Por el camino verde

Man with hat and backpack walking along corn field. Rear view.

(30/11/2020) Quienes antes se dedicaban a ir a por el pan para descansar agotados en la barra del bar, cerrados estos, se van ahora hasta el extrarradio y más allá, enmascarados y armados de su contador de pasos, huyendo del asfalto que es la pandemia, como si quisieran emular a aquellos personajes bocaccianos del medievo que huyeron de Florencia cuando llegó la peste.

 Y al igual que aquellos se dedicaron a contar historias picantes que dieron origen al Decamerón, éstos se dedican a contemplar el paisaje, retornar a la villa, encontrarse con el amigo de barra, y comparar, a la distancia que aconseja la pandemia, quien la tiene más larga. La distancia recorrida, se entiende.

 -Hoy me he ido hasta los barbechos del páramo, diez kilómetros -dice uno.

 -Pues yo hasta el encinar del obispo, que son doce, -responde el otro-, que apenas puede ocultar una sonrisa malvada.

 Son gente de edad, la mayoría jubilados, los mismos que hace años se dedicaban a enseñar quien tenía más cicatrices en el cuerpo (fruto de distintas visitas al quirófano) y que ahora, tras jubilaciones tempranas y una salud de hierro, con el podómetro en la muñeca y el móvil en el bolsillo, se echan al saludable ejercicio de andar sin freno y sin medida.

 ¿Saludable? Los médicos están asustados. Si no abren pronto los bares, habrá que pedir fondos a Bruselas para construir hospitales de campaña con el fin de atender a tanto soldado  en zapatillas que llega desde las cañadas con el tobillo desencajado, la rodilla rota y la cadera descuajeringada, o lo que es peor, con infartos sobrevenidos por tanto esfuerzo.

 Mientras ellos andan como posesos de acá para allá o de allá para acá, ¡qué más da!, sus hijos engordan las posaderas, sin salir de casa, en el teletrabajo. Es la venganza de los viejos. Una venganza rumiada desde antiguo. Desde cuando tenían que recurrir a su niño de primaria para que le ayudara a encender el ordenador.

 Viejos cada vez más saludables están llevando a las autoridades deportivas a crear unas paraolimpiadas seniles donde tenga cabida tanto aspirante a correr el maratón, tras entrenarse  en páramos y tesos.

 No les exagero.

Ahí tienen a Carlos Soria que a sus 81 años escalará pronto un nuevo ocho mil en homenaje a las víctimas de la pandemia. Los andarines ya tienen un modelo a seguir, un jefe de secta en quien creer, un gurú para subir a los cielos, a lo más alto.

 Como él, muchos abuelos han dejado el mus y la copita por dormir en cámaras hiperbáricas, que reproducen las condiciones atmosféricas a 5000 metros, y alcanzar pronto el Dhaulagiri y el Shishapangma. Y así hasta coronar las 14 cimas más altas del planeta. Como Carlos Soria.

 Ese es el objetivo de tanto andarín: empezar dominando el Teso de los Grillos, para terminar en el telediario de las tres comentando lo bien que sienta la brisa en el Everest.

 Me he ido a los arrabales de mi ciudad para observar de cerca las entradas y salidas al campo de estos incansables caminantes, de estos futuros “ochomiles”.

 Ellos van de uno en uno, a lo suyo, moviendo airosos los brazos, firme el además, visera torera y chándal de rebaja. Ellas, por el contrario van en grupo, saboreando lo bueno que hace y las ventajas de estar en una “ciudad de quince minutos”, donde todo está a mano.

 Ellos suelen ir hasta donde se pierden los rastrojos, siempre competitivos, adelantando a cualquier “piernas” que no entrenó lo suficiente. Ellas por la circunvalación, ajenas a batir cualquier reto. Sabias. Disfrutando lo sabroso del habla, comentando que la Paquita está muy bien, aunque tampoco es que parezca tener cuarenta años, como ella dice. Todas viudas de maridos andarines, como esos que ahora las adelantan tan ufanos.

 En este deambular a ninguna parte, en esta caminata agotadora al más allá, en este senderismo de rastrojo y vaguada, hay un peligro: se sabe de algún andarín de avanzada edad que, desorientado, se perdió en los humedales y hubo de ser rescatado por la guardia civil.

 Estaba deshidratado y con los ojos perdidos, preguntando por dónde se iba a la escuela.

 En una ocasión le preguntaron a Juan Carlos Onetti si caminaba o hacía algún tipo de deporte, a lo que respondió: “mi único deporte es asistir a los entierros de mis amigos deportistas”.

  Carlos Soria o Juan Carlos Onetti. Esa es la cuestión.



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