Provocando que es peculio

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(10/03/2019) Lo más escandaloso que tiene el escándalo es que uno se acostumbra. Pienso en estas palabras de Simone de Beauvoir mientras asisto a la polémica que ha surgido (un año más y como era de esperar) en ARCO a propósito de la exposición de un ninot sobre el rey Felipe VI que, bajo contrato, ha  de ser quemado en el plazo de un año por quien se gaste los 200.000 euros que cuesta la obra.

 Pues eso: que los escándalos vienen a ser tantos y tan variados que a uno ya le resbalan. Es como si se nos hubiera endurecido la piel de la sensibilidad. Como si nos hubieran salido callos.

 Y es que la provocación, la polémica, el escándalo, el espectáculo, lejos de ser meros medios se están convirtiendo en fines para los “enfants terribles” que pueblan el mundo del arte y que saben bien que nuestra indignación contribuye a darles fama y realce. También dinero. Peculio.

 Lo racional, lo medible, lo comprensible, lo canónico, lo estético, no tiene apenas cabida en el arte moderno cada vez más centrado en la emoción, en la transgresión, en la banalización, y son tantos los que así lo creen que cuando se les pregunta si entienden el arte contemporáneo, responden: “No creo que haya nada de entender en el arte contemporáneo, simplemente sentirlo”,  “no hace falta entender de algo para disfrutarlo, el arte tiene que emocionar desde el primer impacto”…

 Y ante tales respuestas uno no puede dejar de pensar en los muchachos que estudian Historia del Arte con la idea, supongo, de dedicarse al mundo de la crítica o al del arte en sí: ¿para qué les servirá el estudio de “Teoría del Arte”, la “Historia de las ideas estéticas”, las “Técnicas Artísticas” y otras asignaturas similares?, ¿para qué los conocimientos básicos acerca de los procesos de la creación artística?, ¿para qué los enfoque estéticos si, como afirma el filósofo y crítico de arte Arthur C. Danto, la belleza se fue y nunca más volvió? ¿No les sería más útil una asignatura sobre los mecanismos de la provocación y de la polémica: “El arte de provocar”, “Cómo provocar y dónde”, “A quién provocar”, “El relativismo estético”, etc.

 Ese poder que es el arte, concentrado en unas pocas galerías, hace que el mercado sea cada vez más difícil y que la mejor manera de hacerse visible, de captar la atención, de vender, sea traspasar los límites de la corrección y el buen gusto. Buscar el impacto antes que la reflexión.

  “Me parece siempre injusto que unos artistas se lleven toda la visibilidad frente a los otros que están en la feria” se lamenta Carlos Urroz, director de ARCO, que al parecer no ha entendido lo de la civilización del espectáculo en la que nos hallamos donde en televisión, en política y en internet triunfan los polemistas, los provocadores…esos que, según dicen, tienen “gancho mediático”.

 Pero ¿hay límites en la provocación?, me pregunto, ¿llegará algún artista tan lejos como para hacer una perfomance en una mezquita (algo parecido a lo que hizo el grupo Pessy Rialt en la Catedral de Cristo Salvador de Moscú)?, ¿se atreverá alguien a montar un ninot sobre un talibán en Afganistán? o, ¿hay en todo esto un control bien medido, una autocensura aprendida desde la más tierna infancia de nuestra especie, de meterse con el débil y evitar al matón?

 Desde que Duchamp colgó en una exposición colectiva un urinario titulado Fuente, desde la serie preconizada por Warhol, desde los animales disecados de Hirst, desde  las latas de mierda de Piero Manzoni (latas cilíndricas de metal que contienen según etiqueta firmada por Piero “Mierda de artista), desde Banksy (cuya identidad se desconoce) y su Girl With Balloon (niña con globo) (con un mecanismo de autodestrucción que se activó nada más ser subastada por un millón de dólares)  el arte ha asumido el rentable “arte de la provocación”.

 Y no solo la pintura y la escultura han tomado este camino. También la música. Oigan (es un decir) la composición 4´33´´ de John Cage, estrenada en 1952 y comprueben la “belleza” de “oir” a una orquesta que permanece en silencio durante cuatro minutos y treinta y tres segundos. Tacet.

 Y con la música: el cine, el teatro, la televisión  y demás manifestaciones artísticas.

 La rebelión contra la razón, la moral y la lógica de movimientos como el  surrealismo, el dadaísmo, el pop-art, el arte conceptual, el matérico, el povera, los happenings, el body art y las perfomances, hace que el arte sea arte desde el momento que surge la intención de crear imágenes para ser percibidas y para provocar la reacción de quienes lo contemplan.

 Otra cosa es que, como ocurre en muchas ocasiones, esa provocación sea una expresión fraudulenta, una forma de publicidad llevada a cabo en obras sin inventiva, sin creatividad.

 ¿Vale todo en este circo?, ¿Dónde acaba el arte y comienza el espectáculo? ¡Pasen, pasen y vean!



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