen cuando te falta entereza para afrontar una situación complicada.
Y pienso en esto a raíz de la moda, cada vez más extendida, de excavar en internet, en los correos, en las redes y en artículos de opinión para detectar antiguas equivocaciones y errores en quienes han alcanzado un puesto de poder en lo público o en lo privado, con unas ansias de linchamiento que hacen pequeños a los antiguos inquisidores.
Que todos hemos de ser responsables de lo que hacemos o decimos es una obviedad que pocos discuten, pero que tengamos que mantener nuestra forma de pensar toda una vida para no ser pillados en un renuncio, eso ya es harina de otro costal.
Sería injusto no dar a la persona la posibilidad de cambiar a lo largo de su vida, pensar que nuestra forma de ser (y de pensar) es rígida e inamovible a lo largo de los años, que sólo existe la maleabilidad en la infancia y que lo que hicimos en los años jóvenes nos define para toda la vida.
Nos cuesta admitir que de un joven tarambana y falaz pueda salir un adulto responsable y sincero, y que de un muchacho serio, trabajador y ecuánime devenga un adulto incompetente y corrupto.
Nos gusta simplificar la realidad para entenderla y si una persona fue un despistado cuando niño, de adulto, lo seguirá siendo; y si alguien defendió en su día el sexo de los ángeles lo tendrá que defender de por vida. “Genio y figura hasta la sepultura” dice uno de esos refranes tóxicos que tanto simplifican la realidad y que son un manual para ignorantes.
Nos produce horror el cambio. Hay una zona de confort en nuestras actitudes y en nuestra forma de concebir el mundo que consiste en clasificar a los individuos, en catalogar su forma de ser.
-A esa la tengo bien catalogada- se oye decir aún en algunos ambientes.
Pero nuestras expectativas chocan con la realidad y los individuos cambian durante ¡toda su vida! Lo dicen los etólogos más afamados y nuestra experiencia cotidiana.
Nada como esas reuniones de antiguos alumnos para ver la diferencia entre las expectativas que nos hicimos sobre nuestros compañeros de pupitre y la realidad de adultos.
¿Cómo sacar ahora los trapos sucios de algo que cometimos hace años? ¿Cómo pedir responsabilidades de exabruptos y hechos que cometió nuestra inmadurez o nuestra estulticia?
El escritor Gonzalo Torné daba en el clavo cuando, hace pocas fechas, reflexionaba sobre aquellos que hurgan en las redes sociales para encontrar viejos disparates o desatinos:
“Me parece bastante improcedente escarbar en las cuentas sociales de quienes alcanzan un cargo público para ver si les encuentran alguna declaración fuera de tono, como si uno tuviera que tener presente al expresarse lo que puede llegar a ser en el futuro como si la estricta coherencia fuese un valor indispensable (y no más bien un síntoma de escasa flexibilidad mental)”.
Hurgar en las hemerotecas en busca de antiguas posiciones o actitudes incoherentes con las que defienden en la actualidad los individuos, buscar contradicciones antiguas en aquellos que nos gobiernan o dirigen, recuerda a quienes hurgaban en los libros parroquiales en busca de sangre judía o mora antes de proclamar la limpieza de sangre de cualquier individuo. Recuerdan, en fin, a los “cazadores de brujas” de todos los tiempos.
Siempre se valoró aquí al hombre entero, de una pieza, capaz de mantenerse en sus trece aunque el resultado fuera catorce. Inamovible de opinión y firme en sus decisiones aunque el resultado fuera catastrófico. Sin embargo el hombre voluble, veleidoso, que cambia de opinión con facilidad, siempre tuvo mala prensa en nuestro entorno.
Pero somos de carne, blandos y volubles. No de hierro. Y cambiar de actitud o de opinión es quizá lo que nos hace verdaderamente humanos. Juzgar a alguien por lo que hizo en su pasado es tan incongruente como juzgarlo por lo que pueda hacer en su futuro.



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