Prisas otoñales

(30/9/2010) El otoño se viste con el color de la prisa. No hay más que ver a esos pequeños y futuros ciudadanos flanqueados por madres o abuelas, arrastrando la mochila del saber por calzadas y aceras. Parece que nunca van a llegar a su destino. Las criaturas.
O los coches. Aparcados e inútiles durante las vacaciones estivales que parecen tomarse la revancha de tanto paro y se precipitan enfurecidos, claxon en ristre, por los circuitos urbanos.
Hasta los ancianos parecen tener más prisa de la acostumbrada. Ellos que sólo corren para coger número en el ambulatorio y que ya deberían estar de vuelta de todo. Pues no. Cual corredores de maratón, vagan por caminos y veredas, estrenando chándal y marcando el paso alegre de la prisa. Huyen del invierno que anida en su cuerpo, sin saber ¡ay! que corren a su encuentro. Huyen, por prescripción facultativa, de lo irremediable.
¡Qué quieren que les diga! En el país de los más de cuatro millones de parados, el paro brilla por su ausencia en otoño.
- ¿Dónde vas con tanta prisa?- pregunta el jubilado al vecino de la comunidad.
- Al paro. ¿Y usted, qué prisa tiene, hombre?
- Voy al hospital. Hoy ponen la vacuna de la gripe. Por si se acaba…Ya sabe “al mal paso darle prisa”.
Y venga prisa. Luego pasa lo que pasa. Que los infartos están a la orden del día. Que la angina de pecho te sorprende en cualquier esquina y te obliga a parar de verdad.
Algunos conscientes del mal que nos aflige, van y se apuntan a cursos para parar un poco. Ya saben: en estos tiempos o das un curso o te lo dan.
Los cursos de yoga y de relajación hacen su agosto cuando el otoño arranca. Miles de estresados e hiperactivos acuden al yoga en busca de remedio.
- ¿Qué tal con el yoga?
- Muy bien. Estoy desarrollando mi conciencia espiritual a la vez que me percato de la naturaleza, origen y destino del ser.
Que todo eso se dice para justificar algo más prosaico: voy al yoga porque estoy de los nervios. Como una cabra, vaya.
De poco sirve que el calendario otoñal nos recuerde que por mucho que corramos todos acabaremos criando malvas. De nada que nos digan que las prisas nunca fueron buenas. De nada.
Dice una enseñanza china que un hombre caminaba lentamente bajo una intensa lluvia.
“Por qué no caminas más aprisa” le dijo un transeúnte apresurado. “También llueve delante” contestó el hombre.
Y otra romana, al parecer de Augusto, sentenciaba: “Apresúrate lentamente”.
Lejos de china y de Roma, los españoles antiguos conjugaban con frecuencia el verbo sosegar.
¡Sosegaos! Decían, en buen castellano, al violento que se apresuraba en sacar la espada toledana o la navaja albaceteña. ¡Sosegaos, voto a Dios! Y el aludido, al fin, se sosegaba, se tomaba una frasca y aquí paz y después gloria.
Hoy no. Si no vas a un curso de relajación no hay tu tía. Todos con el “baile san vito”.
Que se lo pregunten al conductor que arrolló a un grupo de ciclistas de Huelva, matando a dos de ellos. Llevaba mucha prisa. Tanta que se olvidó de sacar el carné de conducir.



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